26 noviembre,2018 10:55 am

Contra la violencia de género… a costa de nuestra vida

Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan
En Guerrero, somos las mujeres las que nos hemos armado de valor para hacer frente a la violencia que cotidianamente se ejerce contra nosotras. Hemos experimentado en carne propia cómo el aparato de justicia del Estado no es ninguna garantía para salvaguardar nuestros derechos. Representa más bien a los victimarios, los solapa y se colude con ellos. Estas malas actuaciones de las autoridades que atentan contra nuestra dignidad, engallan a los hombres que cobardemente hacen justicia por propia mano. Nada mueve a las autoridades para modificar sus protocolos de investigación. Los mismos patrones de conducta de los burócratas de la justicia  rayan en tratos discriminatorios y misóginos. Siempre tienen una carga peyorativa hacia el comportamiento sobre nuestros comportamientos. Cuando nos atrevemos a denunciar la violencia física y las violaciones sexuales, tanto los ministerios públicos como las mismas corporaciones policiales se empeñan en hacer escarnio de nuestro dolor. Su perversidad los lleva a tratarnos como simples objetos que nacimos para vivir bajo el yugo de quienes tienen la fuerza, el poder y el dinero. Nos estigmatizan al grado que las mismas investigaciones se nos responsabiliza de la violencia que sufrimos. Los juicios de las autoridades van siempre cargados de visiones miopes y torpes sobre nuestra honorabilidad.
Nos heredaron la visión machista del conquistador y la concepción puritana del conservadurismo religioso que endilga a las mujeres la encarnación del mal, como los seres que incitamos a la acción pecaminosa, las tentadoras y provocadoras de los hombres. Esta percepción dominante en el imaginario colectivo nos ha atado a un pasado que sigue reproduciendo una visión sexista, como la principal forma para definirnos como mujeres. Es una perversidad que trae aparejada una idea falaz de la superioridad de los hombres, que dentro de un régimen autoritario legítima la dominación y el sometimiento de quienes nos consideran seres inferiores. La misma cultura política y el modelo educativo nos ha inculcado esta concepción decimonónica del hombre que ejerce el poder y las mujeres que asumen el rol de súbdita.
Romper con estos paradigmas de la cultura machista y autoritaria ha sido una labor titánica para nosotras que hemos cargado a cuestas todo el aparato burocrático. Nos hemos visto obligadas a salir de nuestros espacios domésticos para hacer visibles realidades que mancillan nuestra dignidad. Esta lucha heroica nos ha costado muchas vidas, lo más doloroso es que nos sentimos impotentes ante autoridades insensibles y arrogantes, preocupadas solo por su imagen y carrera política.
El sojuzgamiento estructural que enfrentamos nos ha obligado a dar la batalla en todos los frentes: ante la figura paterna, con la pareja, en la escuela, la iglesia, nuestros centros de trabajo, en la vía pública, en la lucha política, frente a los medios de comunicación, en la conquista de nuestros derechos y en nuestra pelea interminable con las instituciones del Estado. Nuestra vida es un rosario de agravios, de ofensas, de burlas; de agresiones y golpes que hemos librado en todas las etapas de nuestra vida. Hemos tenido la fuerza y el temple para nunca sucumbir ni arredrarnos. Hemos podido superar la multiplicidad de obstáculos que van desde las amenazas hasta las agresiones con armas de fuego. Como mujeres nos negamos a ser rehenes del pesimismo y la derrota, de la desesperanza y la tristeza. Por el contrario hemos mantenido siempre nuestra fortaleza de espíritu para nunca desfallecer y tampoco perder ese sentido positivo y optimista de la vida. A lo largo de varias generaciones nos hemos negado a vivir estoicamente, a soportar en silencio las vejaciones de quienes nos han hecho la vida de cuadritos. A pesar de tantas ofensas y agravios hemos podido abrir caminos que dignifican nuestra vida. No somos presas del fatalismo y podemos decir con la frente en alto que le hemos perdido el miedo a quienes están acostumbrados a levantar la voz y a  golpear con el puño. Cuando los hemos enfrentado descubrimos su cobardía y pequeñez. Sus mentes enfermizas no solo buscan dañarnos en el cuerpo y en espíritu sino desaparecernos y sepultarnos, sin embargo, nuestra memoria y nuestra fortaleza como mujeres con historia y gran corazón, hemos podido remover estas estructuras maléficas que reproducen la violencia feminicida.
Es importante señalar que la pasividad de los gobiernos nos ha llevado a un escenario atroz en nuestro estado, en donde nosotras pagamos con nuestra vida el alto costo de la violencia y la inseguridad que se expande en todas las regiones. De acuerdo con los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública del mes de enero a octubre del presente año se registraron 45 feminicidios, con un promedio de 4.5 casos al mes. Por otra parte, reporta 213 asesinatos de compañeras en el mismo periodo y 176 casos de violación sexual. En los meses de agosto y septiembre la cifra se elevó a 7 feminicidios. De acuerdo con el recuento del periódico El Sur del 15 de septiembre al 15 de octubre, 15 compañeras han sido asesinadas. Once han ocurrido en Acapulco y los 4 restantes en los municipios de Coyuca de Benítez, Chilapa, Tlapa y Zihuatanejo. Acapulco sigue siendo el centro de la violencia feminicida que al igual que los demás asesinatos han permanecido en total impunidad.
Esta escalada de violencia contra nosotras se da en plena vía pública, los perpetradores accionan sus armas sin temor a ser detenidos e investigados. Los asesinatos han sido contra estudiantes, doctoras, maestras, investigadoras, amas de casa y comerciantes. Lo más cruento es que varias mujeres fueron desmembradas, mostrando toda la saña y la crueldad de personajes siniestros, que pululan en la ciudad. A pesar de la indignación y la protesta social de familiares, compañeros y compañeras, así como de organizaciones solidarias, los casos de feminicidios siguen multiplicándose. Por su parte, las autoridades demuestran su incapacidad y falta de compromiso con las mujeres para dar con el paradero de los responsables. Este clima de impunidad y de ineficacia en las investigaciones es el terreno fértil para que proliferen delitos de alto impacto, y que lamentablemente, pasen a formar parte de la vida cotidiana entre las y los guerrerenses. La complicidad que existe entre los cuerpos de seguridad pública con el crimen organizado ha permitido que los agresores se mantengan en la penumbra y se sientan intocables, porque saben que también la muerte es un negocio lucrativo que beneficia tanto a quienes supuestamente velan por la seguridad de la población, como quienes atentan contra ella.
La violencia contra las mujeres se enmarca en una estructura social que reproduce las relaciones de poder históricamente desiguales entre los hombres y las mujeres, donde la discriminación es una realidad omnipresente. De acuerdo con la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) la discriminación contra la mujer denota :“… toda distinción, exclusión a restricción basada en el sexo que tenga por objeto o por resultado menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio por la mujer, independientemente de su estado civil, sobre la base de la igualdad del hombre y la mujer, de los derechos humanos y las libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural y civil o en cualquier otra esfera”. En nuestro estado la discriminación se expresa fuertemente contra nosotras sobre todo las que estamos en el umbral de la pobreza extrema, específicamente madres y jóvenes de los barrios marginados y de las comunidades rurales donde el flagelo de la pobreza la padecen con toda su crudeza las mujeres indígenas y campesinas. Ese trato desigual que cotidianamente enfrentamos forma parte de la cadena de violencias de la que somos víctimas en los diferentes espacios donde interactuamos. Dentro del hogar y desde nuestra infancia somos silenciadas. Las prácticas y creencias nos orillan a interiorizar una falsa inferioridad. Los estereotipos que se nos impone por la sociedad dominante vulneran nuestros derechos y se nos obliga a asumir roles que atentan contra nuestra dignidad y honorabilidad.
Para la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CoIDH) las prácticas que se basan en estereotipos de género son contrarias a los derechos humanos porque perpetúan la subordinación de la mujer y se agrava cuando aquellos se reflejan en el actuar de los agentes del Estado. La creación y uso de estereotipos se convierte en una de las causas y consecuencias de la violencia de género.
Es muy importante que las autoridades del Estado conozcan y apliquen los instrumentos internacionales como la CEDAW y la Convención de Belém do Pará, sobre todo cuando investigan los casos de violencia de género y cuando administran justicia. Es de suma relevancia retomar los criterios de esta Convención cuando manifiesta que el derecho de toda mujer a vivir una vida libre de violencia incluye: “…el derecho de la mujer a ser libre de toda discriminación y el derecho de la mujer a ser valorada libre de patrones estereotipados de comportamiento y practicas sociales y culturales basadas en conceptos de inferioridad o subordinación”.
Las mujeres guerrerenses hemos alzado la voz en nombre de muchas compañeras que han sido víctimas de la violencia feminicida. En su nombre las hemos honrado al no permitir que estos delitos queden en el olvido. Su memoria forma parte de este patrimonio intangible, porque ya no estamos dispuestas a vivir bajo el yugo de los hombres que nos oprimen y de un régimen que nos estigmatiza y encubre a los perpetradores. Caminamos con la frente en alto, con la altivez de miles de mujeres que hemos logrado plasmar en esta Convención los más altos estándares que nos protegen de toda violencia que es ejercida de manera impune para mancillar nuestra dignidad.
Somos ejemplo de tenacidad y valentía porque a costa de nuestra vida enfrentamos a un poder político obtuso que no ha cumplido con su compromiso de proteger nuestros derechos y de dar cumplimiento cabal a la declaratoria  de Alerta de Violencia de Género contra las Mujeres en nuestro estado.
En el fragor de las batallas hemos ondeado la bandera  contra la discriminación y los estereotipos de inferioridad y subordinación. Luchamos por la igualdad y contra la violencia. Exigimos que las autoridades dejen de ser parte de este entramado delincuencial que es la causa de la violencia que busca destruir nuestro futuro y sepultar nuestros sueños como mujeres libres  de todas las esclavitudes.