25 enero,2024 4:33 am

Azucena y los colegas

Humberto Musacchio

 

Discreta pero firme, Azucena Uresti salió de Milenio Televisión e inicialmente sólo mencionó que se iba por las “circunstancias actuales”, lo que el gremio interpretó que la despedida de la colega tenía detrás presiones que le impedían dar una razón más precisa.

En la mañanera del día siguiente, el presidente López Obrador recogió un guante que nadie le había lanzado y dijo: “Me gustaría que esta periodista Azucena dijera cuáles son esas circunstancias especiales que se están viviendo y por las que deja la televisora. Ojalá hablara. Conozco al dueño de Milenio, Francisco González, es un hombre serio, mi amigo puedo decir, pero nunca me atrevería, no lo he hecho nunca en mi vida, (a) hablarle al dueño de un medio de comunicación para que censure a un periodista”.

Milenio emitió un boletín que atribuía la salida al hecho de que la periodista iba a desempeñar su trabajo en otra empresa, y ya, pero AMLO, en la mañanera del día siguiente, con su peculiar sintaxis expuso su versión, diciendo que uno o dos años antes “la estaban contratando en Latinus y los de Milenio le dijeron que no se podía eso, pero porque Latinus, porque además de que pagan muy bien ahí y están en contra de nosotros y la señora, la dama, periodista, ha estado en contra de nosotros abiertamente”.

Carlos Loret de Mola escribió que “la periodista había ido sufriendo una sistemática escalada en la vigilancia editorial sobre su espacio estelar: todos los días llegaba a su oficina un emisario para cerciorarse de los dos o tres temas que no debía tocar, había otro supervisor encargado de que los dos o tres temas que sí se tocaran salieran al aire con menos cafeína, el guión de su programa estaba bajo estricta supervisión superior, le habían exigido dejar de expresar opiniones en Twitter y cancelar su columna en Opinión 51, y en una ocasión incluso ‘se cayó la señal’ justo cuando abordaba un asunto espinoso para Palacio Nacional’” (El Universal, 23/I/24).

En su despedida de Milenio, Azucena Uresti dijo algo que sabemos muy bien los periodistas: “Los ciclos terminan y llegan los momentos de definiciones”. Luego, ya en su noticiero de radio, agradeció a Grupo Fórmula, donde tiene varios años, “su respaldo y confianza… en estos tiempos en el que el periodismo está bajo acoso, bajo amenaza y bajo ataques constantes”.

Para Raúl Trejo Delarbre (Crónica 22/I/24), “la salida de Azucena Uresti del noticiero estelar de Milenio, acontece en una circunstancia de acoso del gobierno al periodismo crítico. Todas las mañanas, el Presidente de la República difama, agrede y/o se mofa de periodistas que difunden noticias y apreciaciones que le resultan incómodas”, y agregó que “el actual gobierno, igual que los anteriores, maneja la publicidad oficial de manera discrecional. Igual que antes, se favorece o presiona a las empresas de medios con contratos y beneficios. Ahora, además, desde el poder político se ha creado un clima de hostilidad y persecución contra periodistas que incluye descalificaciones frecuentes y la develación ilegal de datos personales, entre otras formas de amago.”

El colega Leopoldo Mendívil reprodujo precisamente en Milenio (21/I/24) lo que señala Amnistía Internacional de la actual política de comunicación: “López Obrador y otras figuras destacadas del Estado han adoptado una retórica tan violenta como estigmatizante contra los periodistas, a los que acusan regularmente de apoyar a la oposición. (…) En sus cuatro años de mandato, el presidente ha calificado a la prensa mexicana de ‘parcial’, ‘injusta’, y de ‘desecho del periodismo’”.Y lo dice un gobernante que no ha podido impedir el asesinato de periodistas, por lo que Reporteros sin Fronteras sitúa a México en el lugar 128 de 180 en lo referente a las condiciones para el ejercicio periodístico.

Rafael Cardona recordó en Crónica la muy lamentable frase de un José López Portillo indignado ante la crítica: “No pago para que me peguen”. Pero le siguieron pegando y hoy nada queda del carismático personaje que empezó su sexenio con aires prometedores y terminó en el olvido o, peor aún, en el desprecio, y no por culpa de los periodistas, sino por sus propias acciones y declaraciones.

Moraleja: los sexenios terminan, pero el periodismo sigue.