16 julio,2024 5:13 am

Concentrar el poder

Febrero 2024

 

 

Florencio Salazar

 

 

Nuestro cuerpo y mente son capaces de derribar todos los muros en cuanto vemos el camino a seguir. Stone y Zander.

 

 

El temperamento nacional es flemático, casi inane. Se nos viene el aluvión encima, parece que nos ahogamos, pero luego todo pasa o mejor dicho, no pasa nada. Nos gusta el confort. Nos acomodamos a las circunstancias. Ante los indeseable nos irritamos en privado y guardamos silencio en público. Los pocos atrevidos que se deciden a expresar desacuerdos son eso, pocos. En México hay tanta ciudadanía como opinión pública.

Somos un país acostumbrado a ser gobernado por hombres fuertes, por caciques. En la naciente República, Antonio López de Santa Ana dominó el escenario nacional durante 30 años, en el llamado periodo de anarquía; Porfirio Díaz, gobernaría otros treinta. Es decir, de en el Siglo 19, iniciado para los mexicanos en 1821 con la Declaración de Independencia, de los 79 años de país soberano, 50 de ellos fueron gobernados por dos hombres fuertes  (Santa Ana 30, Díaz 20 y 10 más en el siglo 20).

El PRI gobernó durante 77 años (1929-2000 y 2012-2018). Sin embargo, es obvia la diferencia entre el régimen monolítico y el democrático.  Dentro del régimen de la Revolución, entre un presidente y otro, hubo variaciones significativas, motivo por el cual se llegó a hablar de la ley del péndulo: un gobierno de izquierda era remplazado por otro de derecha. Son los casos de Cárdenas-Ávila Camacho, Miguel Alemán-Adolfo López Mateos, Díaz Ordaz-Echeverría. Por supuesto, no eran precisamente de izquierda ni de derecha.

Significativo del régimen priista es haber advertido la necesidad de compartir el poder, primero con reformas que no ponían en riesgo al propio régimen; y luego con otras de hondo calado, que crearon el pluripartidismo, en los que sí se disputaba el poder. Estos cambios hicieron posible la transferencia de la Presidencia de la República en forma pacífica. La gran estrategia de los ideólogos priistas fue impulsar las reformas como medio para sostener los principios de la Revolución Mexicana.

Sólo a través de las reformas oportunas pueden generarse cambios pacíficos. Se entiende que las reformas restan poder al gobierno e inciden en modificaciones al régimen. Ello significa que toda reforma política se hace a costa del poder para repartir parte de este entre diversos actores políticos y dar mayor impulso a la vía democrática.

Caso contrario, cuando se promueven cambios para concentrar el poder estamos ante contra reformas, que recuperan poder de diversas entidades políticas para favorecer un régimen autoritario. Los cambios cuando no son democráticos, por definición, son antidemocráticos.

Han comentado diversos analistas, como Moisés Naím, que es muy difícil –por no decir imposible– que triunfe una revolución armada en una país de economía media. Ello se debe a la fortaleza del Estado, que dispone de recursos económicos, fuerzas armadas de tierra, mar y aire, agrupaciones policiales y diversos recursos institucionales. El levantamiento del EZLN, por ejemplo, pudo ser arrasado en 24 horas porque los zapatistas –sin armas modernas ni suficientes– fueron rodeados por el ejército. La decisión del presidente Carlos Salinas de escoger la ruta del diálogo evitó una masacre.

Algunos opinan que la vecindad con Estados Unidos evitará que en México se instaure un régimen autoritario. Se olvida que Estados Unidos tiene intereses, no amigos. Si bien formar parte de su zona geopolítica de seguridad  no haría posible un régimen pro-ruso o chino, a nuestros vecinos poco les importaría que haya más o menos democracia si el gobierno mexicano se pliega a sus dictados, como ha ocurrido con los flujos de migratorios. Ante la muy probable victoria de Donald Trump, lo externo no da motivos para el optimismo.

Señala Hannah Arendt: “En el terreno de la política, donde el secreto y el engaño deliberado ha desempeñado siempre un papel significativo, el autoengaño constituye el peligro por excelencia; el engañador autoengañado pierde todo contacto, no sólo con su audiencia, sino con el mundo real, que, sin embargo, acabará por atraparlo porque de ese mundo podrá apartar su mente pero no su cuerpo”. Por ello, siempre será mejor, antes que la debacle, el retorno a la democracia plena.

Despertar el ánimo ciudadano es lo único posible para salir de nuestra condición acomodaticia.