POZOLE VERDE
José Gómez Sandoval
Un manto con que tapa su indecencia la pobreza
A Miguel de Cervantes Saavedra le ha ido tan bien que ya hasta tiene protector: el zigzagueante conde de Lemos. Cuando éste se va de virrey a Nápoles, donde vive Silenia y su hijo Promontorio, Cervantes se apunta, pero en su lugar el conde lleva con él a los hermanos Argensola.
Don Quijote se reedita en Madrid, Lisboa, Valencia, Milán y Bruselas, pero los “derechos de ejemplares” tardan mucho en llegar (como leemos en el capítulo 62 del Quijote) y Cervantes sigue sin dinero. Tanto que, al morir su hermana Magdalena (de Sotomayor, a quien no habíamos mencionado), fue enterrada de limosna.
Los principios religiosos y políticos que impulsaron la Reconquista y llegaron a su cúspide en Lepanto, ya eran ineficaces y se habían vuelto pura formalidad es diversos ámbitos de la vida española. Estamos, también, en el vórtice del tema de la apariencia que atormentó a numerosos poetas y dramaturgos de la época. En su cerrazón de credulidades cerradas e infuncionales, España era un pésimo espejo de sí misma. Corría el dicho de: ¿En qué se parece España a sí misma? En nada. ¿Cómo no iba, Cervantes, a poner ejemplos (empezando con el comportamiento de nobles, bachilleres y curas) de la apariencia acomodaticia y grotesca como uno de los elementos que llevó a España a la ruina, en su libro mayor? Más, cuando seguía pobre.
En 1612 escribió Viaje al Parnaso, donde Apolo le pide que se siente sobre su capa, y Cervantes responde: Bien parece, señor, que no se advierte / –le respondí– que yo no tengo capa. / Él [Apolo] dijo: aunque sea así, gusto de verte. / La virtud es un manto con que tapa / y cubre su indecencia la estrecheza / que esenta y libre de la envidia escapa. / Incliné al gran consejo la cabeza: / quedéme en pie; que no hay asiento bueno / si el favor no le labra a la riqueza.
A pesar del éxito del Quijote, los poetas –empezando con Lope– le niegan reconocimiento, y en el prólogo de Novelas ejemplares, publicadas en 1613, Cervantes da testimonio de su resentimiento: Dios te guarde y a mí me dé paciencia para llevar el mal que han de decir de mí más de cuatro sotiles y almidonados…
El falso Quijote de Avellaneda y el Monstruo sospechoso
Al año siguiente, tras la publicación del Segundo tomo del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha que escribió un supuesto Alonso de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas, Cervantes fue del coraje y la indignación a la amargura. El que se oculta tras el nombre de Avellaneda degrada al Quijote y llena a su autor de improperios: Y pues Miguel de Cervantes está ya de viejo [“polilla”, lo llamó Lope] como el Castillo de San Cervantes y por los años, tan mal contentadizo que todo y todos le enfadan, y por ello está tan falto de amigos que cuando quisiera adornar sus libros con sonetos campanudos había de ahijarlos como él dice [en el prólogo de la Primera Parte, donde se burla de los que citan a clásicos y sagrados y versos laudatorios en el prólogo de sus obras] al Preste Juan de las Indias o al emperador de Trapisonda por no hallar título quizás en España que no se ofendiera de que tomara su nombre en la boca…
Díaz-Plaja fija los “dos grandes misterios” de la historia de España: uno, ¿de dónde era Cristóbal Colón?, y dos: ¿quién se escondía bajo el seudónimo de Alonso de Avellaneda? Y menciona a Tirso de Molina, a uno de los Argensola e incluso a Juan Ruiz de Alarcón. El principal sospechoso es, desde luego, Lope de Vega, o uno de sus amigos incondicionales. En el falso Quijote, su falso autor elogia a Lope, como el autor ofendido a que “tan justamente celebran las naciones más extranjeras, y la nuestra debe tanto por haber entretenido honestísima y fecundamente tantos años los teatros de España con estupendas e innumerables comedias, con el rigor del arte que pide el mundo y con la seguridad y limpieza que de un ministro del Santo Oficio [como era Lope] se debe esperar”.
Jordi Gracia, por su parte, correlaciona más datos y detalles tendientes a confirmar que, si no lo escribió directamente, el autor intelectual del Quijote apócrifo era Lope de Vega, el Fénix de los Ingenios que trataba de aplastar al mosquito molesto. Cervantes responderá en la Segunda Parte de su Quijote. Ahí, el propio Quijote desprecia los disparates, la impertinencia y las mentiras del libro de Avellaneda y aun su escudero se indigna: Créanme vuesas mercedes que el Sancho y don Quijote desa historia deben de ser otros a los que… somos nosotros: mi amo, valiente, discreto y enamorado, y yo, simple gracioso, y no comedor ni borracho…
Al final de su historia, Cervantes conduce a Don Quijote a la muerte, como para que nadie más volviera a escribir sobre su personaje.
A pesar de todo, se sabe un autor original y se da ánimos: Sansón Carrasco presume que las numerosas impresiones que lleva el libro donde es personaje, “y a mí se me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzga” (II,3), y, antes, en el prólogo, en un soneto supuestamente escrito por Amadís de Gaula, dice:
Vive seguro de que eternamente, / En tanto, al menos, que en la cuarta esfera / Sus caballos aguije el rubio Apolo, / Tendrás claro renombre de valiente; / Tu patria será en todas la primera; / Tu sabio autor, al mundo único y solo.
Al final da cuenta de su honda amargura: … Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y manco, como si hubiera sido en mi detener el tiempo, que no pasase por mí o si mi manquedad hubiese nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos…, pero antes de sacar la espada (que, como vimos, sabía utilizar), se muestra bondadoso: …y siendo esto así…, no tengo yo de perseguir ningún sacerdote, y más si tiene por añadidura ser familiar del Santo Oficio; y si él dijo por quien parece que lo dijo, engañóse de todo en todo…
Segunda Parte del Quijote y última de Cervantes
El comisionado inquisitorial había anunciado que, tras una larga y minuciosa revisión del libro de Miguel de Cervantes Saavedra, la Comisión “no halló en él cosa indigna de un cristiano celo ni que disuene de la decencia… ni [de] virtudes morales: antes mucha erudición y aprovechamiento”, etc., y en 1615 aparece la Segunda Parte del Ingenioso caballero don Quijote de la Mancha. Cervantes obtiene algunos dineros y, por fin, su esposa va a acompañarlo. El amante de Isabel cae en la cárcel, pero Cervantes se niega a ayudarlo. Ese mismo año publica Ocho comedias cortas y ocho entremeses nuevos, nunca antes representados.
De su condición de escritor pobre da cuenta un censor del rey: “¿Pues a tal hombre no lo tiene España rico y sustentado del erario público?” (preguntó un extranjero). Acudió otro de aquellos caballeros con la misma agudeza y dijo: Si la necesidad le ha de obligar a escribir, plegue a Dios que nunca tenga abundancia, porque siendo él pobre, enriquezca a todo el mundo.”
Enfermo, Cervantes, que fue despreciado por el duque de Béjar, el conde de Lemos y otros nobles, aun tiene la esperanza de que Un príncipe que no conozco yo puede suplir la falta de los demás…, y envía peticiones de ayuda, que nadie contesta. El conde de Lemos y el cardenal Sandoval, primado de Toledo, lo protegieron en sus últimos días en calidad de limosnero. El duque de Béjar, a quien Cervantes dedica El ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, jamás tomó en consideración la obra ni al autor. En la carta que manda al conde de Lemos su –al fin– protector, escribe: Ayer me dieron la extremaunción, y hoy escribo ésta: el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y con todo esto llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies de Vuestra Excelencia: que podría ser que fuese tanto el contento de ver a V.E. en España, que me volviese a dar la vida…
Fechó la carta el 19 de abril de 1616, y a los cuatro días, un año después de la muerte de Don Quijote, Miguel de Cervantes Saavedra entró en agonía. En el registro de defunciones de la parroquia de san Sebastián se estipula que el 23 de abril se dedicaron a Miguel de Cervantes “dos misas del alma, y las demás a voluntad de su mujer”. Dos misas del alma eran dos misas costeadas con fondos de caridad.
Ya no vio publicada su novela Los trabajos de Persiles y Segismunda, que salió al año siguiente y muy rápido alcanzó seis ediciones.
El juicio de sus contemporáneos
Mauro Olmedo establece el fuerte contraste que existía entre la vida y aun la muerte de Miguel de Cervantes y William Shakespeare, quien era protegido y honrado por nobles y príncipes, y favorecido por la reina Isabel y por el rey Jacobo. Ambos fallecieron en un intervalo de once días: mientras a Shakespeare se le enterraba con honores en la iglesia de Stratford, Cervantes yace hasta hoy en el anonimato de una fosa común.
Ni aun tras su muerte trataron bien a Cervantes la nobleza y los escritores. El duque de Alba premiaba cada que podía a Lope de Vega; el duque de Osuna hacía lo mismo con Quevedo, y el conde duque de Olivares con Calderón de la Barca. Al fallecer, fue encomiada su obra y casi enseguida aparecieron sus biografías. Cervantes no tuvo ni biógrafo; tendría que esperar muchísimos años para que alguien se encargara de él. Quizá Lope se acordó de su primera juventud, cuando aún no era famoso y compartió con Cervantes pláticas en tertulias y corrales, y finalmente masculló que “no faltó gracia ni estilo a Miguel de Cervantes”. Tirso de Molina habló vagamente del “Boccaccio español”. La mayoría o se muestra indiferente, o lo excluye de sus antologías literarias o de a tiro le pela los dientes…, aunque hayan tomado argumentos de sus obras, aunque hayan sido sus amigos y hayan recibido elogios de él en el Viaje al Parnaso. Así Esteban de Villegas se burla en sus Eróticas: tras del Helicón a la conquista / mejor que el mal poeta de Cervantes / donde no le valdrá ser quijotista…
Suárez de Figueroa lo acusa de ser autor de sus propios infortunios, de haber escrito sus ocho comedias para ser publicadas (no escenificadas en público) y hasta de escribir versos para concursos en la vejez. Ni Vicente Espinel, que fuera su amigo y apologista fervoroso, resiste la tentación de zaherirlo después de muerto.
Es en la obra de Tomás Tamayo de Vargas donde aparece por primera vez el calificativo de ingenio lego aplicado a Miguel de Cervantes. Y así se la pasó don Miguel y su personaje con los eruditos de su época que no veían en su obra más que una parodia de las novelas de caballerías llenas de aventuras sin más sentido que divertir. Durante casi todo el siglo XVIII los críticos se ensañaron con las aventuras del personaje y los efectos cómicos de confusiones, estacazos y pataduras, como pura “astracanada” o ridícula “pieza de figurón”. No faltará quien asegure que “la segunda parte del Quijote de Cervantes imita y casi copia la de Avellaneda”.
La vindicación extranjera
La comprensión llegó de fuera. Olmedo asevera que lectores diletantes y “extranjeros”, como Saint-Evremond, fueron los primeros en percibir los múltiples ecos del relato cervantino y ayudaron a que el libro se desprendiera de las “materialidades” de su origen, de la parodia, el más infeliz y rezagado de los géneros literarios. “La parodia cierra el cortejo de las ficciones de más calidad, como el bufón cierra el cortejo de los príncipes, para degradarlos y envilecerlos bajo la rociada de sus insolencias y chocarrerías”.
Del romanticismo continental llegaron resplandores más diáfanos sobre la obra, y traductores y prologuistas ingleses y alemanes levantaron a Don Quijote como obra príncipe, una de las cinco o seis creaciones máximas del espíritu humano. Mientras los cervantistas españoles aclararan por qué don Alonso de Quijano, “tal vez Quijana”, comía “salpicón” y “duelos con quebranto”, Richter emparejaba a Cervantes con Shakespeare, Shelling formula su teoría de la novela a través del Quijote, Bouterweck la paternidad de todo el género, Federico Schlegel lo considera como la más viva imagen que se haya dado a conocer de la vida y genio de una nación, y Sismondi descubre el tema fundamental de Cervantes en el eterno contraste entre el mundo de lo poético y lo prosaico.
Don Quijote ha salido de su abyecta condición de payaso.
En España apenas están comprendiendo que su incomprensión se debe, acaso, a la singularidad del personaje cervantino en el cuadro general de la cultura española: “el Quijote –dice José Manuel Quintana– no se parece en nada, ni sufre cotejo alguno con lo que entonces se escribía; y cuando se compara… con la época en que salió a la luz, y a Cervantes con los hombres que le rodeaban, su obra aparece como un portento y Cervantes destaca como un coloso”.
Pero, ¿por qué tanta “indiferencia”, desdén, crítica y degradación de los contemporáneos de Cervantes ante lo que resultó una obra magistral? ¿Qué hay detrás de las aventuras risibles de un viejo torpe e idealista que pretende reinstalar la justicia en la tierra? Léase el Pozole que viene acompañado con sal y limón.