5 mayo,2018 8:10 am

Con estoicismo y humor, Gabriela Guerra Rey aborda los claroscuros de Cuba en “Bahía de sal”

Texto: Tatiana Maillard/ Foto: Cuartoscuro
Ciudad de México, 5 de mayo de 2018. El recuerdo se hizo palabra y Gabriela Guerra escribió: “Se amarró el cordón de la bota de cadete al gatillo del arma, un AKM ruso muy utilizado por terroristas y guerrilleros. Se acomodó el pie a cierta distancia, y puso la boca del AKM sobre la lengua. Haló el pie y se voló los sesos”. Era la primera línea de una historia que tituló El soldado, un recuerdo de adolescencia, cuando vivía en Cuba, la patria a la que ha dedicado dos libros: el primero, una serie de memorias que tituló Nostalgias de La Habana, y el segundo, la novela Bahía de sal (Editorial Huso), con la que ganó el premio Juan Rulfo de primera novela 2016 y que presentó en Ciudad de México pocos días después de que la presidencia de la isla fuera tomada por un hombre con otro apellido distinto al de Castro.
Desde hace ocho años, Gabriela Guerra Rey vive en México, país del que adoptó la nacionalidad. Es corresponsal de la agencia Prensa Latina. En su departamento hay pedacitos de isla: está presente en las figuras de ornato, en los posavasos y en los pececillos que nadan hasta donde les permiten los muros de cristal de su mar en miniatura.
“Una vez –cuenta a El Sur– entrevisté a Leonardo Padura. Él dice que el cubano deja la isla con una especie de amor-odio, pero que una vez en la distancia, el amor se impone al odio. Aunque yo conozco a quienes se encuentran del otro lado de esa barrera. En mi caso, salir de Cuba me permitió escribir”.
Las primeras líneas de ficción que escribió, fueron las que dedicó al soldado. Era un novio de adolescencia que se mató tal cual lo relata y que Guerra envolvió en una ficción sobre el funeral, al que en realidad no asistió. Dejó el relato y tiempo después escribió otro, sobre la vida en una bahía donde los habitantes consideraban tenerlo todo, pese a las penurias, al grado de no tener intenciones de salir de ahí y conocer qué había más allá de su pueblo. Luego escribió sobre algunas ceremonias yoruba, y de un recuerdo de la infancia.
“Yo no sabía que tenía todo eso ahí dentro –dice Guerra–. Cuando sales de Cuba, la gente te pregunta cosas, porque hay muchos mitos. Te lanzas a hablar, hablar, hablar incansablemente sobre el tema”.
Ficción y memorias
Después de tanto hablarlo, se dedicó a escribir. Bahía de sal es una novela compuesta por viñetas donde las fronteras del humor, cierta amargura, algo de crueldad y de estoicismo ante las adversidades, dan cuenta de cómo se las arregla uno para vivir, ya sea en una bahía, una isla, o un país incrustado en un continente.
“Cuando empecé a escribir, no deseaba hablar del sistema cubano, sino de lo que es un sistema totalitario, en cualquier lugar. Hay sitios donde ocurre de una forma más extrema que en Cuba. ¡Corea del Norte! Cada que un amigo mío regresaba de Corea del Norte con la cara pálida, yo pensaba: bueno, si estar ahí representa un trauma para los cubanos, es porque en verdad es algo muy extremo”.
En su mezcla de ficción y memorias, Bahía de sal retrata desde el despertar sexual de una niña de 13 años, hasta el espejismo de la llegada del progreso industrial a una población sumida en la pobreza, pasando por la crisis tras la caída del sistema socialista, la huida masiva en botes construidos con materiales precarios, los hábitos de los borrachos o el interminable ciclo de destrucción y reconstrucción tras el paso de los huracanes. También toca, de manera inevitable, el miedo a la orfandad, detrás de la muerte de un presidente que parecía eterno.
“Es una sensación que teníamos muchos cubanos. Nos costó mucho tiempo comprender que nuestro sistema no era totalmente bueno, porque uno de sus grandes aciertos, es el de trabajar ideológicamente a la gente para que se sienta feliz pensando: ‘estoy de lo mejor’. Ahora, una de las cosas que considero una razón de vivir es tratar de romper con todos los sistemas que nos dicen lo que se tiene que hacer”.
Mi jaula era la isla”
De los recuerdos de la escuela, también da cuenta en su novela. Las clases de historia, los héroes patrios, el mito, la exaltación, por un lado. Y por el otro, la emoción de los niños por ser, un día, defensores de su tierra. “Ese sentimiento, de que tú puedes dar la vida por tu patria, también lo tuve. Los patriotas que admiraba en mi infancia, son aún mis patriotas. Yo amo Cuba, pero una vez que crecí, fui definiendo ese amor de otras maneras. Bahía de sal es un homenaje a la gente, a sus historias. Necesité salir para recordar todas esas cosas y escribir”.
La nostalgia, dice, es una cosa muy cubana. Y vuelve a citar a Padura. En La novela de mi vida, el escritor cubano ubica al poeta José María Heredia como el modelo inaugural de la nostalgia por la isla. “Él inaugura la nostalgia por una tierra en la que sólo vivió tres años.  Y a pesar de ser tan poco el tiempo, su arraigo a la tierra es absoluto. A mí me decía Padura que salir de Cuba y no saber si se va a regresar es un castigo. Yo me fui de Cuba convencida, pero la decisión me ha costado. Hay cosas con las que uno aprende a lidiar, pero hay otras inexplicables, que ocurren dentro, y que se relacionan con la nostalgia, el desasosiego o la angustia”.
Sobre la libertad, Guerra fija una postura: “No se puede ser libre cuando te dicen qué tienes que hacer y cómo debes pensar. Definir la libertad es algo que tiene muchos caminos. Yo pienso así: inevitablemente, cada uno de nosotros está encerrado en una jaula. Si no sales de tu casa, la jaula son las paredes de tu hogar, en cambio, un astronauta que va y pisa la luna, tiene una jaula inmensa. Durante muchos años, mi jaula era la isla, porque no conocía nada más. Pero desde hace varios años, he decidido que los límites de mi jaula, serían los de mis fuerzas. Si no puedo expanderlas, es porque ya no puedo llegar a más”.