4 septiembre,2022 9:06 am

Asoma Emiliano Monge al ‘pozo negro’ de la locura

 

Ciudad de México, 4 de septiembre de 2022. Si en No contar todo, la violencia y el machismo resultaron la columna inesperada de esa novela de no ficción, la locura lo es en Justo antes del final, la vuelta de Emiliano Monge (CDMX, 1978) al territorio autobiográfico.

Siempre había querido escribir un libro sobre la locura en la segunda mitad del siglo 20 mexicano por razones familiares: su abuelo materno fue perito en el segundo juicio de Goyo Cárdenas, quien asesinó a cuatro mujeres en 1942, y guarda un sitio especial en la historia de la psiquiatría en México al ser un pionero en el uso de la terapia farmacológica en lugar de los electroshocks para el tratamiento de las enfermedades mentales.

Tanto el abuelo materno de Monge como su madre, quien trabajó con niños con problemas de aprendizaje, tuvieron hermanos que padecieron locura.

Durante la entrevista, será inevitable que el escritor se refiera a No contar todo, novela que marcó su incursión en el terreno autobiográfico, para hablar sobre Justo antes del final (Random House).

En No contar todo (2018) se ocupó de la saga de los Monge. Su abuelo Carlos Monge McKey fingió su muerte al hacer estallar la cantera de su cuñado; Carlos Monge Sánchez, padre del novelista, se unió en Guerrero a la guerrilla de Genaro Vázquez, mientras que él como escritor se ha dedicado a ficcionar.

“Cuando pensaba en No contar todo, una cosa que me detenía era si no estaba pensando en la mitad de un libro, como la parte masculina, pero cuando supe que era un libro sobre la violencia masculina entendí que esa otra parte de la historia de la familia y mía estaba en otro lugar, no estaba ahí”.

Le quedó la sensación de que le faltaba la otra parte, hueco que repara en su nueva novela, donde presenta el retrato de una madre cuya vida está marcada por la locura, pero es capaz de reconstruirse a pesar del abandono, alguien que “emerge de la invisibilidad” y no solo se hace ver, sino que “se construye un cuerpo y una historia, y después los ofrenda a todo aquel que necesita su apoyo”.

Aunque, matiza el autor, también puede ser una “cabrona”.

“Empecé a escribir como un claro homenaje a la protagonista, capaz de reconstruirse una y otra vez, salir de la oscuridad y sacar adelante también a su familia y a quien tiene la fortuna de encontrársela”, asegura.

Así lo cuenta el narrador en el libro: “Deberías escribirla, contarla, hacer algo pues con esa existencia, con esa historia, pero no una novela, tampoco un ajuste de cuentas ni un homenaje, quizá eso es, te dijiste en silencio”.

La protagonista dedica una vida a no dejar que otros que están en peligro desaparezcan, con la conciencia de que cada vida tiene el derecho a ser vista.

“Quizá sea justo eso lo que se opone a la locura, lo que permite que la protagonista no enloquezca del todo”, expone Monge, aunque como ella reconoce en la novela: “Hay locuras para las que no basta el cariño”.

Y por consecuencia, aparece el tema del cuidado de sí y de los otros. “La posibilidad no solamente de encontrar orden en el caos sino enseñar a otros a eso mismo desde el amor, el cariño y la luminosidad”.

Mientras que el narrador encuentra en la escritura la posibilidad de enfrentar el caos, de “dotar de orden no solo al caos propio sino al de los demás”.

Al haber locura en la familia de la protagonista y por tanto del narrador, él tiene un miedo natural a la locura, un miedo no resuelto, y así se narra en la novela: “Al escribir, pensaste que tú, como tu madre hacía con sus discapacitados y como tu abuelo hacía antes con los locos, podías enfrentarte al caos a través de otros, a través de seres que no estaban ahí, que no eran ciertos o que existían de otra manera”.

Es un libro que tiene mucho que ver con la intimidad, pero también con el mundo. Cada año de la vida de la protagonista se entrelaza con los grandes acontecimientos, desde 1947, cuando nace, hasta 2016, dos años después de su muerte.

Ahí también aparece el “hoyo negro” de la locura como, por ejemplo, el “enloquecimiento colectivo” registrado en Quito, en 1949, cuando una estación transmitió la adaptación radiofónica de La guerra de los mundos sobre una ficticia invasión extraterrestre, tan creíble que desató el pánico social y luego, la furia.

 

Un ejercicio de memoria e imaginación

En No contar todo Emiliano Monge buscaba explicarse cosas de sí mismo, aunque le asustaba pensar cuánto se estaba exponiendo, algo que no le preocupó en Justo antes del final donde quiso explicarse a los demás.

Sin darse cuenta, terminó por exponerse más a través de la figura extraña del narrador, quien “cuenta a la protagonista la historia de la protagonista”.

Si Monge se muestra más lo atribuye a que los personajes no tienen nombre, hay más novela, y al “enorme amor del narrador hacia la protagonista”. La novela parte del amor y es la fuerza que sostiene la historia.

“Soy mucho más el resultado de esta historia que de la historia de No contar todo”, admite.

En la novela, el autor hace confluir memoria e imaginación. “Siempre he dicho que son caras de una misma moneda”. Cada día que se sienta a escribir, tira volados. Un día la moneda cae del lado de la memoria y otro, del de la imaginación.

Con su madre, quien aún vive, Monge no tuvo unas conversaciones como tal sobre su vida, aunque sí hay recuerdos al haber vivido con ella.

La imaginación le permitió cubrir vacíos de la historia, por ejemplo, la infancia de la protagonista y la propia infancia del narrador.

“Es una libertad en la escritura que no había sentido nunca”.

Monge entendió que la ficción y la no ficción no son terrenos divorciados, ni el de la imaginación y el recuerdo.

Algo detectable en la historia del mundo, donde coló algo de ficción pero que irónicamente esos hechos inventados resultan menos falsos que los que en verdad ocurrieron, pero le permiten a Monge “dimensionar cuánto puede alcanzar de locura el pinche mundo”.

“Es el libro con el que aprendí a divertirme con la literatura”, declara.

 

El desafío de resolver la voz del narrador

La figura del narrador es lo más importante de un libro para Monge, empieza a escribir una vez que ha resuelto cómo se cuenta la historia. “No importa cuánto haya pensado la historia, cuánto haya avanzado, lo más importante es ensayar la voz de quien lo va a contar”.

En No contar todo usó el tono del diario para relatar la historia del abuelo, quien habla en primera persona; el padre, en segunda; y el personaje de Emiliano, en tercera, pero buscaba algo distinto para Justo antes del final.

El autor demuestra gran destreza para recrear el habla de las personas, la novela está llena de oralidad, algo que no había hecho en sus libros anteriores, ni siquiera en Tejer la oscuridad (2020) donde jugó con 80 voces, un ejercicio que simplificó la tarea para esta nueva novela.

Hay varias voces que le cuentan al narrador, él sirve de “altoparlante” por el que hablan la protagonista, las dos hermanas y el hermano de la protagonista y él mismo. Si en anteriores libros se aseguró de incluir a un narrador poderoso, aquí su voz ocupa el mismo espacio que las otras.

Tras poner punto final a Justo antes del final, Monge deja en claro que no piensa abandonar el territorio autobiográfico.

“Mi trabajo con la autobiografía no se cierra, tendrá modos y empaques diferentes, pero no se cierra”.

 

Conózcalo

Emiliano Monge

-Ciudad de México (1978)

-Escritor, académico, editor y politólogo

-Licenciado en Ciencias Políticas por la UNAM

Sus obras:

-Colecciones de relatos

-Arrastrar esa sombra

-La superficie más honda

Novelas

-Morirse de memoria

-El cielo árido

-Las tierras arrasadas

-No contar todo

-Tejer la oscuridad

-Justo antes del final

Texto y foto: Agencia Reforma