9 octubre,2017 7:33 am

Buscando una salida ciudadana

Jesús Mendoza Zaragoza

 

Definitivamente, el gobierno no ha podido, no puede y no podrá. Con las condiciones del sistema político mexicano, no hay gobierno que pueda hacer frente a la violencia que invade el país para abrir un camino sostenible hacia la paz. Una década perdida llevamos con una estrategia multiforme que no sirve, por la sencilla razón de que ha sido una burda simulación. Y con esta ruta, vamos hacia ninguna parte. No hay salida.

Hay cansancio y hay enojo, mucho enojo social hacia los gobiernos, hacia todos los gobiernos. Si en algo han coincidido todos ellos es en la incapacidad para abordar la inseguridad y la violencia de una manera responsable. Algunos, como los gobiernos municipales, han sido incapaces porque no tienen los recursos necesarios y hasta están en situación de vulnerabilidad ante la delincuencia organizada. O de plano están cooptados por ella. Los otros, los gobiernos estatales y el federal, simplemente hacen mucho ruido con lo que dicen y lo que hacen. Son como una maquinaria que funciona de manera imponente pero no produce nada.

El gobierno, ese ente que sólo logra administrar la violencia lleva años dándole vueltas a la crisis que vive el país con tantas tragedias familiares, comunitarias y sociales. Da vueltas alrededor de sí mismo pues no ha puesto en el pueblo su punto de referencia. En otras palabras, no tiene las condiciones necesarias ni siquiera para contener la espiral de violencia, mucho menos para afrontarla con eficacia.

Una primera condición que haría competente a un gobierno para afrontar la violencia sistémica que padecemos tendría que ser el entorno democrático. Los ciudadanos, y creo que la mayoría, no nos sentimos representados por nuestros gobiernos ni por nuestros legisladores. No nos representan a nosotros y, por lo mismo, ellos se representan a sí mismos y a sus intereses. Por ello, no se sienten obligados a responder a las emergencias cotidianas que la violencia nos arroja. Los procesos electorales, y se avecina uno muy decisivo, consisten en un juego pactado entre ellos, entre los partidos y entre los dueños del dinero. Mientras nuestra democracia no sea más participativa que formal, ellos no escucharán los clamores ni los llantos de los pueblos ni dejarán de simular. Sin democracia no hay salida, sin el respaldo de los ciudadanos, los gobiernos están atrofiados.

Otra condición necesaria para que los gobiernos tengan capacidad para ofrecer seguridad y para avanzar hacia la paz es la reducción sustancial de la corrupción. Evidentemente, se trata de una condición ausente. La delincuencia organizada ha avanzado en el país gracias a la corrupción, que campea por todas partes, sobre todo en la administración pública. En este sentido, los gobiernos corruptos no son aptos para la construcción de la paz ni para diseñar estrategias eficaces para frenar la inseguridad. Están tan distraídos en sus negocios ilegales y sucios que no tienen ya energías para el servicio público. Hay que tener en cuenta que la corrupción en México es sistémica y no anecdótica.

Estas dos condiciones señaladas, creo que son lo mínimo necesario para creer que el gobierno haría algo significativo en este y en todos los demás temas que requieren su intervención decidida a favor del país. Simplemente, no podemos esperar que se den las transformaciones necesarias para que el país mejore. La política gestionada desde el poder público es parte del problema y no puede ser parte de la solución.

Lo que ha sucedido a partir de la intensa movilización ciudadana después de los terremotos que azotaron al país en el mes de septiembre, abre una puerta y nos deja ver que, si bien no podemos confiar en el gobierno al no contar con las condiciones necesarias, los ciudadanos somos una opción viable y, en muchos casos, confiable. Hay un inmenso potencial que está ahí, en millones de ciudadanos que se mueven solidariamente ante la emergencia, sin importar más que el sufrimiento de los demás. Esos mil gestos de compasión y de empatía que hemos presenciado, manifiestan una gran riqueza que está en el alma de los ciudadanos esperando la oportunidad de ser explotada.

Con este inmenso potencial social y político, puede abrirse un camino de reflexión y de diálogo en el seno de la sociedad. Necesitamos fortalecer nuestra autoestima y nuestra fe en los ciudadanos. Tenemos que construir convicciones tales como la indispensable participación de los ciudadanos para construir la paz y para mejorar las condiciones del país. La paz no llegará sin nuestra participación y no la podemos esperar, en las actuales condiciones, como resultado de las acciones del gobierno.

Pero, por otra parte, no podemos resignarnos a mantener un gobierno ineficiente y viciado. Necesitamos otro tipo de gobierno, un gobierno que tenga arraigo en la sociedad y con una configuración más democrática, un gobierno que nos represente de manera real y que no esté secuestrado por la corrupción.

Y, para concluir, sería estupendo que la sociedad, manteniendo una actitud solidaria como se manifestó en días pasados, armara su propia agenda para imponerla en el próximo proceso electoral. Los partidos políticos no tienen mucho que decirnos y sí tienen mucho qué escuchar. ¿Sería posible ver el proceso electoral como la oportunidad para hablar fuerte y para encarrilar las campañas de los partidos hacia el México profundo del sufrimiento y de la esperanza?