2 mayo,2023 9:01 am

Con José Agustín, presentan en Cuautla la reedición de la mayor parte de sus obras

A Juan José Arreola, la novela “La tumba”, uno de los libros del acapulqueño publicados ahora por Random House, “le producía un intenso horror y fascinación. Comentaba: ‘¡Cuántas barbaridades dice usted! Pero están muy bien escritas’”, recuerda la poeta Elsa Cross. En los libros del autor se preserva la autenticidad mediante el lenguaje, reivindica Enrique Serna en la Biblioteca Abraham Rivera Sandoval

Cuautla, Morelos, 2 de mayo de 2023. Por fuera, la Biblioteca Pública Abraham Rivera Sandoval, con su fachada blanca y avejentada de aspecto colonial, tiene más pinta de iglesia que de recinto laico dedicado a los libros.

Como está ubicada detrás del ex Convento de San Diego, cuenta Teresa Meneses, jefa de bibliotecas y patrimonio cultural de Cuautla, algunos turistas pasan junto a ella y, por reflejo, se persignan ante su portón de madera.

Nadie los culpa: finalmente los libros llaman también a un culto.

La tarde calurosa de sábado en esta localidad morelense, decenas de “peregrinos” ocuparon las sillas del lugar, atesorando primeras ediciones entre sus manos, mientras al fondo, donde estaría el altar hipotético, una gran mampara muestra la fotografía de un hombre de sonrisa amplia, socarrona y genuina, acompañado de dos palabras gigantes en rojo: “José Agustín”.

Se trata, claro, de uno de los autores mexicanos vivos que, de manera incontestable, llenan a cabalidad la definición de “escritor de culto”, aunque se sabe que todas las definiciones, por arbitrarias, nunca se ajustan a alguien como él.

Desde 1964, cuando apareció La tumba, su primera novela, José Agustín (Acapulco, 1944) ha convocado a miles de lectores en torno a una obra que, con desenfado y rebeldía, es en sí misma un momento de la tradición literaria del país.

A juzgar por la convocatoria lograda en la biblioteca, en uno de los cada vez más infrecuentes eventos con la presencia del autor, ese magnetismo no sólo sigue intacto, sino que va a la alza.

La ocasión tampoco es menor: la presentación de la reediciones de la mayoría de sus obras en el sello DeBolsillo, de Penguin Random House, en la ciudad que eligió como suya desde hace casi cinco décadas.

Pasadas las 18:00 horas, acompañado por los escritores Elsa Cross, Enrique Serna y sus hijos, José Agustín, de 78 años, llega al acto en silla de ruedas, de buenas, y el público sabe que en ese recinto laico de libros, está por oficiarse algo importante, aunque el autor, como le comunicará más tarde a Margarita Bermúdez, su esposa, tiene otros planes: “¡Hay que cotorrear!”.

Brillante y precoz

Elsa Cross conoció a José Agustín en 1963, cuando ambos asistían al taller literario de Juan José Arreola; ella tenía 17 años y él apenas 16.

Primera al micrófono durante la presentación, la poeta habla sobre el escritor, sí, como una colega que lo admira, pero también como su comadre y amiga de muchas décadas.

El texto que lleva preparado se titula ¡Diecisiete volúmenes!, como una declaración genuina de asombro ante la labor editorial que implicó reeditar ese número de obras, cada una con una nueva portada del artista Pedro Friedeberg y nuevos prólogos de escritores de generaciones posteriores.

Un camino que comenzó en ese taller donde, de forma brillante y precoz, José Agustín escribió La tumba.

“A Arreola ese texto le producía un intenso horror y fascinación. Comentaba: ‘¡Cuántas barbaridades dice usted! Pero están muy bien escritas’”, recuerda Cross.

Desde su silla de ruedas, José Agustín sonríe ante el recuerdo, con gesto pícaro.

Aquella fue la primera de una larga lista de barbaridades bien escritas, como Inventando que sueño (1968), Ciudades desiertas (1982) y La panza del Tepozteco (1992).

Como dos escritores de una generación crucial, ambos atravesaron por el México más represivo, el del 2 de octubre en Tlatelolco, con una juventud en la búsqueda de liberarse, en lo político y lo social, de los viejos esquemas.

La principal virtud de la obra de José Agustín, explica Cross, consiste en haber podido reflejar esta época en la que se buscaba, como vio reflejado en una pinta sicodélica en la calle, tumbarle la “r” a la palabra “revolución”.

“Y siento que es aquí donde se encuentra el núcleo más poderoso de su obra: en esta búsqueda de una evolución”, expone.

Más allá del reventón, una búsqueda trascendental que, asegura también Enrique Serna, se extiende hasta el terreno del lenguaje.

“Es un escritor siempre híper consciente de su lenguaje. En sus obras, el lenguaje se está mirando constantemente al espejo, a veces con fines paródicos, pero creo que sobre todo con el afán de preservar la autenticidad”, juzga. “Nada le molestaba más a José Agustín en su juventud y en su obra de madurez que caer en clichés literarios, porque en su obra las letras vivas están enjuiciando permanentemente a la literatura canónica”.

“Hay que recomendar todos los libros del Jefe”, invita el hijo menor del autor, José Agustín Tino Ramírez, quien, ante el consenso de los convocados al evento, sintetiza lo que representan esas nuevas ediciones. “Son un montón de libros bien chingones”, resume. Y su padre vuelve a sonreír, complacido.

Texto: Agencia Reforma

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