6 enero,2022 5:21 am

Autobiografía de un objeto

 

 

Florencio Salazar

Desde entonces vi claro en mi interior el camino que debía seguir en los años venideros.
Stefan Zweig.

1.

Soy una antigüedad siempre nueva. Nací hace 6 mil o 7 mil años, según la biografía que se quiera consultar. Desde entonces, la humanidad me ha hecho suya. Lo expreso contundentemente, dejando en claro la importancia que tengo en el desarrollo de la sociedad y lo digo sin falsas modestias. Aclaración necesaria ante tanto oportunista que pretende hacer suyos méritos ajenos.
Me reproduje con más rapidez que las ratas. Son asquerosos estos animales como para ponerlos de ejemplo. Reformulo la comparación: me reproduje con tanta velocidad como la exigía una sociedad en constante crecimiento. He decidido contar mi historia. No sé qué tanta historia; lo haré hasta donde la memoria alcance con el único compromiso de no simular hechos. Quiero que me conozcan como soy y no para que me levanten en un pedestal.
He sido descuidada en cuanto a tomar notas sobre mi existencia. Mi confianza ha sido extrema pensando en que los demás registrarán mi andar por aquí y por allá. Mi razonamiento no es ligero. Se registra mi nacimiento en Mesopotamia, pero una vez que vi la luz del mundo mi poder multiplicador se ha hecho evidente. Mi llegada mejoró la vida de los seres humanos y son muchos los innovadores que me han perfeccionado.
No tengo antepasadas, soy original. Aunque parezca que somos muchas soy una sola con capacidad reproductiva. Las reliquias que conservan coleccionistas son por el periódico cambio de piel. Fui gestada antes de que existiera la humanidad. Acompañé a los humanos durante su proceso civilizatorio. Ellos me adoraron por la potencia de mi luz y el misterio de mi oscuridad esfumándose. Me llamaron de muchos modos, pero soy la misma del carro de fuego de Zeus.
Los seres primitivos cazaban grandes animales y para trasportar su carne y su piel sufrían demasiado. A veces quedaban aplastados por la carga y en otras ocasiones desfallecían por la fatiga, quedando expuestos a ser devorados. Pensé en cómo hacer para que me descubrieran. Hice que los frutos se fugaran para que observaran su circulación. No resultó porque se partían. ¿Cómo evitar que se deshicieran los frutos?
Se necesitaban materiales más duros, resistentes. Los deslaves y sismos hicieron que rodaran las piedras y con esos movimientos fueron limando sus ásperas líneas y filosas puntas. El experimento resultó trágico porque algunos acabaron destrozados por las rocas. Otros huían ante el riesgo de ser aplastados. No fue fácil hacerme presente.
Observé las fuertes corrientes de los ríos y a los niños curioseando el agua. Coloqué piedras en sus lechos logrando que las avenidas las pulieran y redondearan. Los niños tomaban las pequeñas haciéndolas rodar sobre la tierra. Los padres dispusieron que las juntaran para usarlas en sus cacerías. Cuando descubrieron la agricultura, con las de mayor tamaño, levantaron incipientes muros y luego los techaron replicando sus cuevas.
Fueron útiles mis aportes, pero el uso que daban a las piedras más o menos redondeadas, no era mi idea. El tiempo tiene caminos inescrutables para que podamos lograr nuestros fines. Al establecerse los seres humanos se volvieron más productivos. Los nómadas seguían manteniéndose de la recolección o la caza cotidiana; podían permanecer un tiempo en las cavernas para consumir sus alimentos, protegiéndose del clima y de las bestias. En los asentamientos tuvieron excedentes de comida. Antes el problema era la escasez, ahora la abundancia.
La recolección de semillas era trabajo de todos; de frutos, raíces y varas secas se encargaron las mujeres y los niños. Con la domesticación de los cereales las cosechas fueron excedentes. Pero la humedad las atacaba con hongos haciéndolas pútridas. Intentaron consumirlas en ese estado y muchos murieron. Estos seres, sin estar en constante movimiento, tuvieron tiempo, mucho tiempo, para pensar.

2.

Son dos los tiempos que viven los humanos: El propasado que fluye con fuerza acumulativa y el constante supuesto del porvenir. Cuando busco en mi memoria los detalles de mi larga existencia me veo dando grandes saltos. Por ser un bien público, de uso generalizado y prácticamente al alcance de todos, hay quienes se han aplicado en escribir mi biografía.
No hay sujeto ni segmento de la sociedad humana que me desconozca. Es verdad que no siempre he dejado la misma huella. La primera versión descubierta en el año 3 mil 200 en Liubliana, Eslovenia, era de pesado corte. Mi naturaleza fue tosca, de no fácil movimiento y sorprendentemente frágil. Me empezaron a elaborar con un hoyo central donde colocaban un eje para que mis reproducciones marcharan en pares. La falta de lubricación explica lo dicho. Debo anotar, sin embargo, que las maldiciones por atascamientos en lodazales o al quedar de plano destruida en caminos rocosos, no disminuyeron el reconocimiento a mi figura.
Son tantas las cosas por relatar que espero no haber omitido mi razón de ser: mover con rapidez a las personas y sus bienes materiales. Hay quienes renuncian a alcanzar sus metas cuando sus proyectos no ofrecen resultados. Personas esforzadas, pero sin imaginación, son incapaces de encontrar vías alternas para ir hacia sus objetivos. No observan los signos y símbolos de la naturaleza, que pueden “formar parte de un lenguaje gráfico o de un código visual”, como las referidas piedras rodantes o los frutos circulares. La interpretación del símbolo, al ser más complejo, necesita una mente más desarrollada porque proyecta “una imagen que representa una idea”.
He escuchado tanto de tantos, que tengo un conocimiento muy amplio. En la representación que me multiplica, accedo a todas las clases sociales: lo mismo en el recolector de basura o en el carrito de helados, del auto Fórmula Uno o de los cazas que rompen la barrera del sonido. Mi versatilidad me ha llevado a participar en juegos, deportes, danzas, joyas, eventos y hasta en acciones de tortura.
No quiero divagar. Vuelvo a la importancia de los símbolos. Yo fui diseñada mucho antes de que la vida existiera sobre la Tierra. Nací junto con la poesía. Ella ha sido el inexplicable sentimiento de lo bello y lo trágico que se difumina en visiones fantásticas. Yo he estado representada en los círculos imponentes del sol y de la luna.
Para ser lo que soy tuve que cambiar mi estrategia. Los primeros seres sedentarios empezaron a descubrir cosas impulsados por la necesidad. Construyeron casas, mejoraron la calidad de sus armas, inventaron la cuchara, pero seguían comiendo en cuencos de cáscaras de frutas o tomando la carne de las brasas. Al acercar el barro al fuego con el fin de evitar quemaduras, se dieron cuenta que el barro se endurecía. Entonces, empezaron a moldearlo. Sus primeras vasijas fueron ásperas, luego las hicieron con arte. De cualquier manera, eran insuficientes. Por ello, empezaron un incipiente proceso de industrialización. Ese fue el momento largamente esperado: surgí en forma de torno. Lo demás fue sencillo, giraron el torno a la inversa y aparecí como un milagro.

3.

Las cosas, los objetos, no tenemos sentimientos, tenemos utilidad; tampoco tenemos alma, tenemos esencia. Estoy a la disposición de los seres racionales, de su sentimiento, temores, odios y emociones, ante los cuales soy inconmovible. He sido usada para desarrollar el comercio, explorar lugares inhóspitos, trasladar reyes y plebeyos, para hacer la guerra y la paz.
Mi evolución ha sido constante. De la pesada madera, pasé al metal, del metal a la cubierta de cauchos, primero con rayos y después con neumáticos. También se ha ampliado mi servicio: de bicicletas y triciclos, de servicio postal, de repartidor de pizzas, de transporte público, de patines, de sillas de ruedas, de juguetes, de propulsión en el agua, de automóviles y motocicletas, de largas series en los trenes, de tanques de guerra, de plataformas con misiles y de toda clase de vehículos: pesados, ligeros y livianos, en todas sus dimensiones.
He sido equipada con cuchillas en carros de guerra. Muchas de mis reproducciones quedaron destrozadas en las volcaduras o quebradas en las fosas. Escuché a las multitudes aclamar a los caudillos en sus entradas triunfales con sus claros clarines. Presencié la muerte del Rey Darío, los asesinatos del Príncipe Francisco Fernando en Sarajevo y de John F. Kennedy en Dallas. Cargada de símbolos soy la testigo de la historia.
Los nómadas luchaban contra animales feroces protegiéndose unos a otros. Sin embargo, una vez establecidos al reconocer derechos de posesión, quisieron más territorios. Surgieron los jefes de clanes, los señoríos, los reinos y los imperios, y con ellos la guerra y la desigualdad. Los más fuertes acumularon poder y riqueza transformando pacíficos vehículos en temibles aparatos destructores.
Leonardo Da Vinci diseñó vehículos blindados y carros de asalto, que no fueron fabricados porque ingeniosamente él también los saboteó colocando encontradas mis reproducciones. Nada de armas imbatibles hasta la I Primera Guerra Mundial, cuando los ingleses inventaron el tanque de guerra, movidos por orugas metálicas, colocándome dentro de ellas en bandas sin fin.
Para que haya reflexión se necesita reposo, condición indispensable para escribir una autobiografía. Mi principal problema para relatar mi existencia es, precisamente, el constante movimiento a que estoy sometida. Pero debo compartir mis recuerdos por ser universalmente conocida, sin olvidar, como señala Emil Ludwig, –quien dice ser el padre de la biografía– que “la verdad, las excitaciones de la lucha, del sufrimiento y del triunfo palpitan”, en mi caso, en las acciones.
Dos innovadores sobresalieron en mi perfeccionamiento: en 1885 el ingeniero escocés R. W. Thompson cambió mi recubrimiento de caucho sólido por neumáticos; y en 1939, Charles Goodyear descubrió la vulcanización, gracias a lo cual muchas de mis reproducciones siguieron siendo útiles, aunque ahora al eliminar las cámaras de aire soy más segura y… desechable.
No obstante, debo compartir una reflexión que no presagia optimismo sobre mi futuro, y tiene que ver necesariamente con mi utilidad. La tecnología avanza a velocidad vertiginosa. Los vehículos de transportación terrestres y aéreos seguramente prescindirán de mi. Los modelos de ficción muestran aparatos que despegarán y serán estacionados por sistemas de aire comprimido. Se eliminarán las grandes pistas de los aeropuertos, las terminales de los sistemas ferroviarios y será perfeccionada la maniobrabilidad de los vehículos en reducidos espacios. Quizá me mantenga, sin ser objeto de cambios, en las sociedades atrasadas.
El biógrafo está irremediablemente unido con quien escribe de sí mismo. Biografía y autobiografía tienen la misma materia prima: la vida de otros. Yo soy y soy otra. Al hablar en primera persona hablo de la otra que también soy. El biógrafo, señala Emil Ludwig, “lo único que precisa es la imaginación. Por eso el biógrafo está más emparentado con el poeta que con el historiador”. Tal vez recurrí inconscientemente a la imaginación. Si así fuera, espero que otros recuerden o precisen lo aquí escrito, ya que al relatar estas memorias lo hago comprometida con la verdad.
Por elemental sentido de reconocimiento, cedo todos los derechos de esta obra al Heritage Transport Museum, que se ha ocupado de conservar y exponer la evolución de que he sido objeto. También agradezco a Life Time, las fotografías que exhibe en dicho lugar. Por lo pronto, el mundo seguirá rodando.