Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Humberto Musacchio

Abundancia de pobres y más miserables

La docena trágica del panismo dejó males que se quedarán para varios años. A la montaña de cadáveres de la infame guerra calderoniana hay que sumar la guerra misma, que no será fácil concluir, pues ya se sabe que es muy fácil sacar a los ejércitos de sus cuarteles y que el problema es hacerlos regresar.
Todavía estamos contando a nuestros muertos cuando van apareciendo otras herencias nefastas. Ya muchos mexicanos vivían en la inopia y Felipe Calderón empobreció a 15.9 millones más, dice el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social. No hay sorpresa en el hecho, pues la llamada clase media se ha venido esfumando en las últimas décadas. Lo nuevo es que sea un organismo oficial el que aporte la escandalosa cifra.
Conservadoramente, pues otras fuentes señalan que 60 por ciento de las familias mexicanas son pobres, el Coneval deja en 52.3 ese porcentaje. De ahí, 23.1 millones no tienen siquiera para adquirir la canasta básica, esto es, no tiene siquiera lo suficiente para comer. De paso, hay que decir que en 2006, cuando Calderón llegó a Los Pinos, había 14.7 millones en pobreza extrema, cantidad que casi se duplicó en el sexenio sangriento.
Sería injusto atribuir todo el desastre a los mandatarios panistas, pues hasta 1994 los gobiernos “de la revolución mexicana” ya tenían a más de la mitad del país en la pobreza, cantidad que los “errores de diciembre” del inepto Ernesto Zedillo hicieron aumentar hasta 69 por ciento de la población, si bien el universo que vivía en pobreza fue disminuyendo –todo según la Coneval– hasta ponerse en 47 por ciento en 2006. Sin embargo, luego llegó Feli-pillo y todo el esfuerzo se fue al caño, pues los recursos económicos se destinaron a matar mexicanos.
La pobreza se ha enseñoreado del país y para combatirla ya no existen o están reducidas a su mínima expresión instituciones y mecanismos que en otro tiempo contribuyeron a la movilidad social. Es el caso de la Conasupo, que garantizaba la producción mediante los precios de garantía y el abasto a precios inferiores a los del mercado, y desaparecieron los Almacenes Nacionales de Depósito que permitían guardar excedentes y sortear con menos problemas los años de vacas flacas, además de que ejercían una importantísima función reguladora del mercado.
La política oficial del neoliberalismo fue importar más baratos los alimentos que aquí se producían a costos más altos, lo que para su mentalidad fenicia resultaba muy cómodo. Pero ocurre que las naciones no son meros changarros que puedan funcionar basados en la oferta y la demanda. Esa política llevó al abandono del campo, a la falta de estímulos a la producción y la improductividad.
Hay otras instituciones que ya no operan, pero con los ejemplos citados se puede entender  por qué el hambre está cada vez más presente entre nosotros. Para paliar esa situación han existido siempre los programas asistenciales, que si bien permiten un respiro cuando nos ahoga la miseria, no sirven para salir de la pobreza, como ahora lo reconocieron Rosario Robles y Luis Videgaray, titulares de la Sedesol y de Hacienda.
El programa Oportunidades, dijo claramente Videgaray, es más una herramienta de contención que de combate efectivo de la pobreza. Sin embargo, mientras subsista la pobreza generalizada tendrá que seguirse aplicando, en espera de lo único que puede mejorar en firme la situación socioeconómica de las familias: la creación de empleos estables y bien remunerados. Pero, ¿podrá crearlos este gobierno?

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