23 septiembre,2024 6:11 am

Cien años de Sergio Magaña

La República de las Letras

Humberto Musacchio

 

Cien años de Sergio Magaña

 

Nacido en Tepalcatepec, Michoacán, en 1924, Sergio Magaña escribió Los suplicantes, su primera obra teatral, a los 18 años, pero conoció un gran éxito en 1953, al estrenarse Los signos del zodiaco, pieza que se pone una y otra vez y siempre ofrece nuevas visiones e interpretaciones. Luego se estrenó Moctezuma II, que sigue interesando a los directores y al público. En 1953 incursionó en el teatro infantil con El viaje de Nocresida, obra que escribió con Emilio Carballido; cinco años después se presentó El pequeño caso de Jorge Lívido, luego de siete años se llevó a la escena Los motivos del lobo, otro de sus mayores triunfos, y en 1967 Los argonautas, donde replantea sus propuestas teatrales. Fueron grandes éxitos y, como ocurre con muchos triunfadores, su producción disminuyó en cantidad y probablemente en calidad durante década de los setenta, cuando la casa de Sergio, en la calle de la Santa Veracruz, era casi diariamente reunión de amigos, trago y diversión. Fue en esos días cuando trabajó como redactor de la oficina de prensa del INBA, donde injustamente ganaba lo mismo que quienes empezábamos entonces en el trabajo periodístico. Un golpe a su ánimo fue que Arturo Ripstein no lo llamara para hacer el guion de El castillo de la pureza, obra basada en un caso de la vida real, pero que inevitablemente remite a Los motivos del lobo. Sergio se quejaba amargamente de que su amigo José Emilio Pacheco hubiera aceptado encargarse del guion. Por fortuna, Magaña volvió a tener éxito en 1980 con Santísima, espectáculo musical que se representó en México y España. No fue tan afortunado como autor de cuentos y de una novela, pero fue un buen crítico teatral y un maestro querido y admirado. El gran dramaturgo murió en 1990 y con él se confirmó que los genios también tienen altibajos.

 

Ciclo sobre los 43 de Ayotzinapa

 

El gobierno hace como que investiga la desaparición de los 43 de Ayotzinapa, pero cada vez que avanzan las averiguaciones se cancelan por cualquier motivo y el funcionario metido a detective queda fuera del caso (¿verdad, Alejandro Encinas?). La razón es que en los últimos diez años se han realizado mítines, desfiles, protestas poco amables, reuniones de autoridades con los normalistas y con sus padres, a los que el gobierno ha dividido. Abundan los testimonios, las hipótesis, las irregularidades, contradicciones, encubrimientos y burlas a los derechos humanos, como ocurrió con los torturados, muertos y culpables fabricados. Se ha detenido a ciertos militares y algunos civiles, luego los han liberado y en algunos casos han vuelto a prisión, pero no se ha podido avanzar ni un centímetro para llegar a la verdad de lo sucedido. El GIEI (Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes) se estaba acercando al fondo del asunto y sencillamente se le dijo adiós. El próximo jueves se cumplen diez años de la noche negra de Iguala, de la que Peña Nieto nos endilgó una mentirosa “verdad histórica”, y el actual ya ni promete aclarar los hechos. Por eso es importante ver el ciclo de documentales Ayotzinapa 10 años, del lunes 23 al jueves 26 de septiembre, a las 22:00 horas, en el espacio Tiempo de Filmoteca de TV UNAM.

 

Una historia de la puntuación

 

Circula en México un libro que se antojaba necesario: Signos de civilización. Cómo la puntación cambió la historia (Ed. Godot, 2024), del noruego Bärd Borch Michalsen, quien narra cómo la escritura, nacida en Mesopotamia, unos 3 mil 500 años antes de nuestra era, constaba sólo de consonantes y que fueron los griegos quienes le añadieron las vocales, en tanto que algunos signos de puntuación aparecieron hace unos 20 siglos en Alejandría, aunque dejaron de usarse con la caída del imperio romano. Sin embargo, hasta el siglo XV los libros se escribían a mano, sólo con mayúsculas y con todas las palabras pegadas, pero con Gutemberg apareció la imprenta y se modernizó la tipografía y también la puntuación, pero se exalta la aparición de la imprenta y se olvida la importancia de los signos ortográficos. El hecho es que la puntuación facilita la lectura y aporta el ritmo, la precisión y otros atractivos al texto. La ausencia de puntuación obligaba a que la lectura se hiciera en voz alta, pues había que dar significado a las frases, pero al propiciar la lectura en silencio se hizo más fácil la comprensión del contenido, lo que significó un poderoso impulso al desarrollo de la civilización.

 

Resbalones con el Himno

 

En la más reciente pelea del Canelo Álvarez, Camila Fernández, nieta de Vicente Fernández, mostró que no se sabe la letra del Himno Nacional Mexicano, pues en vez de decir “Profanar con su planta tu suelo”, cantó “Profanar con su plata tu tierra”, lo que suponemos no se refería a los capitalistas gringos, pues estaba en Estados Unidos. Por eso le sugerimos que al entonar el canto patrio o lo que ella cree que es el Himno, mejor aborde asuntos que le cuadran más con la vida mexicana de hoy, y le proponemos que cante algo así como “Más si osare un maldito vendido / Celebrar sus transas de dinero / Piensa, oh, paisa, que caerás al suelo / Por ser igual que un legislador”.