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Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan

Inés: el clamor por la justicia y el grito contra la pobreza

La invasión de propaganda fútil por parte de los trepadores de la política que quieren pelear por una candidatura al costo que sea -en términos económicos y políticos- es la epidemia que contamina toda la vida pública que está marcada por la polarización y la desconfianza, a causa de la incompetencia de los gobernantes que se han hecho cómplices de la violencia y la inseguridad que imperan en nuestro estado.
Toda la propaganda que pulula por las calles, además de contaminar el medio ambiente, los mensajes vánales de los que se autonombran precandidatos son una ofensa a la razón y una falta de respeto a los ciudadanos y ciudadanas. Los políticos advenedizos y vetustos, nada nuevo están aportando y proponiendo a una sociedad que les ha perdido el respeto y la confianza. Es claro que la vida rival de los partidos ya nada tiene que ver con el ideario político, ni con compromisos que tienen como fundamento la entrega, la mística, la honestidad, la conciencia social y el sentido profundo del servicio, todo se ha tirado por la borda y se ha transformado en un cochinero, donde se permiten todo tipo de triquiñuelas y corruptelas de las que ningún aprendiz de la política barata, escapa.
Estamos en el límite del hastío y de la irritación por tanto derroche de dinero para imprimir propaganda electoral que va a parar a los basureros. Estas prerrogativas de la que gozan los partidos políticos lo único que propician es denigrar una de las acciones más sublimes del ser humano. Los mismos actores políticos son los que se encargan  de desprestigiar y prostituir nuestro sistema democrático. Si fuéramos más rigurosos  en el análisis de la difícil coyuntura que vivimos, en buena medida el colapso de nuestro sistema político que se resquebraja por la violencia la corrupción y la impunidad, tiene su origen en la forma como los gobernantes han ejercido el poder. Al interior de las instituciones funciona más la lógica de las mafias que la mística que deben tener los servidores públicos. No se cultivan principios ni valores sino intereses mezquinos y negocios personales. Por esta razón la propaganda que hoy vemos colgada en las calles, más que una esperanza es una amenaza, por la vacuidad de quienes sin ningún rubor se atreven a anunciarse como cualquier producto chatarra para jugar a la rueda de la fortuna.
La clase política prefiere verse en el papel, ya sea en la propaganda electoral o en las inserciones pagadas en los periódicos. Les encanta aparecer en público abrazados de la gente pobre, lucrando con las necesidades de quienes nunca son escuchados en las oficinas y mostrando su rostro humanitario y condescendiente. Estas fotos son las que forman parte de un currículum carente de trayectoria política, de formación académica y reconocimiento social.
Este tipo de figuras efímeras que se van con el viento de los tiempos electorales, vienen a formar parte de los actores que ponen en riesgo una alta participación ciudadana en los procesos electorales. Ningún elector o electora que quiera ejercer su voto de manera libre y consiente depositará en la urna su boleta cuando sabe que las opciones políticas no garantizan un verdadero cambio que favorezca las demandas de los sectores más desprotegidos.
Tenemos que poner un dique a tanto ruido y tanta palabra hueca. Ya es suficiente el que los ciudadanos tengamos que soportar amenazas, extorciones, abusos y engaños de parte de la delincuencia organizada, para que ahora los que ambicionan un cargo público nos saturen de promesas y mentiras. Es tiempo de que los políticos callen y mejor atiendan y escuchen lo que reclama la sociedad. Un buen político debe de cultivar el diálogo que requiere ante todo respeto, tolerancia, apertura, sensibilidad, paciencia, sencillez, sinceridad y capacidad para escuchar y transmitir confianza. Esto requiere estar cerca de la población más olvidada, de saber acompañarlos y ante todo de entender el drama de su existencia y asumir con coherencia un compromiso con sus sueños de justicia.
El pasado 6 de marzo de 2012 en el zócalo de Ayutla de los Libres vivimos un momento inédito en la lucha que han emprendido los pueblos indígenas para defender sus derechos humanos y exigir justicia. La Corte Interamericana ordenó al Estado mexicano que realizara un evento público donde reconociera su responsabilidad internacional por las graves violaciones a los derechos humanos cometidas contra Inés Fernández Ortega. Es decir que el máximo tribunal de América les ordenó a las autoridades de nuestro país, que buscaran a Inés para pedirle perdón, para decirle que ella merece todo el respeto y el reconocimiento del Estado mexicano, porque es una mujer que siempre ha hablado con la verdad, que nunca se doblegó ante las amenazas cobardes de los perpetradores que mancillaron su dignidad. La Corte ordenó a los tres niveles de gobierno que escucharan la voz de una mujer indígena que orgullosamente se expresa en su lengua me’phaa.
Fue una lección para los políticos que nunca se habían imaginado que un día en su vida estarían en una de las regiones más olvidadas, donde se han cometido graves violaciones a los derechos humanos contra la población indígena. Nunca imaginaron que en un evento público los funcionarios dejarían de ser el centro de atención y el motivo del lisonjeo discursivo de los burócratas. Les cuesta mucho salirse de los protocolos de la adulación para dirigirse con sencillez a los ciudadanos y ciudadanas. Inés, una mujer que no tuvo oportunidad de ir a la escuela y aprender el español, les rompió el esquema y les hizo ver a todos los políticos, que puedan tener autoridad y reconocimiento de la población indígena, primero tienen que saber escuchar, pero ante todo tienen que aprender la lengua, porque nadie puede ostentarse como autoridad de un pueblo originario si no tiene el conocimiento de la cultura y la lengua de sus gobernados.
En este evento el secretario de Gobernación Alejandro Poiré tuvo que ensayar bien las palabras para decir lo mínimo a Inés, para no tocar ni con el pétalo de un rosa a los militares que abusando del poder de las armas mancillaron la dignidad de Inés. Las autoridades todavía no tienen el valor para reconocer su responsabilidad y para hablar con la verdad. Se oponen a castigar ejemplarmente a quienes impunemente ejercieron violencia contra Inés. Es un gobierno que en lugar de comprometerse con las victimas defienden a ultranza a sus verdugos, porque para ellos lo más importante es cuidar la imagen pública sin importar que se destruya la vida de hombres y mujeres que dignamente defienden sus derechos.
La voz de Inés cimbró el escenario, puso nerviosos a todos los funcionarios y funcionarias, porque su verdad filosa taladraba la falsa conciencia de los políticos, que en sus ropas pulcras ocultan toda la perversidad de las acciones que atentan contra la dignidad, la seguridad y la integridad física de los más indefensos e indefensas. Inés increpó a los políticos que no hablan con la verdad, encaró a las autoridades estatales y federales, y con la autoridad moral que ella se ha ganado a pulso, les reclamó su falta de compromiso con la población indígena, les restregó en su cara el trato discriminatorio que ella ha experimentado en toda su lucha para exigir justicia. Fue la única que tuvo el aplomo y la calidad ética para hablar desde el presídium con la frente en alto, sin temor a nada ni a nadie. Con un me’phaa fluido desnudó al poder, lo colocó en el lugar que ocupa entre los pueblos indígenas, les demostró de qué tamaño es su dignidad y de qué altura es su estatura como mujer que vale por lo que piensa, por lo que lucha y por lo que sueña. Demostró por qué su palabra no pudo ser vencida en un tribunal internacional, porque siempre aprendió de sus padres a hablar con la verdad, y a nunca tener que someterse a los poderosos que cultivan la hipocresía. En el zócalo de Ayutla, la gente que la escuchó valoró que su palabra era oro molido, era la palabra del fuego, una palabra punzante que toca la esencia de las cosas y que no se anda con titubeos. Es directa dura e implacable.
Ese es el lenguaje de las mujeres y hombres verdaderos, de las que son auténticas, de las que luchan a brazo partido, de quienes siempre están pensando en los demás, por eso Inés en su mensaje siempre habló en nombre de su pueblo, defendiendo los derechos colectivos, reclamando justicia para todos y todas, y exigiendo a las autoridades que nunca más otra mujer viva la tragedia que ella sufrió.
El secretario de Gobernación, la procuradora general de la Republica, el director general de Derechos Humanos de la Sedena, el gobernador del estado de Guerrero y el presidente municipal de Ayutla, tuvieron que reconocer en Inés a una mujer que vale mucho, a una mujer que ellos mismos nunca la tomarían en cuenta porque habla me’phaa y por su porte sencillo. Ahora saben que es una de las mujeres más valiosas de nuestro país por la lucha ejemplar que dio en busca de la justicia y del respeto a sus derechos humanos. A pesar de que todo el aparto represivo del gobierno se fue contra ella y su familia, desde su hogar en la Montaña nunca guardó silencio y siempre honró su palabra logrando que los ministros de la Corte Interamericana sentenciaran al Estado mexicano por permitir que en nuestro país se ejerza una violencia institucional castrense. Inés en el zócalo de Ayutla con su voz y su testimonio honró también a los caídos de El Charco, a los defensores ejecutados, a los indígenas esterilizados de manera forzada, a su hermano Lorenzo que fue ejecutado sobre el río de Ayutla y a sus compañeros encarcelados injustamente. Inés es el grito de los olvidados que luchan contra los abusos del poder y se rebelan contra la pobreza y la discriminación. Inés es la voz del México pisoteado.

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