7 marzo,2018 7:32 am

Crisis renacentista y literatura / 3

POZOLE VERDE
José Gómez Sandoval
Tres sonetos y el modelo del mundo
Preguntándonos cómo resintieron y expresaron los valores estéticos y la crisis renacentista de la segunda mitad del siglo XVI narradores y poetas, de la mano de José Pascual Buxó arribamos a la lectura de sendos sonetos de Garcilaso de la Vega (1498-1538), Luis de Góngora y Argote (1561-1627) y Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645), a través de los cuales es posible percibir cómo en dos o tres generaciones cambió el modelo del mundo.
El maestro Buxó es un semiólogo que, aplicado en esquemas y términos lingüísticos y filológicos técnicos, suele realizar análisis literarios maravillosos y hacerle la vida imposible al lector. Del laberinto de sus interpretaciones informadas y audaces entresacamos las correspondientes a los lugares comunes (cósmicos, religiosos, sociales, culturales, poéticos…) del Renacimiento, en especial al carpe diem.
Las diversas sentencias de un texto
En Diálogos de amor, a través de un personaje, León Hebreo (¿1460?-1521) estipula que “los poetas antiguos enredaron en sus poesías no una sino muchas intenciones, las cuales llaman sentidos. Ponen el primero de todos por sentido literal, como corteza exterior, la historia de algunas personas y de sus hechos notables dignos de memoria. Después, en la misma ficción, ponen como corteza más intrínseca, cerca de la médula, el sentido moral, útil a la vida activa de los hombres, aprobando los actos virtuosos y vituperando los viciosos. Allende de esto, debajo de las propias palabras, significan alguna verdadera inteligencia de las cosas naturales o celestiales, astrologales o teologales. Y algunas veces se encierran dentro de la fábula los dos o todos los sentidos científicos, como las médulas de la fruta dentro de sus cortezas. Estos sentidos modulados se llaman alegóricos”.
Así, un poema podría contener “una manifestación cifrada, alegórica, de ciertos conocimientos científicos, de algunas ‘verdades’ que una comunidad cultural tiene por ciertas”.
El investigador aclara que la “ambigüedad”, la “polivalencia semántica” (las “diversas sentencias”, “lo que está debajo de las propias palabras”, diría León Hebreo) de los textos “no supone en ningún caso la confusión de sentidos, sino su pluralidad compatible”…
Glosando a Hebreo (como aquí lo archiglosamos a él), Buxó subraya que las diversas lecturas de un texto implican, “en su nivel más profundo o alegórico, la reproducción de un modelo del Universo, y que ese modelo es el que permite la integración de los sentidos manifiestos en los diversos niveles de la fábula”.
Ahora bien, puntualiza, “ese modelo del mundo no debe ser entendido como una construcción filosófica rigurosa…, sino como telón de fondo de las Artes”. Este telón se apropia solamente de aquello que en el Modelo total es inteligible para el lego y de aquello que atrae de alguna manera la imaginación y los sentimientos”. 
Modelo del mundo 
En el modelo del mundo expuesto por León Hebreo el ser humano “es imagen de todo el Universo”. Un microcosmos. Los tres mundos: el generable, el celeste y el intelectual, se contienen en él. Su cuerpo se divide en tres partes, “según el mundo”: “la más inferior, que va del diafragma hasta lo bajo de las piernas”; la que va del diafragma “hasta las cañas de la garganta”, y la cabeza.
Lo que sigue es genial: en la parte inferior “se contienen los miembros de la nutrición y de la generación y ‘es proporcionada al mundo inferior de la generación del Universo’, donde los cuatro elementos (fuego, aire, agua y tierra) engendran las plantas, los animales y el hombre. En la segunda parte… se hallan los miembros espirituales (el corazón y los pulmones) que se corresponden con ‘las dos lumbreras Sol y Luna’; y así como el mundo celeste sustenta con todos sus rayos este mundo, participándole su calor vital, así el corazón y los pulmones sustentan al cuerpo por las arterias”… “La cabeza del hombre es simulacro del mundo espiritual, el cual tiene tres grados: ánima, entendimiento y divinidad”.
De ahí que en las verdades fabulosas que los poetas “fingen” puedan hallarse –en una sola ficción– “los efectos correspondientes a cada uno de los tres mundos: el generativo (al que aludirán las historias memorables), el celeste (al que correspondería la utilidad moral deducible de la fábula) y el intelectivo (al que pertenece la inteligencia verdadera de las cosas del mundo)”.
El carpe diem
Entre la locuciones comunes de la Antigüedad preferidas por los poetas de los Siglos de Oro destaca la del carpe diem. El diccionario lo registra como “tópico literario en el que se anima a aprovechar el momento presente sin esperar el futuro”. Más sencillamente, es una locución latina que significa: “toma el día”, “aprovecha el momento”… Horacio, poeta romano, escribió: “cosecha el día”, pero el tópico quedó bien claro y desenvuelto en el epigrama de Ausonio que dice: “Coge rosas, doncella, mientras está fresca tu juventud (pero no olvides que así se desliza también tu vida)”.
Buxó encontró en sendos sonetos de Garcilaso de la Vega y Luis de Góngora “los ejemplos más notorios de lo que suele designarse como ‘la exaltación al goce de la vida’ en tanto que perduren los dones de la juventud”.
Escribe Garcilaso de la Vega:
En tanto que de rosa y azucena / se muestra la color en vuestro gesto, / y que vuestro mirar ardiente, honesto / con clara luz la tempestad serena;
y en tanto que el cabello, que en la vena / del oro se escogió, con vuelo presto / por el hermoso cuello blanco, enhiesto, / el viento mueve, esparce y desordena:
coged de vuestra alegre primavera / el dulce fruto antes que el tiempo airado / cubra de nieve la hermosa cumbre.
Marchitará la rosa el viento helado, / todo lo mudará la edad ligera / por no hacer mudanza en su costumbre.
El soneto de Luis de Góngora va así:
Mientras que competir con tu cabello, / oro bruñido el sol relumbra en vano, / mientras con menosprecio en medio el llano / mira tu blanca frente el lilio bello;
Mientras a cada labio, por cogello, / siguen más ojos que al clavel temprano, / y mientras triunfa con desdén lozano / de el luciente cristal tu gentil cuello;
Goza cuello, cabello, labio y frente, / antes que lo que fue en tu edad dorada / oro lilio, clavel, cristal luciente, /
no sólo en plata o viola truncada / se vuelva, mas tú y ello juntamente / en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
Los tópicos literarios
Garcilaso tenía unos sesenta años de muerto cuando nació Góngora. Para Buxó, sus sonetos representan actitudes extremas de la poética y a la vez popular expresión, “pues cuando el primero preanuncia los fatales efectos del tiempo sobre la belleza corporal (Marchitará la rosa el viento helado, todo lo mudará la edad ligera…), el segundo enumera tales efectos con implacable y minuciosa crudeza”, con eso de que terminará “en tierra, en humo, en polvo, en nada” (que, hablando de la rosa o de ella misma ante el espejo, tan suyos hizo la neohispana Sor Juana Inés de la Cruz).
Buxó recuerda que los tópicos presuponen un acuerdo social, y que su función es la de vincular toda la argumentación a un modelo del mundo que garantice la aceptabilidad general y les acuerde a los temas seleccionados el valor de una prueba. Ahora bien, “los constructos ideológicos de clase que llamamos modelos del mundo no tienen un carácter fragmentario y cumulativo, sino que aceptan la incorporación de piezas axiológicas del modelo general que las incorpora, aunque sin perder por ello su capacidad de referirse lateralmente al modelo del que originalmente formaron parte”.
La hermosura empieza a degradarse
En este entendimiento, Garcilaso dibuja en su soneto un rostro de mujer joven: el “rosa y azucena”, que es su piel, equivalen a una descripción de la Aurora. Purpúreas rosas sobre Galatea / la Alba entre lirios cándidos deshoja…, escribiría Góngora después, en otra parte… “Bajo ciertas suposiciones”, el soneto de Garcilaso delínea analogías “entre el ser humano y las entidades celestes”. “Y la ‘aceptación general’ de tales correlaciones tiene su base en un modelo del mundo conforme al cual el hombre –creado a semejanza del Universo– alcanza en lo corporal, si bien de manera pasajera, la perfección y la belleza de éste, consistente en una armonial unión de cosas diversas, puesto que… esta conformidad de la naturaleza es causa del amor de los cuerpos celestes” –como escribió León Hebreo–.
“La mezcla de los colores de la rosa y la azucena remite tanto al modelo clásico de la belleza femenina, rosada y luciente, como al valor moral de la pudorosa inocencia”.
La resolución de las oposiciones rosa / azucena, ardiente / honesta y enciende / refrena establecen una correlación armoniosa entre el apetito sensual y el amor racional.
Aun deseosos y dispuestos al deleite, los poetas aspiraban al amor honesto. En estos términos escribe el modoso e iluminado Luis de Góngora a la virgen:
 
Ilustre y hermosísima María,
mientras se dejan ver a cualquier hora
en tus mejillas la rosada Aurora,
Febo en tus ojos y en tu frente el día…
(…)
Goza, goza el color, la luz, el oro…
 
Y es en el soneto de Góngora que citamos (Mientras por competir con tu cabello…) donde el tópico cultural no se queda en las metáforas de la hermosura femenina, sino que remarca “los signos de su fatal degradación”. “Se inicia allí… –apunta Buxó– el proceso de desarticulación del modelo renacentista del mundo, fundado en el equilibrio entre ‘la forma eterna e intelectual’ y ‘la vileza de los cuerpos generables y corruptibles’… Ese soneto de Góngora contrapone brutal e inopinadamente los signos analógicos de la perfección humana a los emblemas de su decaimiento material; y diríase que son precisamente estos últimos los que anuncian la quiebra de la correlación universal entre lo terrestre y lo celeste y los que… liquidarán el sistema metafísico-poético de León Hebreo o, por mejor decir, sustituirán el modelo pagano-renacentista del mundo por otro contrarreformista y barroco”.
La Troya de la hermosura
Será Quevedo quien lleve “a sus últimas consecuencias ideológicas el tópico del carpe diem”. Muchos de sus poemas “se resuelven invariablemente en una imitación estilística cuando no francamente paródica del carpe diem”. Ya en un poema (“Saliste, Doris, bella…”), para Quevedo “la belleza de Doris no se origina en la correlación de los miembros humanos con los del ‘cuerpo celeste’; antes al contrario, la hermosura de las flores, el canto amoroso de las aves y la misma lumbre del sol, son reflejos de la perfección humana de Doris. Esa inversión radical de valores entre lo corruptible y lo eterno revela, primero, que el soneto quevediano constituye una imitación retórico-estilística de un modelo literario del mundo cuya validez ya quedaba constreñida al marco de cierta clase de comportamientos estéticos y, segundo, que en él se ha subvertido aquel modelo metafísico que entrañaban otros comportamientos estéticos similares”.
Quevedo “invierte el modelo ideológico al que respondían textos artísticos dignos de emulación”. En otro soneto, el ingenioso e implacable escritor se irá al extremo paródico en versos “obscenamente regocijados en la corrupción humana”. El título es explícito: “Pinta el ‘aquí fue Troya’ de la hermosura”:
Rostro de blanca nieve, fondo en grajo; / la tizne, presumida de ser ceja; / la piel, que está en un tris de ser pelleja; / la plata, que se trueca ya en cascajo;
Habla, casi fregona, de estropajo; / el aliño, imitado a la corneja; / la tez que, pringue y arrebol, semeja / clavel almidonado de gargajo.
En la guedejas, vuelto el oro orujo; / y ya merecedor de cola el ojo; / sin esperar más beso que el del brujo.
Dos colmillos comidos por gargojo; / una boca con cámaras y pujo, / a la que rosa fue vuelven abrojo.
Se burla Quevedo de los lugares comunes “de una tradición venerable, un despiadado rebajamiento de lo espiritual a la materia deleznable”, y “de la brutal sustitución del modelo metafísico del mundo”, de “la contraposición de una concepción angélica del hombre a una concepción demoniaca”.
En el soneto quevediano “la venerable correlación cabello-oro se transforma en la identidad oro-orujo, que opone el ‘metal precioso e incorruptible’, imagen misma de la divinidad, y el ‘hollejo de la uva después de exprimida y sacada su sustancia’”. La antigua piel de rosa y azucena es “la pelleja de un animal” y “el nombre afrentoso de una ramera ínfima”. La boca se metamorfosea “ignominiosamente” en ano aquejado por “cámaras”, y el ojo del que habla es un ojo ciego “dispuesto a recibir la pleitesía de un beso inmundo”.
Con Buxó, pedimos a los lectores no entrar en alarma. El estudioso afirma que la sátira no usa de la procacidad como fin en sí misma, sino como recurso metalógico que permite el acceso a su sentido más profundo. La disgregación y corrupción de lo corpóreo es aquí un correlato metafórico de la disolución de los vínculos entre el cielo y la tierra, entre el hombre y el Universo”…
 
En la imagen, Garcilaso de la Vega.