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Tomás Tenorio Galindo

OTRO PAÍS

El Pericón: el Estado contra la UPOEG

El Ejército privilegia el diálogo y el acuerdo sobre la imposición y la cerrazón, dijo el viernes pasado el general Salvador Cienfuegos Zepeda, secretario de la Defensa Nacional. El titular de la Defensa se refirió de esa forma conciliadora y tolerante al incidente de El Pericón, donde integrantes de la policía ciudadana de la UPOEG y vecinos del municipio de Tecoanapa impidieron durante día y medio la salida de unos cien militares de esa comunidad, en protesta porque los soldados les habían quitado varias armas.
Pero las comedidas palabras del general Cienfuegos no parecen reflejar la molestia y la indignación que el incidente produjo en el Ejército. Externar esa reacción le correspondió al subsecretario de Gobernación, Luis Miranda Nava, quien un día antes había mostrado una actitud contraria al diálogo y los acuerdos durante la reunión a la que convocó al dirigente de la UPOEG, Bruno Plácido Valerio, y al gobernador Ángel Aguirre Rivero.
De acuerdo con un relato del encuentro, Miranda Nava calló a Bruno Plácido apenas comenzada la reunión para decirle que el único motivo por el que fue citado era hacerle saber que el gobierno federal ya no permitiría incidentes como los ocurridos en Tecoanapa. Y se levantó para salir del salón. (“Leen la cartilla a autodefensas”, Reforma, 10 de agosto de 2013).
La ruptura del diálogo ejecutada por el gobierno federal fue oficializada en un comunicado de prensa de la Secretaría de Gobernación más tarde ese mismo jueves. En referencia a Miranda Nava y Aguirre Rivero, el boletín decía que ambos “les comunicaron (a Plácido Valerio y sus compañeros) que estaban siendo atendidos en la Secretaría de Gobernación con el único fin de hacerles saber que no se tolerarán actos similares y que no habrá mesa de diálogo con ese grupo hasta en tanto no haya condiciones de respeto irrestricto a las instituciones del Estado Mexicano y al marco legal que nos regula. Lo anterior con independencia de las denuncias penales que procedan ante las autoridades competentes, con el propósito de que se castigue a los responsables de los hechos con todo el rigor de la ley”.
El subsecretario de Normatividad de Gobernación, Eduardo Sánchez, habría de subrayar el viernes que en el incidente de El Pericón “el Ejército mexicano refrendó su tradición de honor y lealtad con el pueblo de México; su conducta fue prudente y ejemplar (…) En todo momento su actuar se ajustó a los principios que rigen la conducta de los militares mexicanos”. Es verdad que los soldados fueron prudentes y mantuvieron la calma, pero si ocurrió así fue porque los integrantes de la policía ciudadana y los vecinos que intervinieron realizaron su protesta también con prudencia y en calma, sin dar lugar al uso de la fuerza ni incurrir en provocaciones. En otro caso, allí pudo haber ocurrido una matanza.
Sorprende que el gobierno federal haya transformado el incidente en un hecho de tal magnitud que lo hizo exigir “respeto irrestricto a las instituciones del Estado Mexicano y al marco legal”, cuando esencialmente se trató de una protesta ciudadana, en el contexto de la participación de una organización social en el combate al crimen organizado. Es por ello que la reacción de las autoridades federales debe ser considerada la expresión del malestar que el incidente causó en los mandos militares. Pero tanto la reacción militar como las acciones y el mensaje de la Secretaría de Gobernación resultan desmesurados, fuera de toda proporción y amenazantes.
Es imposible dejar pasar además la enorme incongruencia que lleva consigo la postura oficial al embestir a una policía ciudadana que, en la violencia y el caos en que se encuentra Guerrero, ha logrado resultados efectivos en el combate a la inseguridad, por encima del Ejército y de cualquier otra corporación policial estatal o federal. Un componente de esa incongruencia es la campaña de desinformación y descrédito puesta en marcha –incluso antes de El Pericón– para hacer creer que las policías ciudadanas y comunitarias de Guerrero tienen nexos con la producción de mariguana y amapola, o que están infiltradas por la guerrilla y el narcotráfico.
La postura del Ejército y del gobierno federal por el caso de El Pericón estuvo antecedida de manifestaciones de intolerancia por parte de los jefes militares en Guerrero. El comandante de la Novena Región Militar, el general Genaro Fausto Lozano Espinoza, dio muestras públicas de fastidio hace pocas semanas por la expansión de las llamadas policías de autodefensa ciudadana, especialmente en Xaltianguis, donde también fue “retenido” un grupo militar por parte de vecinos incorporados a la UPOEG.
Esta organización ha insistido en su disposición para colaborar con el Ejército y las agencias policiales en la lucha contra el crimen, y no hay evidencias de lo contrario, pero empieza a ser tan común que las policías ciudadanas y la Policía Comunitaria de la CRAC sufran persecución por parte de militares, que ya no puede haber duda de que esa práctica obedece a una política. Si el gobierno federal legitima y respalda esa política, como lo hizo ya a raíz del caso El Pericón, la delincuencia organizada se verá beneficiada y la sociedad será perseguida por organizarse en defensa de sus intereses. Todo eso implica y significa El Pericón.

Aguirre y la historia

Ángel Aguirre quiso enaltecer al Ejército comparándolo con el que comandó Vicente Guerrero en el último tramo de la guerra de independencia. “Nuestras fuerzas armadas, así como lo hicieron ayer bajo el mando del patriota don Vicente Guerrero Saldaña, se constituyen en ejemplo de valor, constancia y dedicación para edificar instituciones fuertes bajo el estandarte único de la ley”, dijo el gobernador en Tixtla durante la ceremonia para conmemorar el 231 aniversario del nacimiento de Guerrero. Pero se equivocó en su lección de historia. Si a algún ejército actual se parecen los insurgentes de Guerrero, es a los contingentes de ciudadanos que se movilizan hoy por su cuenta para defender su vida y su patrimonio. Era un ejército de ciudadanos, no de militares. Los militares eran los realistas.

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