Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

 Dos retratos de Vicente Guerrero

 El virtuoso general Guerrero

Como Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo Prieto y Vicente Riva Palacio eran de esos individuos talentosos que nomás andaban buscando el modo de servir a la Patria. Hijos predilectos de la historia mexicana y primeros ahijados románticos de la transición decimonónica hacia la modernidad, si no los encontramos en batalla los vamos a leer en sus novelas, obras teatrales y poemas, o, críticos y burlescos, en periódicos de ideología liberal. Como lo mismo pisaron el aula escolar que el campo de batalla o el Congreso de la Unión, sus  datos vitales abarcan el proceso nacional en sus más tremendas contiendas guerreras, políticas y culturales, cuando la identidad mexicana era una enorme interrogación.
A esta pozolada invitamos a Prieto y a Riva Palacio, para que nos cuenten cosas de Vicente Guerrero, aunque sea algunos días después de su cumpleaños. En los dos se reafirma la nobleza del general tixtleco.

La fiesta de Chepetlán

Vicente Riva Palacio (1832-1896) fue el primogénito de los seis hijos que tuvieron Mariano Riva Palacio y María Dolores Guerrero: él jurista, diputado, ministro de Justicia y Hacienda, tres veces gobernador del Estado de México; ella hija del general Vicente Guerrero. En 1855 Vicente –que lleva este nombre por su abuelo tixtleco– ya está de lleno en la política y unos años después es perseguido por Félix Zuloaga, quien con el apoyo de Miguel Miramón termina mandándolo al calabozo. A los dos años fue diputado. Riva Palacio es más conocido como el autor de la letra de Adiós Mamá Carlota que por sus novelas, sus cuentos, sus obras de teatro, sus críticas literarias, sus recopilaciones de leyendas mexicanas, sus discursos políticos, su papel recopilador del indispensable México a Través de los Siglos o sus poemas. Con el tiempo, se diría que Riva Palacio era liberal por derecho de nacimiento. Antes, con el tesón y la rectitud justiciera demostrada a lo largo de su vida como trasfondo, el pueblo “aludiría a su prosapia” como “dignísimo nieto del general Vicente Guerrero”:

¡Aquí está Riva Palacio
no lo había yo conocido!
¡Bien haya lo parido!
¡Viva el nieto del Estado!

Y al tiro: Riva Palacio era un dramaturgo y periodista satírico cuyos artículos, epigramas y versos atacaban venenosamente a quienes tenía por farsantes, convenencieros y vendepatrias, y en El abrazo de Acatempan o el Primer día de la bandera nacional –que escribió con Juan N. Mateos– “exalta” tanto a Guerrero como a Iturbide “por haber dado al pueblo un gran emblema unificador: la bandera”. De por sí cuando el nombre de su abuelo se le ocurre a Riva Palacio, en sus escritos aparece la nobleza y la concordia nacional: así ocurre en La fiesta de Chepetlán (Recuerdos de la Guerra de Independencia), cuya larga letra dice así:

Alegre viste sus galas
El pueblo de Chepetlán,
Que está celebrando el día
De la fiesta titular.
¡Cuál repican las campanas
De la iglesia parroquial!
¡Cómo suena el teponaxtle
Con monótono compás!
Y cámaras y cohetes
Estallan aquí y allá,
Y se escucha en todas partes
Una algaraza infernal.
Por donde quiera enramadas,
En las que vendiendo están
Aguas frescas y sandías,
Y al son de una arpa tenaz
Nativos y forasteros
Bailan con dulce igualdad;
Se oye la voz estentórea
Del que tiene el carcamán,
Y de otro, que lotería
Llama a todos a jugar.
Entre los arcos de flores
Pasa la brisa fugaz,
Templando apenas el fuego
De ardiente sol tropical.
En grupos la muchedumbre
Se agita, en constante afán,
Ávida de divertirse
Anhelando por gozar.
Los hombres, ancho sombrero
Y negro, en lo general,
Camisa y calzón muy anchos,
Muy blancos, y nada más:
Las mujeres con enaguas
De extraña diversidad;
Y todos ríen y cantan
Y llegan, vienen y van,
Tomando de cuando en cuando
Algún trago de mezcal.

Entre tanto forastero
Que ha llegado a Chepetlán
Buscando en aquellas fiestas
Tener un grato solaz,
Se notan muchos soldados
Que, con licencia quizá,
De las tropas virreinales
Se apartaron, sin pensar
En guerras ni en insurgentes,
Porque muy lejos están
Guerrero y todos los suyos,
Y no hay que temerles ya,
Al menos mientras que dure
La fiesta de Chepetlán.

Cuando la tarde se acerca
Y el sol declinando está,
Se escucha rumor extraño,
Inusitado y marcial,
Y la gente se alborota
Ya, sin explicar
Lo que causa aquella alarma
Y produce trance tal;
De repente por las calles,
Sobre un erguido alazán
Que tasca el freno impaciente
Y echa fuego al respirar,
Altivo pero sereno,
Llega un hombre en cuya faz
Se pinta el alma de un bravo
Tan noble como leal:
Es Guerrero, el indomable
Hijo de la libertad;
Le sigue valiente tropa
Que al pueblo llegando va,
Y se ocultan los que temen
Y otros salen a mirar.
Entra Guerrero en la plaza,
Y del soberbio animal
Tiempla la rienda y detiene
Del seco trote el compás.
Transcurren pocos instantes
Y comienzan a llegar
Unos y otros, prisioneros
Los del bando virreinal.
Todos ellos cabizbajos
Y silenciosos están;
Guerrero les mira un rato
Y luego con dulce faz
Les pregunta: –“¿A qué han venido?”
Y nadie osa contestar.
Vuelve a preguntar Guerrero,
Y entonces, saliendo audaz
Un sargento, con despejo
Contesta: –Mi general,
Hemos venido a la fiesta
A gustar de Chepetlán;
Y venimos con licencia.
–¿Y nada más? Nada más.
Vuelve a reinar el silencio,
Afable Guerrero está,
Y dice con voz pausada:
Pues vinisteis a gustar,
Seguid alegres gustando,
Que no os halle por acá
La luz de la madrugada.
–¡Que viva mi general!
–Grita entusiasta el sargento:
–“¡Viva!” –gritan los demás,
Y alegre sigue la fiesta
Que nada vuelve a turbar;
Y chaquetas e insurgentes
Siguen con grato solaz,
Que es una noche de gusto
Esa noche en Chepetlán.

Guerrero, según Guillermo Prieto

Guillermo Prieto (1818-1897) –periodista, poeta, diputado, maestro, ministro de Hacienda de Benito Juárez–, acerca la cámara literaria con la sencillez y el respeto por lo justo y popular que lo caracteriza, y nos ofrece un recuerdo personalísimo de Guerrero. Su retrato destaca el aspecto físico del insurgente suriano, pero no termina ahí.
Era niño el autor de El romancero nacional cuando Guillermo conoció al general Vicente Guerrero. “Ya había oído y escuchado su nombre en la calle”, revela en Memorias de mis tiempos, mientras recuerda el estampido de un cañón, soldados con espadas desnudas y que todos hablaban del pronunciamiento de la Acordada y el saqueo del Parián que siguió. “Todo lo que se sabía en el vulgo, como explicación del criminal escándalo, fue que el presidente Victoria, que estaba en Palacio, sostenía a Gómez Pedraza, y que los yorquinos con Zavala, Gobernador del Estado de México, y Lobato, querían a toda costa que nos mandase el negro Guerrero, que era rescatado de los viejos insurgentes”… Cuenta Prieto escenas de pillaje y crueldad que le dejaron honda huella, ya que su padre y su tío eran dueños de cajones de ropa en el Parián, y confiesa que “mis primeras nociones políticas fueron adquiridas al través de aquellas fatales impresiones… El nombre de libertad y de yorquino eran sinónimos… El programa democrático lo reasumía la plebe diciendo:

Vivan Guerrero y Lobato
y viva lo que arrebato”.

En 1829, tras la quimérica invasión y rendición del reconquistador realista Barradas (en Tampico), Bustamante, “que surgía de la misma urna electoral que Guerrero y que fue enviado por éste con el ejército de reserva en auxilio de Santa Anna, se pronunció por el Plan de Jalapa, inconsecuente e indigno…” “En este intervalo –dice Prieto-, y una sola vez, tuve ocasión de estar cerca del general Guerrero”.
“Era –recuerda– de elevada estatura y anchos y refornidos hombros, sin corresponder sus piernas largas y delgadas a su busto magnífico; la tez morena, el cabello tosco amontonado sobre la frente, sus ojos negros de una penetración y una dulzura imponderable, patilla pobladísima, boca recogida y sincera.
“Aunque modesto, no tenían encogimiento sus maneras, y su voz tiple y desonante era lo único que repugnaba en él a la primera impresión.
“Cerca de él se sentía la bondad de su alma, y tenía ciertos dejos de inocencia ranchera que realmente cautivaban.
“Yo le vi en la casa de mi tío, Tesorero del Ayuntamiento, que tenía cierta política; se rodeó de chicuelos y nos asombró su parecer sobre nuestros trompos, nuestras chicharras y las graves consultas sobre nuestros papalotes.
“Aquel carácter grave y sencillo, aquel talento que hacía olvidar su ignorancia, y aquella bondad que no le abandonó ni en el patíbulo, eran las dotes características de Guerrero”.

La honestidad no puede estar a prueba

El punto de vista infantil de Guillermo Prieto se corroboró y fortaleció gracias a lo que le platicó un pariente suyo que –dice– fue fidelísimo ayudante de Guerrero. Éste le contó un hecho que recalca el “desinterés y moralidad” del caudillo suriano, “un hecho en que no se ha detenido, como debía, la Historia:
“En 1821 –escribe–, al partir Iturbide a combatir a Guerrero, se le encomendaron cuantiosos caudales para embarcarlos en Acapulco. Iturbide los detuvo en su poder, faltando aun a sus compromisos de caballero con los particulares.
En los momentos de la proclamación del plan de Iguala, Iturbide tuvo que hacer una salida precipitada con sus fuerzas y dejó a Guerrero en depósito los caudales, diciéndole que en caso necesario tomase lo que fuese bastante para sus tropas.
Como se sabe, las tropas de Guerrero no podían estar en peor situación.
Viviendo a la intemperie, hambrientas, desnudas y mal armadas, eran masas de hombres sostenidas por el amor a su jefe y a su causa que sentían más de lo que pudieran razonar.
Un sombrero era como una curiosidad artística; los zapatos, artículos desconocidos; y en su menú cotidiano, cuando había plátanos y se bebía tuba se llegaba a los esplendores de Recamier.
Iturbide volvió de su expedición, y al ver el mal estado de las tropas de Guerrero, le reconvino porque no estuviesen mejor atendidas.
–¿Y el dinero que dejé a usted?
–Ahí está.
–¿Por qué no ha tomado usted, como le dije, para sus tropas?
–Porque me lo dejó en depósito.
–Sí, pero le dije a usted que tomase lo necesario.
–Bueno; pero yo de nada necesito.
–¡Ea! Tome usted seis u ocho mil pesos para usted y sus soldados.
–Señor… recoja su dinero y no me los mal enseñe.
Guerrero devolvió el depósito a Iturbide sin haber dispuesto ni mandado disponer de un solo centavo”.
Guillermo Prieto expresa que “quisiera detenerme en la vida íntima de este héroe para hacer patentes sus altas virtudes”, pero concluye que con lo que contó y con “lo que la historia refiere”, basta para dar a conocer el alto carácter de don Vicente Guerrero.
Por nuestra parte también parece suficiente, pero sólo por las dimensiones de esta página.

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