4 mayo,2024 5:09 am

Claman en Acatlán a la naturaleza por lluvia y fertilidad de la tierra por medio de rituales sincréticos

Tlacololeros, kotlatlastin y tecuanis, suben al Tepehuehue, donde, como cada año, desde tiempos prehispánicos, llevan su anhelo de lograr cosechas abundantes

 

Acatlán de Chilapa, Guerrero, 4 de mayo de 2024. La población de Acatlán, tlacololeros, kotlatlastin y tecuanis, subieron al Tepehuehue para clamar a la naturaleza por lluvia y fertilidad de la tierra.
Ante el cambio climático, el ex comisario Florencio Díaz Nejapa asegura que se espera un buen temporal pues confían en el sincretismo católico y prehispánico: hemos subsistido y habrá buena producción.
Es un sacrificio, dice Brayan de 14 años, minutos antes de ataviarse como tecuan y pelear para ofrecer su fuerza y sangre al dios Tláloc.
Acatlán, de 10 mil habitantes, pertenece a los pueblos nahuas de Guerrero. Preserva una identidad cultural basada en su lengua, la cosmovisión del universo, la ritualidad a la naturaleza y la organización comunitaria.
La población se dedica a la agricultura, al comercio, a la elaboración de velas y confección de huipiles y enaguas bordadas a mano. Las nuevas generaciones cuentan con carreras profesionales.
Los rituales agrícolas, conocidos como el Atzatzilistli, se practican del 25 de abril al 5 de mayo en el cerro de Oztotempan, en Atliaca, en los montes ceremoniales y manantiales de agua de Acatlán y Zitlala.
Además, se hacen en la cueva de Oxtotitlán, un sitio de la misma comunidad que tiene plasmadas pinturas rupestres con deidades olmecas de más de 2 mil 500 años de antigüedad.
Es una conciliación entre la festividad de San Marcos, ceremonias y rituales a la madre tierra así como la adoración de la cruz cristiana.
El 2 de mayo los participantes suben el Cruzco (cerro de la cruz) o Tepehuehue (el monte grande) con mucho fervor.
Lo hacen desde la madrugada para recorrer 12 kilómetros cerro arriba entre veredas y una docena de cruces en el camino a las que le son encendidas velas.
Para el ex comisario Florencio Díaz Nejapa más allá de pedir la lluvia, la ceremonia en el Tepehuehue es un clamor a la naturaleza.
“Todo esto es una petición de lluvias, pero siempre he dicho que es un clamor. Nosotros hacemos el grito de exclamación donde convocamos al fuego, a la madre tierra, al agua y a los vientos del norte.
“Son cuatro puntos cardinales, debemos tomar en cuenta los cuatro elementos fundamentales”.
El compromiso del comisario o tlayacanqui, dice, es velar por el pueblo, por eso ofrenda y pide que haya fuego para que la madre tierra pueda ser fértil, que el agua se evapore para convertirse en lluvia y que los vientos den el oxígeno a la comunidad.
“Se viene a clamar, a pedir que tengamos una buena producción en el campo. Es la finalidad de toda la comunidad”.
Por la mañana, los tecuanis lanzan sus plegarias, hincados y en silencio en las tres grandes cruces y una roca que es un centro ceremonial que hay en el monte, prenden fuego y ofrendan sus trajes que simbolizan la piel del felino.
Al mediodía llegan los tlacololeros con cadenas de flores de cempasúchil, ramos de flores silvestres y velas. Lo hacen danzando y lanzando truenos con un chirrión en la mano.
Los pobladores aseguran que esa danza tan representativa del estado surgió en esta comunidad. Otros pueblos como Chilpancingo y Chichihualco también reclaman su origen.
En el centro ceremonial además hay cuatro mujeres que portan una rama de tomoxóchitl, la flor del corazón de los cerros.
Sus novios ataviados como tecuanes se las entregaron como símbolo de un compromiso, de un eventual casamiento.
El tomoxóchitl nace en los órganos que crecen en la cúpula de los encinos de 20 a 30 metros de altura y que se encuentran en el cerro o en los peñascos de las barrancas, explica el profesor Jesús Adonaí.
Las peleas de los tecuanis inician a la 1 de la tarde. Se dividen en adultos, jóvenes, adolescentes y niños.
Las máscaras prehispánicas del felino son elaboradas con cuero de res. Los peleadores portan trajes amarillos, rojos y verdes, así como guantes de boxeador cubiertos con piel de vaca curtida.
En la espalda hasta debajo de la cintura les cuelga una cola hecha de pañuelos rojos.
Son batallas feroces, en la que los peleadores llegan a sangrar de la boca o nariz. Ese es el ofrecimiento.
Brayan empezó a pelear a los 8 años. Inició la tradición porque ya lo hacían sus hermanos, su papá, tíos y abuelos.
“Siempre he pensado que sirve para pedir la lluvia. Cuando peleo me siento nervioso al principio, pero con energía porque estoy haciendo una gestión que va a ayudar a nuestro pueblo. Es como mi sacrificio”, dice hoy a sus 14 años.
De 73 años, Lucio Alegre Izoteco, es un tecuan retirado. Su primera pelea la hizo cuando tenía 11 años. “Peleamos bien chingón”, recuerda.
A la par de las peleas, en otro punto se ha empezado a repartir el caldo rojo de gallina.
En la colecta que se hizo semanas antes y lo adquirido un día antes, las autoridades juntaron más de 50 gallinas de rancho que fueron sacrificadas para dar de comer a la comunidad. También hay dos grandes tambos con tamales de frijol.
Poco después de las 2 de la tarde inicia el rosario principal. Los vecinos bajan las pesadas cruces de madera y se realizahace una pequeña procesión. Cada cruz también ha sido adornada con una bandera de México.
“¡Alabemos y ensalcemos a la Santísima Cruz! ¡Y entre música y flores al corazón de Jesús!, entonan los rezanderos y mujeres.
Luego las familias y participantes bajan hasta el punto conocido como Apatlakon, en el río Atempan.
Ahí son recibidos con música de una banda de viento y cohetes por parte de una comitiva de autoridades y exautoridades. Todos se dirigen al centro de la población para degustar un pozole y mezcal.
La jornada ceremonial ha concluido y la gente lo celebra con un baile al ritmo de la banda.
Mientras, en el Tepehuehue, ya que el centro ceremonial está despejado se escuchan los gritos de los kotlatlastin o los hombres del viento.
Es una danza compuesta por alrededor de 50 hombres con vistosas camisas verdes con pañuelos y morrales de ixtle, pantalones blancos, máscaras de madera y largas trenzas multicolores.
Son guiados por el sonido de un teponaztli, una especie de tambor de origen prehispánico hecho con un tronco hueco de madera maciza.
Llevan otro tronco de un metro y medio, pintado en espiral. Servirá para que los danzantes tirados al suelo, boca arriba, realicen malabares con los pies.
Los kotlatlastin aguardan por horas en las partes más altas del centro ceremonial antes de hacer su aparición.
Jesús Macario es el segundo comisario del pueblo y es parte de la organización de la ceremonia.
“Es una herencia cultural que nos dejaron nuestros padres y a ellos nuestros ancestros cuya vida está plasmada en nuestras cuevas.
Dijo que se busca un buen temporal por medio de la intercesión de los cuatro elementos de la naturaleza.
Cada año, dice, participan de 3 mil a 5 mil personas.
“Necesitamos posicionarnos como nuestra idea, nuestra mente y la cultura con la que crecimos. En esta ceremonia se participa desde que se tiene uso de razón, desde los 7 años uno ya tiene ganas de vestirse, de participar, de ofrendar”.
–Este año se vislumbra una sequía, hay muchos incendios forestales, ¿qué esperan para este año?, se le pregunta a Florencio Díaz.
–A simple vista puede que no haya muchas lluvias, pero confiamos en la otra parte, si va a haber producción aquí, hasta la fecha todos los tiempos ha habido mucha, hemos subsistido y hemos caminado durante esta temporada y así queremos seguir. Tenemos dos caminos, uno de nuestra creencia que es occidental, que es la de católicos-cristianos y la otra es nuestra cultura prehispánica.

El Komulian

Este viernes 3 de mayo la ceremonia se trasladó al Komulian o lugar donde nace el agua dulce.
Danzantes y peleadores ofrendaron con velas y flores a las cruces y a los manantiales de agua que abastecen a la comunidad de Acatlán. El sitio se encuentra en la entrada del pueblo.
En la ceremonia participa una variedad de danzas como Las Muditas, Los Mecos o Los Rebeldes, que escenifican la desobediencia de la población a la conquista espiritual, además de los tlacololeros que en esta ocasión ruedan por el monte.
Antes de las ceremonias, las autoridades manifestaron su desacuerdo a que terceros intervengan en la tradición con intención de explotación comercial o turístico sin consentimiento o información ante las instancias de la localidad.
Los tres puntos que objetan son las representaciones del ritual propiciatorio de lluvias con fines comerciales, la promoción en términos turísticos a algunos puntos de su territorio como las pinturas rupestres de Oxtotitlán y la ceremonia de pelea de tigres.
Además de rechazar la intervención en los espacios y tiempos rituales de la comunidad.
“En años recientes asisten a nuestra comunidad ciudadanos del municipio de Chilpancingo para realizar sus propias actividades –ajenas a nosotros– en los mismos espacios y mientras nosotros llevamos a cabo nuestras actividades rituales.
“Portan sus vestimentas, máscaras y música que no pertenecen a nuestra ritualidad y la sobreponen entre las actividades que nosotros realizamos”.
Insisten que el ritual de petición de lluvias –Atsatsilistle– que se efectúa y que sus antepasados han hecho desde tiempos inmemoriales no tiene fines de lucro, comerciales, de competencia o protagonismo.
El documento Pronuncionamiento comunitario ante el uso no consentido y la apropiación cultural de nuestro patrimonio inmaterial está fechado el 30 de abril y es firmado por el comisario Margarito Benítez Zicapa; el presidente del Comisariado de Bienes Comunales, Eduardo Díaz Mauricio y el presidente del Consejo de Vigilancia, Emilio Laguna Hilario.

 

 

 

 

Texto: Luis Daniel Nava/ Foto: José Luis de la Cruz