7 marzo,2019 7:36 am

Celebran los nahuas de Zitlala el ritual sincrético de la batalla de los Xochimilcas

El entusiasmo del pueblo superó la zozobra por la ola de asesinatos derivados de una lucha entre grupos del crimen organizado.

Joven se prepara para la batalla de los Xochimilcas

Zitlala, Guerrero, 7 de marzo de 2019. Las cinco horas de peleas a puñetazos entre vecinos de Zitlala no son una rivalidad sino una fiesta. Es una tradición que dejaron los tatarabuelos y que los pobladores conservan y conservarán, pues hay peleadores desde los 8 años.
La pelea o batalla de los Xochimilcas es un ejemplo del sincretismo cultural del país. Un ritual ancestral del pueblo nahua celebrado en la víspera del Miércoles de Ceniza que da inició a la Cuaresma.
Plácido Tianguis Jiménez, ha peleado como xochimilca en unas 50 ocasiones desde 1988 y ha sido en más de 10 ocasiones capitán, que es la persona que organiza y representa a un grupo de peleadores; además de pagar la música y dar de comer en su casa a los participantes, vecinos y hasta visitantes.
Es del barrio de la Cabecera, antes conocido como Santa Mónica en Zitlala y nos recibe en su casa para platicar de la singular tradición.
Esta ha sido la primera vez que recuerda que su barrio no participaría en la fiesta porque la invitación de parte de las autoridades organizadoras la recibió en la víspera. “Fue fuera de tiempo. Me voy a sentir mal porque no hay xochimilcas de la Cabecera”.
El Mangadito
Don Plácido, hijo de un Xochimilca, hermano de otros cinco y padre de uno, recuerda que hace unos 30 años el ritual iniciaba ocho días antes cuando el grupo de peleadores era encabezado y amenizado por una figura que ha desaparecido y ha sido sustituida por una banda de música de viento: El Mangadito.
El Mangadito que era representado por su padre, cuenta, portaba un gabán y un sombrero y cargaba una tamborita para tocarla acompañada de cantos en náhuatl para realizar una especie de danza en las esquinas con las que se invitaba a los jóvenes a participar en las peleas.
Y aunque tiene alguna noción de lo que pudiera ser el origen de la tradición, asegura, que lo importante es que la tradición no se pierda.
“Antes, hace años, al pueblo de Zitlala, pobre e indígena, llegaba gente de otros pueblos y querían invadir todo esto, querían robar todo lo que tenía. Aquellos puebleños decían: ‘sabes qué: mira, nos vamos a disfrazar, la cosa que no nos conozcan y nos vamos a defender a puños o a como sea’. Y así fue que llegó la fiesta de Xochimilcas”.
“En el pueblo de Zitlala se quedó esa tradición, esa pelea. Defendieron todo lo que tenían para comer, que no les robaran el frijol y el maíz. Es una tradición que nos dejaron nuestros antepasados, nuestros abuelos, tatarabuelos y la seguimos conservando. Es una fiesta pero no hay una rivalidad, tu ya peleaste y al ratito te encuentras (con el peleador) por ahí en el camino y no te vuelves a pelear. Es una tradición y no hay rivalidad. Esa es la idea, que mantengamos nuestra costumbre”.
“Mis papás, mis abuelos, fueron peleadores, fuimos viendo esas fiestas, esas tradiciones y las conservamos todavía”.
La fiesta
En efecto, desde el lunes por la tarde, peleadores ya recorrían bailando al son de música de viento las empinadas calles de sus barrios para recoger a peleadores, realizar una danza en la explanada de su templo católico y regresar a la casa del capitán para organizar la pelea del martes de carnaval.
Los peleadores portan enaguas de zitlalteca, color azul marino y bordada con colorida flora y fauna locales con vivos de lentejuela, huipiles blancos, pañuelo debajo de un rústico sombrero y otro para tapar la cara. Y unas gafas negras.
En el ritual previo y en la batalla participan niños desde los 8 años de edad, que se cubren el rostro, se colocan su sombrero, se vendan los puños y se colocan latas de aluminio alrededor de la cintura.
Antes de la pelea del martes, alrededor de las 2 de la tarde, en la casa del capitán se empiezan a concentrar los peleadores; las señoras de mayor edad, conocidas como nanas, participan amarrando fuerte en la cintura del peleador un rebozo.
Los niños y jóvenes se colocan la indumentaria que ahora en algunos incluyen máscaras de modernos luchadores; comienzan a llegar los integrantes de la banda de música y se empieza a repartir el caldo de res, de pollo, los tamales o el huevo guisado en salsa verde con tortillas hechas a manos recién salidas del comal.
También empieza a circular el mezcal, el tequila y las infaltables cervezas frías para mitigar los altos grados de temperatura y los nervios antes de la pelea.
El pueblo se divide en dos grupos rivales: el barrio de San Mateo se junta con la Cabecera o centro para enfrentar al barrio de San Francisco, ubicado en la parte alta y norte, aliado con el pueblo cercano Tlaltempanapa, ubicado en las faldas del municipio.
Para el historiador, Eduardo Sánchez Jiménez, la pelea actual entre barrios tiene su origen en la conformación y administración de la actual cabecera y es utilizada en el marco del rapto de mujeres como tributo a la triple alianza, su defensa pero también la de sus tierra y el poder local.
Para las peleas no hay una preparación física. No se necesita, la mayoría de los combatientes se han hecho fuertes y rollizos por su pesado trabajo en los campos de cultivo. Zitlala, un municipio de unos 30 mil habitantes, sigue siendo un pueblo campesino, ahora con muchos profesionistas. Y donde aún se conserva la lengua materna.
El nuevo formato de instalar un cuadrilátero en el centro de la plaza con postes y malla metálica, gradas metálicas alrededor y soldados y policías estatales en permanente vigilancia han acartonado la celebración.
La zozobra por la ola de asesinatos derivados de una lucha entre grupos del crimen organizado, es rebasada por el entusiasmo del pueblo. La gente sale a las calles a ver a los peleadores danzantes, los niños y jóvenes participan en el baile y las feroces batallas. Y hasta las adolescentes se animan a pelear a última hora fuera del ring en un día soleado.
En los alrededores hay vecinos, curiosos visitantes, fotógrafos, periodistas, vendedores de comida, garnachas, botanas y cervezas. La fiesta se ha vuelto a celebrar en Zitlala y perdurará a pesar de los pesares.
Texto y foto: Luis Daniel Nava