Florencio Salazar
El temor es el miedo a la muerte. José Antonio Marina.
Era una niña linda. En su rostro ovalado sobresalían sus grandes ojos, serenamente cubiertos por sus cejas de curvatura de uva. La nariz ligeramente ancha y luego la boca hecha una sonrisa. El pelo cae sobre sus hombros con ligeras ondulaciones. Su mirada era optimista; el optimismo de la vida.
Camila tenía ocho años. Secuestrada por la madre de una amiga, que la invitó a una “albercada”. Unas horas después apareció su cuerpo a la vera de la carretera de Taxco. La secuestraron, no esperaron el rescate y murió por asfixia. La noticia se ha vuelto viral por la víctima y sus consecuencias.
Las cámaras de los negocios próximos al domicilio de los secuestradores dieron cuenta de los hechos. Los vecinos se agolparon frente a la casa, pidieron la intervención de las autoridades. Las horas pasan y se incremente la furia del grupo cada vez más numeroso, ante la presencia de policías impávidos.
Se agota la paciencia de Fuente Ovejuna. Entra la turba al domicilio de los secuestradores, los lincha; una mujer muere y sus dos supuestos hijos son golpeados sin miramientos. El alcalde taxqueño afirma haber buscado por teléfono, durante todo el día, a la gobernadora Evelyn Salgado, sin resultados. Dos días después, la gobernadora lamenta los hechos en X. No se sabe de una llamada a la madre de la inocente.
Con la telefonía celular se puede hablar prácticamente desde cualquier parte del mundo, a cualquier hora. ¿No informaron a la gobernadora para no molestarla? ¿Ella pidió no ser perturbada por hechos de esta naturaleza? Hay colaboradores que son un lastre. Creen que la mejor forma de servir es no alterar el descanso o las vacaciones del jefe. Hay registro de los costos de tales decisiones.
Pero la parálisis del equipo también puede ser consecuencia de la concentración excesiva del poder. Nadie hace nada si no es por orden expresa. Así los colaboradores se vuelven cortesanos. No desempeñan las atribuciones que les otorga la ley y, por lo tanto, tampoco cuidan la espalda de sus superiores. Su lema es: “No hacer olas”, aun cuando corran el riesgo de que todos sean ahogados por la tempestad.
Yo tengo a la gobernadora por una persona educada y de buena fe. Sin embargo, los gobernantes se miden por sus resultados, no por sus intenciones. Para que el desempeño del gobierno sea eficaz se debe actuar con prontitud y acierto. En el gobierno no se juega a la escuelita. En las manos de los gobernantes están los bienes y hasta la vida de los ciudadanos.
La muerte siempre sorprende por más que queramos hacernos los fuertes. Nadie se acostumbra al dolor de las pérdidas irreparables. Cuando se quita la vida a una persona se ejerce un poder supremo porque el hecho carece de retorno. No hay nada que mitigue. Solo la angustia, muchas veces soterrada, por la impotencia y el temor. Los guerrerenses tenemos miedo, pero también fatiga. Hay que evitar que esta última caiga en la desesperación y el arrebato.
La gobernadora Salgado ha recibido muchas muestras de malestar social, económico y político. Tiene todavía la oportunidad de recomponer su gobierno, rodearse de personas mejores que ella, que es como se hacen los buenos equipos. Algunos desconfían de la sobresaliente capacidad de sus colaboradores; olvidan que todo lo que ellos hagan le suma al jefe. No obstante, no hay que pasar por alto otra condición insustituible: el jefe es uno solo.
Recuerdo que, recién electa, el Dr. Eduardo López Betancourt, el senador Félix Salgado Macedonio y la gobernadora asistieron a una sesión del Grupo ACA. Ahí dijo López Betancourt que gobernaría una triunvirato: Evelyn, Félix y él. En ese momento –pensé– se cortó la cabeza el jurista, pues el poder no se comparte y no se comparte con nadie, así sea el padre o el esposo. El ejercicio del poder Ejecutivo es individual e indivisible. No se elige a una familia y la responsable es una sola persona. Hay que tener presente que el Ejecutivo es únicamente la gobernadora; los secretarios son sus auxiliares.
La mirada de Camila era ajena a los riesgos de la maldad. Ojalá su rostro nos inspire para comportarnos como los seres humanos que, se supone, somos. Y que ilumine a quien gobierna.