20 octubre,2017 6:04 am

Carlos Fonseca, el artista de museos narrativos

Adán Ramírez Serret

 

En el suplemento cultural Babelia, del periódico El País del pasado sábado 14 de octubre, en el artículo de portada, Iván de la Nuez escribe sobre novelas, sobre escritores que involucran a las artes visuales en su narrativa, dice: “Hay un arte que no necesita museos firmados por arquitectos estrella, ni patrocinadores, ni dinero público, ni ferias, ni bienales, ni comisarios de postín. Ese arte necesita lectores y está en los libros. Desde estos, algunos escritores incluso han conseguido para el arte lo que buena parte de la vanguardia buscó obsesivamente sin alcanzarlo del todo: su más radical desmaterialización”. De la Nuez escribe este artículo pensando en cuatro autores, en Vicente Luis Mora, Alicia Kopf, Verónica Gerber Bicecci y María Gainza. Yo, pienso en un autor de estirpe parecida, en Carlos Fonseca (San José, Costa Rica, 1987).

Se trata de un autor sumamente original, pues comenzó estudiando matemáticas, para dar el salto a la filosofía y, no conforme con estas dos disciplinas, pasó después a la literatura, en donde se convirtió en un alumno brillante del recientemente fallecido Ricardo Piglia. Fonseca ha escrito hasta ahora dos novelas publicadas en editorial Anagrama que lo han convertido en uno de los escritores más originales de la literatura latinoamericana, pues sus libros marcan una pauta, abren un camino que posiblemente sea el de la literatura del futuro, de lo que está por venir en el siglo XXI.

El debut novelístico de Carlos Fonseca fue en 2015 con la novela corta Coronel lágrimas, una historia que es un día en la vida de un excéntrico matemático francés recluido en Los Pirineos. Se trata de una virtuosa estrategia narrativa en la cual parecieran ser cámaras simultáneas que observan al coronel desde diferentes puntos. Es una especie de relato cubista que hizo a la crítica considerar a Fonseca como uno de los narradores más originales.

Este año, recientemente publicó lo que hasta ahora ha sido su novela más ambiciosa, Museo animal. Para hablar de ella me parece que podemos retomar las líneas del principio que hablan del arte que vive ya no en las galerías si no que ha perdido toda materialidad, o más bien se ha encarnado en el lenguaje.

La historia del arte, de las artes plásticas durante el siglo XX fue trepidante y cambió de manera absoluta todos los paradigmas. Sin duda podemos pensar en todas las vanguardias, en el cubismo, en dadá o el surrealismo, pero también en nombres de artistas, de genios, como Marcel Duchamp o de Giacomo Brancusi, que revolucionaron de tal manera el arte, al grado que podemos decir que inventaron uno nuevo. Fonseca en Museo animal retoma las ideas de algunos de estos artistas y comienza a plantearse mediante diferentes historias preguntas como ¿qué significa la obra de arte? Así, uno de sus personajes más geniales y excéntricos, es una mujer norteamericana que se desaparece en Latinoamérica para terminar en una apocalíptica torre en Puerto Rico tomada por indigentes y transformada en una ciudad autosuficiente en donde hay peluquerías, se vende y se fuma crack y motocicletas funcionan a modo de elevadores. En esta torre siniestra y fantástica vive esta mujer en espera que la policía la atrape y la lleve a juicio para que entonces descubran la obra, el relato demencial que ha escrito durante toda su vida, construido con recortes de periódicos, libros de moda y un sinfín de cachivaches.

Finalmente, para seguir pensando en esta novela-pinacoteca de Fonseca, debemos recordar una de las novelas más extrañas y reverenciadas de la literatura argentina, Museo de la novela eterna, de Macedonio Fernández. Obra que tiene muchas similitudes con la de Fonseca, desde el título sin duda, pero también en la obsesión por la obra dentro de la propia obra. Así Museo animal es una muestra de cinco pequeñas novelas con un tono distinto cada una de ella.

Hay libros, hay autores como Fonseca que parecen venir del futuro para decirnos que la tradición, la poética, es lo que siempre sobrevivirá al mundo “real” y a las modas.

Carlos Fonseca, Museo animal, Ciudad de México, Anagrama, 2017. 430 páginas.