22 agosto,2018 6:28 am

¡Cácaro!…

José Gómez Sandoval
Pozole Verde
 
(Tercera y última parte)
 Tizoc

  1. Dirige Ismael Rodríguez. Con María Félix, Pedro Infante y Andrés Soler. En la síntesis de Aurrecoechea no sólo caben las exégesis político-sociológicas de investigadores profesionales: incluyen lo que los espectadores mexicanos intuimos sin tanto saber. Como María Candelaria, dirigida por Emilio Fernández, Tizoc “pretende retratar lo sublime del indio a la vez que proclama que su retrato más fiel es su caracterización más burda y racista: el sonsonete supuestamente indígena del cándido Tizoc, el andar a saltitos, el tupé de Pedro Infante, una ficticia poética pastoral y una ‘profunda’ ‘filosofía natural’, que se expresan en la capacidad del personaje para entenderse con cenzontles y otro animalitos de la naturaleza”.

El declive de la Época de Oro del cine mexicano empezó cuando éste quiso competir con Hollywood con superproducciones. En Tizoc (donde se usan trajes típicos prestados por el Museo del Traje Mexicano) se presenta a México como destino turístico. “Tizoc… es un solitario, rechazado y marginado, no por la sociedad colonial, sino por sus ‘hermanos de raza’”, por ser el último descendiente de príncipes tacuates y pretender a la mixteca Machinza. Como María Candelaria, muere sacrificado, “no por la mano del hombre blanco, sino por las de bárbaros y sangrientos indígenas que los detestan por bonitos”.
Con seguridad, a los cinéfilos espontáneos que desde que vieron a Pedro Infante de tupé y disque hablando “como indito” y a la soberbia María Félix intentando inútilmente poner cara de humilde y cariñosa, sufrieron un ataque de indignación… y terminaron divirtiéndonos con tanta pretenciosa tontería escénica y argumental, lo que sigue sustentará su indignación y tal vez hasta propicie un descargo de conciencia: “No sólo resulta increíblemente cínico presentar a un indio como un alma pura, inocente y virginal después de los padecimientos sufridos por los indígenas reales a lo largo de la historia de México, sino que Pedro Infante haya sido premiado como mejor actor en el festival de Berlín por el papel más patético de su carrera. Premio que habla de la construcción imaginaria del buen salvaje con que sueña el romanticismo mexicano y europeo no por ello menos ridículo y caricaturizado”.
El vampiro

  1. Fernando Méndez, director. Con la actuación de Abel Salazar, Carmen Montejo, Ariadne Welter y Germán Robles. El antiguo tema del vampiro ya había sido filmado por el alemán Friedrich Murnau y, en el cine gringo, interpretado por Bela Lugosi (quien fue enterrado con su disfraz de vampiro), el vampiro mexicano fue muy aplaudido aquí y en otros países por los seguidores del cine de horror. El cácaro comentarista anota que el guión es convencional, pero que la realización es respetuosa de las reglas, atmósferas y convenciones del cine de vampiros, y además de destacar la genial interpretación de Germán Robles, recuerda “el poder de la estaca clavada en el pecho, la ambientación nocturna y romántica, los vestidos vaporosos y sugerentes de las mujeres jóvenes, los gestos crispados y enfáticos, los paisajes boscosos surcados de niebla, el aullar del viento, la presencia del libro antiguo que explica la historia, los pasajes y túneles secretos, la frialdad polvosa y las telarañas del ambiente, la mezcla de hacienda colonial y castillo europeo…, los carruajes y ataúdes, la solemnidad con que actúan los personajes, la sonorización dramática” y “prácticamente todos los elementos que dicta el canon del género” en la película de Fernando Méndez.

Si Tizoc representa el triunfo ridículo del cine mexicano en el extranjero, El vampiro viene siendo el canto del cisne de la llamada Época de Oro. Se dice que Germán Robles fue el primer vampiro que enseñó sus colmillos en la historia del cine, que la película era la única mexicana que había sido doblada a 50 idiomas y el único largometraje de terror que conservaba la cinemateca del Museo de Arte Moderno de Nueva York. El éxito de la cinta fue tan grande que el mismo año Robles y compañía filmaron El ataúd del vampiro, propiciando “una larga y delirante serie de cintas de horror a la mexicana, protagonizadas por vampiros, momias, hombres y mujeres lobo, nahuales, lloronas y otros esperpentos”, como la saga de luchadores contra monstruos de toda laya.
La cucaracha

  1. Otra vez Ismael Rodríguez de director, con la actuación de María Félix, Dolores del Río, Pedro Armendáriz, Ignacio López Tarso, Antonio Aguilar y Flor Silvestre. Para el comentarista, los cineastas han interpretado el movimiento revolucionario de 1910 “con las ópticas del testimonio, el melodrama, la aventura, la tragedia o la comedia y le han dado los más diversos tratamientos, incluyendo los más disparatados” (como El tesoro de Pancho Villa, exhibido a partir de 1954). Olvidando filmes como Se llevaron el cañón para Bachimba o ¡Vámonos con Pancho Villa!, de Fernando de Fuentes, y aun La sombra del caudillo, la cinta prohibida de los Bracho, el cácaro asegura que un párrafo de El laberinto de la soledad, ese donde Paz empieza: “Como las fiestas populares, la Revolución es un exceso y un gasto, un llegar a los extremos, un estallido de alegría y desamparo, un grito de orfandad y júbilo, de suicidio y vida, todo mezclado”, pudo haber sido escrito después de ver La cucaracha, película que “lleva la idea de la ‘fiesta de las balas’ a su extremo más caricaturesco, encubierta con un velo de solemnidad trágica… En La cucaracha, añade, la Revolución encuentra sus espacios privilegiados en el campo de batalla y la cantina y se presenta como la oportunidad inmejorable de morir a lo macho, entre bravuconadas, balazos, cañonazos, mentadas de madre, canciones, aullidos, carcajadas, mucho tequila y mezcal y algo de sexo arrebatado. En este sentido, es una de las mayores apologías de la violencia y uno de los retratos más crueles del pueblo que ha hecho el cine mexicano, al que no duda en mostrar como entusiasta carne de cañón”. En la famosa novela de Mariano Azuela, Los de abajo, empezando por el jefe Demetrio Macías, sólo saben que se van a “la bola”, en La cucaracha “no hay más explicación del por qué se andan matando sus protagonistas que aquella que afirma que lo hacen por la ‘Revolución’ y por orden de ‘mi general Francisco Villa’”.

En La cucaracha todos los participantes son muy machos. Empezando con María Félix y cerrojando con Dolores del Río, quien tras la muerte de su esposo “comienza lamentando la matanza mientras deambula como alma en pena por el campo de batalla vestida de negro y con un velo cubriéndole la cabeza, pero que, una vez enamorada del coronel Zeta (El indio Fernández), terminara portando sombrero ancho y empuñando el máuser, con las cananas cruzadas al pecho y la furia inyectada en la mirada”.
El esqueleto de la señora Morales

  1. Dirigió Rogelio A. González, con Arturo de Córdova y Amparo Rivelles. Para el comentarista, eso de que la película es “la obra cumbre del cine de humor negro a la mexicana” es un lugar común que se hizo mito. Argumenta que el humor negro ya había aparecido en Él (1952) y Ensayo de un crimen (1955), de Luis Buñuel, a las que considera mejores que la de González. “Y sin embargo –escribe, lamentoso–, la que la crítica señala como la obra excepcional de la vertiente es esta última (la de González), quizá porque las otras ya habían ganado su lugar en el canon del cine mexicano con otros argumentos”, y en plan tundidor, afirma que la mejor actuación de Arturo de Córdova no es la del taxidermista que envenena a su esposa en El esqueleto de la señora Morales, sino la del celoso y devoto marido obsesionado con asesinar a su cónyuge en Él.

Para nosotros, en Él, Arturo de Córdova, con todo y su “voz profunda y aterciopelada”, ofreció una de sus peores interpretaciones y Ensayo de un crimen –alejada casi por completo de la novela de Rodolfo Usigli por la batuta surrealista de Buñuel–, resulta tan obtusa y aburrida como la cara dura de Miroslava y Ernesto Alonso, que la protagonizan. Más, creemos que el éxito o la fama del filme de González se debe a la contradicción permanente de los personajes y a la redondez del argumento, coronada por la negra ironía. Éste resultó de una adaptación libre del cuento El misterio de Islington de Arthur Machen que hizo Luis Alcoriza, quien había participado en el guión que filmó Luis Buñuel.
Tanto compara Aurrecoechea la película de González con la de Buñuel que más valdría que hubiera anunciado las de éste para que platicara más de la de aquél. Al final, “ambas cintas comparten una visión mordaz de la moral conservadora y santurrona, se burlan de la mojigatería y presentan al matrimonio como una especie de prisión asediada por el deseo, los celos y el afán de posesión…”.
Al último dice que “mientras Él termina con el magnífico final del celoso transformado en apacible monje, la señora Morales acaba envenenada, descuartizada, cremada y convertida en abono para plantas”, y algo hay de eso, pero algunos recordamos que en las últimas escenas aparece el esqueleto de la señora Morales sin mácula, completito y erecto.
Amasijo de talentos
Rocha (el coordinador), Hernández, Luis Fernando y Magú son caricaturistas de la vida política y social de México que de vez en cuando se dan un quien vive con temas de interés nacional. Su intervención en escenas famosas es ingeniosa y, cada que pueden, crítica y criticona a más no poder. Su irreverencia sobre algunas películas es suprema, como suele ser el intuitivo sarcasmo popular. Con el comentarista Juan Manuel Aurrecoechea se hicieron uno para recontarnos la época de Oro del Cine Mexicano en Monos según su histórica, sensata y loca versión. Sobra decir que el amasijo es de primera calidad y que su título no pudo haber sido más certero, aunque cada vez queden menos salas de cine donde griten:
–¡Cácaro, ya deja la botella!