28 marzo,2018 7:13 am

Crisis renacentista y literatura / 5

POZOLE VERDE
José Gómez Sandoval
 
La rivalidad con Lope de Vega
Tres lectores pozoleros que han querido saber más sobre la vida de Miguel de Cervantes Saavedra, sin tener que leer las cuatrocientos sesenta y tantas páginas del libro de Jordi Gracia, no han permitido que deje sin reseñar la confrontación que existió entre el autor de El Quijote y Lope de Vega y Carpio. Sirve que seguimos con la vida de Miguel de Cervantes Saavedra, y en ésas vamos.
Antes, recordemos que a Felipe II le sucedió su hijo, Felipe III. Éste también vestía de negro, pero le gustaban las fiestas, las religiosas y las profanas. Con él, la Corte se engalana. El duque de Lerma, su favorito, derrocha dinero que luego recupera vendiendo oficios. Por dinero que ofrecen los mercaderes, la Corte se traslada a Valladolid, y por lo mismo regresa a Madrid. Felipe II cerró los teatros y Felipe III los mandó abrir.
Y el teatro, en España, está en manos de Lope de Vega y Carpio. La gente admira la gracia poética de sus obras y sus asuntos: el patriotismo, el honor, la religión, el amor al rey, lo que a los españoles les gustaba escuchar. El mito de una España limpia de sangre aún domina el panorama. Otros autores (…) señalan a Lope de articular en sus obras la defensa de una sociedad monárquico-señorial, teocrática y… campesina (sobre todo porque los campesinos son considerados limpios de sangre impía). Por eso, para Lope, en un auto sacramental, El triunfo de la Iglesia, San Isidro Labrador es un labrador de Madrid / del linaje de los godos. Su exagerado casticismo está en todos lados, como cuando escribe sobre el Evangelio de San Mateo: “…aquel famoso / libro, que visto en las supremas salas, / confirmaba la hidalguía / de Cristo por la parte de María”. Si en El niño inocente de La Guardia Lope alaba la creación del Santo Oficio:
Bien hayáis, reyes, amén,
que aquel Santo Tribunal
habéis puesto en tal estado,
porque como el Santo Oficio
no habéis hecho beneficio
a España…
En El caballero del Sacramento aboga por la forma violenta con que se ha expulsado a moriscos y demás disidentes:
Suspéndanse mil mahomas
en las encinas de Argel,
y del peñol de una entena
todo luterano inglés.
Dicen que la poderosa personalidad de Lope podía llevarlo, con la misma violencia, a extremos de lujuria y de misticismo. Por una parte era enamoradizo y amigo de actrices de toda laya; por otra, se volvió sacerdote y fue familiar de la Inquisición, con lo cual no acabaron sus aventuras eróticas. Él mismo presumió la rapidez con que escribía: En horas veinticuatro / pasaron de las musas al teatro, o sea: en un día compuso una obra, y puso el número de éstas en mil quinientos. Pocos le creen. Aducen que muchas obras se representaban y luego se perdían, lo cual es improbable, tratándose del autor más festejado y cotizado de la época. De él quedan “unas cuatrocientos setenta” obras de teatro. Además, escribió unos tres mil sonetos.
Sólo de 1560 a 1660, el Siglo de Oro presentó demasiados buenos escritores como para que no se criticaran o pelearan entre ellos. En sus sátiras versificadas no respetaban intimidades morales ni defectos físicos, recuérdese a Quevedo pitorreándose agresivamente de la doble corcova del mexicano Juan Ruiz de Alarcón, a quien asegura que nadie sabe “si corcovienes o corcovás”. Lope no tiene rival y, si éste se presenta, como cuando apareció El Quijote, enloquece de coraje. Así ocurrió cuando Luis de Góngora reaccionó frente a una de sus presunciones: en La Filomena, Lope se sube al podio que cree merecer, al describir la Fuente de El Parnaso, donde bebían Homero, Virgilio y otro cuyo nombre callo. “Si lo dices por ti, Lopillo, eres un idiota sin arte ni juicio”, escribió inmediatamente Góngora, indignado. Ruiz de Alarcón y Quevedo también insultaron a Lope, y éste les respondió violentamente. También Cervantes está resentido con Lope, pero sus respuestas serán encubiertas o sutiles.
Cervantes ha seguido escribiendo obras breves, y un libro que empieza en un lugar de La Mancha y tiene por personaje a un tal Quijada o Quijano, que acabará llamándose Don Quijote. Se dice que la loca historia nació en la cárcel de Sevilla, donde toda incomodidad tiene su asiento, y se asegura que toda la amargura que Cervantes juntó en la guerra, la prisión y la administración (como comisario), así como sus viajes y los personajes que conoció en calles, cárceles y palacios, cupieron en su libro y, con Lepanto y la derrota de la Armada “felicísima”, corresponde asimismo a la historia de España.
Quevedo y Góngora se pueden dar el lujo de insultar a Lope con su nombre. Cervantes no. Muchos se lo atribuyen a un complejo de inferioridad. Mientras Cervantes, pobre, con un brazo inútil, sin poder montar sus obras, sigue pidiendo empleo y buscando un noble mecenas, a Lope lo festeja la Corte y lo buscan los mecenas y la fortuna. Es popular, famoso, influyente y rico.
El Monstruo resiente los flechazos de Don Quijote
En el prólogo de El Quijote, Cervantes advierte que él no presentará su libro con una retahíla de sentencias de clásicos o de los doctores de la Santa Iglesia; tampoco, apunta, usará los innecesarios sonetos de aristócratas españoles que lo elogien, ni presumirá de blasones y escudos de armas –como invariablemente acostumbraba Lope. No indiscretos hieroglífi (cos) / estampes en el escu (do) / que cuando es todo figu (ra) / con ruines puntos te envi (da) / Si en la dirección te humi (lla) / no dirá mofante algu (no) / Que don Álvaro de Lu (na) / que Aníbal el de Carta (go) / que el rey Francia o en Espa (ña) / se queja de la fortu (na), hiere Cervantes, sesgadamente.
El libro aún no salía de la imprenta, pero ya se sabía mucho de él, y los comentarios sobre la pedantería de Lope hacían reír hasta a los que admiraban al monstruo de la Naturaleza (como lo nombró el mismo Cervantes). Y el Monstruo entró en cólera. En una carta que envió al duque de Sesa, al hablar de poetas advierte que ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a “Don Quijote”. Poco después arremetió con furia. En versos rabiosamente crueles se burla de la edad y de la manquedad de Cervantes (al que ubica en Corfú, para que rime, cuando se trata de Lepanto), al que llama puerco y buey, y a Don Quijote lo tira en muladares:
Yo que no sé de la, de li, de le / no sé si eres, Cervantes, co ni cu; / sólo digo que es Lope Apolo, y tú / frisión de su carrera y puerco en pie.
Para que no escribieses, orden fue / del cielo que mancases en Corfú. / Hablaste buey pero dijiste mu. / honra a Lope, polilla, o guay de ti / que es sol y si se enoja lloverá; / y ese tu don Quijote baladí / de culo en culo por el mundo va / vendiendo especias y azafrán rumí, / y en fin en muladares parará.
Y es que los lectores de Don Quijote ya eran muchísimos.
Al lenguaje popular, poético y cortesano
La primera edición apareció en Castilla en 1605, con el título de El ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha, y sus aventureros personajes se apoderaron rápidamente de la imaginación de la gente. Pasaron al lenguaje popular… y al cortesano: se cuenta que, al ver desde su palacio a un señor riendo solito, con un libro en la mano, el rey Felipe III comentó: “O está loco o está leyendo el Quijote”. A los dos años de su aparición, el Quijote y Sancho ya iban entre las mojigangas de los carnavales de Indias. Cuando el delegado inglés llega a Madrid (donde es recibido con larga y pomposa fiesta) a preparar la paz entre España e Inglaterra (la “mujer hereje”), otrora enconados enemigos, Góngora escribe, satírico, en soneto:
Parió la reina: el luterano vino / con trescientos herejes y herejías, / gastamos un millón en quince días / en darle joyas, hospedaje y vino.
Hicimos un alarde o desatino / y unas fiestas fueron tropelías / al ánglico legado y sus espías / del que juró la paz sobre Calvino.
Bautizamos al niño Dominico / que nació para serlo en las Españas / hicimos un sarao de encantamiento
Quedamos pobres; Lutero se hace rico / mandáronse escribir estas hazañas / a don Quijote, Sancho y su jumento.
El éxito del Quijote
El libro es reeditado y “pirateado” en varias ciudades de España y otros países. En 1607 es traducido al inglés y no tarda en salir en Francia. A Cervantes empieza a irle bien. En 1608 paga los últimos 2 mil 400 reales que desde su época de comisario le reclamaban los vecinos de Granada.
Su hija Isabel contrae matrimonio, pero al poco tiempo se habla de amorío adúltero que mantiene con Juan de Urbina.
En 1609 ingresa en la Cofradía de Esclavos del Santísimo Sacramento. Tres años después asiste a la Academia Salvaje, donde vuelve a encontrarse con Lope de Vega. Éste no afloja el sarcasmo y en cuanto puede cuenta al duque de Sesa que leyó unos versos con unos anteojos de Cervantes “que parecían huevos estrellados”.
Su libro se volvía popular en países a donde Lope no era fácilmente asimilado, por “demasiado español”, pero Cervantes no respondía de frente. Tal vez porque que entonces la poesía era la reina de literatura, y Lope seguía siendo el rey. La novela, que comenzaba, era considerada un género de entretenimiento. Lo dice el Cura, en la “quema de libros”, y lo repite cuando puede:
Ya os he dicho, amigo –replicó el Cura–, que ello se hace para entretener nuestros ociosos pensamientos; y así como se consiente en las repúblicas bien concertadas que haya juegos de ajedrez, de pelota y de trucos, para entretener a algunos que ni quieren, ni deben, ni pueden trabajar, así se consiente imprimir y que haya tales libros, creyendo, como es verdad, que no ha de haber alguno tan ignorante que tenga por historia verdadera ninguno destos libros.
Las novelas de caballerías, que nacieron a mediados del siglo XV, siguieron siendo muy leídas en el siguiente. La mezcla de elementos –amor, valor, fuerzas del bien y el mal (gigantes, enanos, brujos…)– entusiasmaba a los lectores, como consta en varios diálogos de El Quijote. En su tiempo, la novela de Cervantes no pasaba de ser, como más de una vez advierte el propio autor, una obra divertida que parodiaba aquellos novelones.
La expulsión de los moriscos, los últimos “extranjeros” que quedaban en España, ocurrida en 1609, molestó a los nobles (se quedaban sin mano de obra) e impresionó sobremanera a Cervantes, por su faceta injusta. Cuando escriba la segunda parte del Quijote repondrá la ceguera de la expulsión con la anécdota del morisco Ricote, hombre nacido en España, de gran nobleza y trabajador.
La semana próxima a Miguel de Cervantes le irá mejor, pero enseguida aparecerá el falso Quijote del falso Alonso de Avellaneda.
(En foto, Don Quijote de la Mancha y su creador, Miguel de Cervantes Saavedra. Ilustración de Eberto Novelo)