19 mayo,2020 5:19 am

Como anillo al dedo… ¡o casi !

Abelardo Martín M.

 

Ni duda cabe que las pandemias y epidemias son males atribuibles a la mala suerte, el infortunio y hay hasta quienes las interpretan como castigo divino, aunque la razón y el pragmatismo recomiendan asumirlo como parte de la vida, parte de la evolución de la humanidad. El coronavirus es la primera epidemia en la historia de la humanidad que involucra a todo el planeta Tierra y, además, en “tiempo real” o como si ocurriera en una pequeña aldea como lo anticipó McLuhan.

El coronavirus desnudó y denunció las deficiencias o insuficiencias de los sistemas de salud de muchos países y también exhibió el agotamiento de un modelo económico, el llamado neoliberalismo, que a todas luces produjo injusticia, marginación y pobreza en el más amplio sentido de la expresión.

Esta pandemia, en el caso de México, ha permitido atraer toda la atención a un sistema de salud que, a todas luces, era deficiente, no sólo insuficiente y con  una metástasis de corrupción intolerable, más allá del modelo establecido que no prevé las enfermedades y se enfocó con graves carencias a atender a los enfermos.

Aparte, también obligó a voltear la mirada (y las políticas públicas) a los emprendedores, muy pequeños y medianos empresarios a quienes, ahora, se pretende apoyar no sólo para enfrentar la pandemia, sino para que de este modo se adopten medidas de mediano y largo plazo. Las economías avanzadas están construidas sobre la base de este sector y no sólo de las grandes corporaciones, a quienes se ha beneficiado casi siempre.

Es desafortunado, por supuesto, afirmar que la pandemia le viene a México “como anillo al dedo”, pero nunca un refrán ha sido tan apropiado para aprovechar y realizar cambios que, de otra forma, no hubieran ocurrido ni se hubieran precipitado para bien de México.

Es en este sentido que se adopta el plan económico anunciado por el presidente AMLO y que constituye el verdadero parteaguas del antes y el después del verdadero cambio al que se comprometió el actual gobierno. No es que se vea a la pandemia como viento fresco en el calor agobiante, pero su coyuntura permitió definir el rumbo y la decisión de atacar desigualdad e injusticia; aclaró que los sistemas de salud y educación son el instrumento para garantizar equidad e igualdad de oportunidades para todos, sin distinción, ni tampoco son el negocio de unos cuantos.

Lo viven ya las naciones que antecedieron a México en la expansión de la pandemia del Covid-19, y lo vislumbramos ahora en el territorio nacional y en Guerrero: parar la economía, suspender las actividades y confinar a la población en sus hogares es muy complicado, pero probablemente es todavía más difícil abandonar el encierro y regresar a la normalidad.

La enfermedad nos cambió, trastocó la realidad en la que vivimos y el retorno no será tan fácil como un regreso a clases, de hecho, las primeras damnificadas que el virus desarticuló. En las escuelas hay la sensación de que recuperaremos los lapsos perdidos, por necesidad o por circunstancias. Y desde luego las sociedades cuidan a sus alumnos y a sus maestros.

Cuando la epidemia llegó a México, los casos eran tan pocos que la población y las autoridades, pese al gran despliegue informativo internacional que la precedió, tardaron en darle importancia, aunque la contundencia de los primeros contagios encendió rápidamente las alertas. La Secretaría de Educación Pública federal determinó la suspensión a partir del 20 de marzo. Pero cuando en Guerrero, como en otros estados, los primeros casos de infección empezaron a conocerse por ahí del 15 de marzo, instituciones como la Universidad Autónoma de Guerrero decidieron adelantar el cierre desde el día 17. Luego se sumaría el resto del aparato educativo estatal.

En otros lugares y sectores, la realidad de pobreza y necesidad económica se impone, y a ello abona la incredulidad y la desinformación. El resultado es que desde los mercados públicos hasta otros sitios donde transcurre parte importante de la actividad comercial, incluso en las grandes ciudades como Chilpancingo y Acapulco, pese a las medidas que las autoridades ordenen, la gente continúa su vida “normal”, sin prevenir ni cuidarse mucho. El resultado terrible es el alza de contagiados y muertos, que pudo haberse reducido mucho más aún.

En Guerrero tenemos ya más de 800 casos registrados de covid-19, pero lo más lamentable es más de una centena de fallecimientos, con una tasa de letalidad de más del 13 por ciento, cuando el promedio nacional es de alrededor del 10 por ciento, también muy alta frente a las cifras promedio mundiales, que no rebasan los siete puntos.

En esos escenarios, en México se planea el retorno a la normalidad. No será sencillo, ni siquiera conceptualmente. Por eso se habla de una “nueva normalidad”. Pero si es nueva, ni es realmente normalidad ni habrá propiamente retorno.

Bizantinismos aparte, por lo pronto, a nivel nacional se ha planteado el criterio de que regresen a sus actividades los municipios llamados “de la esperanza”, aquéllos que no han tenido ningún caso, tampoco en sus colindancias.

En Guerrero son doce municipios libres de la infección. Sin embargo, el gobernador Héctor Astudillo ya observó que al menos dos de los municipios limítrofes colindan con regiones oaxaqueñas que sí tienen casos positivos de covid, por lo que los doce sólo son en realidad diez. Y para no correr riesgos, de plano ha decidido que el confinamiento continuará en todo el territorio estatal el resto del mes.

Así es la vida en tiempos del Covid, entre la angustia de la mayoría de la población por reanudar las actividades que les signifiquen algún ingreso, y el temor ante un virus para el que todavía no hay, ni vacuna desarrollada ni medicamentos eficaces reconocidos para combatirlo, y ante el cual la única prevención es la receta conocida: quédate en tu casa.

El Covid-19 no se ha ido, está como animal rapaz atento al descuido de su presa, pero lejos de ser un castigo divino o muestra de infortunio, se convirtió en una gran oportunidad para no sólo corregir, precipitar un conjunto de acciones para corregir la economía, la desigualdad, la marginación y establecer, claramente, que primero los pobres, aunque muchos beneficiarios del modelo económico anterior griten o chillen escandalosamente.