19 junio,2018 6:50 am

Ayotzinapa: una generación que despertará conciencias

Tryno Maldonado
Metales Pesados
 
El ambiente en la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Brugos de Ayotzinapa durante estas semanas es muy distinto al de los últimos tres años y ocho meses. Desde que se perpetró la desaparición forzada de los 43 normalistas en Iguala, la generación de los jóvenes que sobrevivieron a los ataques de la noche del 26 de septiembre del 2014 no volvió a ser la misma.
En los dormitorios, conocidos también como “cubis” entre los normalistas, los ánimos tienen un sabor agridulce. Por un lado, los futuros profesores han vuelto de sus prácticas profesionales recibiendo el cariño de sus alumnos y de sus familiares, quienes los llenan de regalos en agradecimiento a su buen desempeño. Pero, por otro lado, la presencia de la ropa, los tenis y los útiles de algunos de los desaparecidos se manifiesta todavía en los cubis, atesorados con el orden y el cuidado de las reliquias. Mi amigo Verde, uno de los sobrevivientes, me confiesa, por ejemplo, que ha guardado las pertenencias de sus ocho compañeros de dormitorio desaparecidos y que las ha llevado consigo en cada cambio de grado académico y dormitorio. No permite que nadie las toque, pues teme que sus “hermanos” de generación no las encuentren a su regreso. Hermanos. Es así como los llaman. Y a mi pregunta expresa de cuál dirían ellos que es el mayor rasgo de identidad de Ayotzinapa que la diferencie de otras escuelas, no dudan en nombrar todos el mismo: la hermandad.
La razón de estos ánimos encontrados tiene que ver mucho con que, dentro de un mes, esta generación se graduará de Ayotzinapa. Aunque después de los ataques y la desaparición forzada la matrícula se reabrió de manera excepcional para evitar que el gobierno cerrara la escuela por falta de alumnos, en los salones los 43 lugares de los futuros profesores desaparecidos –así como de los tres caídos– quedaron vacíos. Sus compañeros decidieron no utilizarlos hasta saber de sus hermanos.
El próximo 13 de julio, cuando tenga lugar la clausura de esta generación, las 43 butacas quedarán sin ser utilizadas. La intención de algunos compañeros, según plantean en estos días, será nombrar a cada uno de los desaparecidos durante la clausura y otorgarles de forma simbólica el título de licenciado en educación. Un título por el que ellos y sus familias apostaron todo.
Un grupo de alumnas de la Normal Rural de Cañada Honda de visita en Ayotzinapa por última vez antes de su graduación, cuenta que la FECSM (Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México) considera elegir un nombre generacional alusivo a los 43 desaparecidos para cada una de las 16 normales rurales del país.
Los padres de familia de los normalistas desaparecidos también tienen sentimientos encontrados. En sus casas, durante la comida, suelen hablar con profunda tristeza de lo mucho que les gustaría que sus propios hijos ocuparan su lugar durante la próxima graduación.
Los sobrevivientes de la generación del 26 de septiembre de 2014 son doblemente dignos en su disidencia. No sólo fueron víctimas de un cruel ataque orquestado por el aparato de violencia del Estado y el crimen organizado, sino que además se confrontaron con sus familias y se escaparon de sus casas después de los hechos trágicos para volver a la normal. Actuaron así con la esperanza –por entonces perdida– de continuar con su formación como docentes, pero sobre todo con la decisión de unirse a las búsquedas y a la lucha. Hoy, tres años y ocho meses después de ese doble acto de disidencia, repiten una idea que piensan abrazar de aquí al futuro: a donde quiera que vayan después de salir de la escuela que les dio todo, se llevarán en sus corazones el recuerdo de sus hermanos y sembraran la semilla de esa conciencia y esa lucha en las regiones del país a donde irán a formar a más jóvenes como ellos.
Si el Estado mexicano pretendía terminar con uno de los mayores semilleros de conciencia social, jamás pudo haber errado tanto en su objetivo: esta generación, como en su tiempo ocurrió con la generación de Lucio Cabañas o la de Genaro Vázquez, saldrá a los rincones marginados de todo el país a despertar conciencias, a formar mexicanos y mexicanas críticos y a diseminar la semilla de la organización.
He tenido la suerte de que esta generación que termina ahora en Ayotzinapa me considere su amigo desde hace casi cuatro años. Y desde aquí, quiero que sepan que cuentan con un hermano.
Bienvenidos a lo que no tiene inicio. Bienvenidos a lo que no tiene fin. Bienvenidos a la lucha eterna. Algunos le llaman necedad. Nosotros le llamamos esperanza.
 
En Twitter: @tryno