3 octubre,2024 5:23 am

Claudia empieza su gobierno

 

 

Humberto Musacchio

 

 

La llegada de una mujer a la Presidencia de la República Mexicana debe constituir un orgullo para todo demócrata. Ya está en el puesto más alto de la República una dama culta, de honestidad impoluta, con experiencia política y estudios del más alto nivel.

Claudia Sheinbaum desciende de una pareja de migrantes búlgaros que llegaron a México durante la persecución nazi: su abuelo, un pequeño industrial sacó adelante a su familia a fuerza de imaginación y mucho trabajo; la abuela, hermana del científico social Enrique Semo, una extraordinaria lectora que solía compartir sus hallazgos intelectuales con todo mundo.

El padre de la flamante Presidenta, ingeniero químico, continuó al frente de la empresa fundada por su padre, con un ejemplar respeto por los derechos de los trabajadores, sabedor de que todo emprendedor tiene buenos resultados cuando se organiza y se paga debidamente el esfuerzo de los obreros, creadores de la riqueza.

La madre de la Presidenta, la doctora Annie Pardo Cemo, es una bióloga celular que pertenece al Sistema Nacional de Investigadores y cuenta con estancias de investigación en la Washington University de San Luis Missouri; en la Universidad de Illinois y en el Departamento de Patología del Baylor College of Medicine de Houston, Texas. Es profesora emérita de la UNAM y ha recibido múltiples distinciones en México y en el extranjero, entre otras el Premio Nacional de Ciencias.

Los padres de Claudia Sheinbaum participaron en el movimiento estudiantil de 1968. Ellos le inculcaron un profundo sentido de responsabilidad social que se manifestó desde sus años de estudiante y durante más de cuatro décadas.

En su toma de posesión, la hoy mandataria presentó un amplísimo programa en el que destaca su preocupación por las mujeres, por la educación, la salud y la cultura. Por encima de lo anterior, tendrá el lastre de la mísera economía que le dejó su antecesor y la inseguridad que azota al país. Sin un combate frontal contra la criminalidad no habrá progreso, y ella lo sabe muy bien. Se acaba la absurda y sospechosa política de “abrazos, no balazos” o México seguirá hundiéndose.

No será fácil la tarea de la flamante presidenta. Muchos políticos de Morena tratarán de usar la popularidad de su antecesor con fines particulares. La firma Enkoll le concede a AMLO 77 por ciento de popularidad, pero para el último año del sexenio El Financiero sólo le reconoce 58 por ciento, índice muy superior al de Enrique Peña Nieto, que fue de apenas 32 por ciento en su año final. Sin embargo, para decepción de los seguidores de AMLO, las encuestas de ese diario le dan a Vicente Fox 64 por cierto y a Felipe Calderón 66 por ciento para el mismo lapso, mientras que Consulta Mitofsky, al iniciarse el sexto año de gobierno, le da a Peña Nieto, 38 por ciento, pero al gris Ernesto Zedillo le concede casi 55 por ciento, al nefasto Calderón 56.6, a Fox 57.9 y a Carlos Salinas –¡Agárrense!—73 por ciento. Por su parte, Reforma dice que Fox tenía 64, Calderón 66 y AMLO apenas 58 por ciento.

Las encuestas ofrecen índices muy variables y de ninguna manera perdurables. Tan es así, que hoy Salinas es un desterrado al igual que Calderón y Peña Nieto, mientras que Fox ladra exigiendo que le den una pensión mayor.

Nada permite suponer que los adoradores del tabasqueño lo mantendrán en el pedestal que se construyó. De modo que hacen malas cuentas quienes esperan el regreso del Mesías. Desde luego, los lamesuelas buscarán desestabilizar al Poder Ejecutivo, pero no sobra repetir lo que hizo el gran Lázaro Cárdenas para quitarse de encima a Plutarco Elías Calles y su Maximato: primero despidió a los secretarios de Estado más callistas, luego fue cambiando a los jefes de zona militar que consideraba desleales, después promovió el desafuero de un buen número de diputados y al final el caudillo sonorense fue detenido en su casa, precisamente cuando leía Mi lucha, de Hitler, para ser llevado al aeropuerto y echado del país. Y colorín colorado.

Las reformas y los problemas que promovió o bien ocasionó López Obrador son piedritas y piedrotas que dejó en el camino de la sucesora, pero ésta tiene con qué saltárselos, pues la Presidencia de la República no se comparte. Ojalá esté claro para todos.