27 enero,2022 5:46 am

Crónica de un retorno

Florencio Salazar

 

Interpretar y transmitir los mensajes de los hombres a los dioses y de los dioses a los hombres.

Homero.

 

Anoche, aproximadamente a las diez, llegué a Chilpancingo procedente de la Ciudad de México. Tenía el propósito de estar en la ciudad de las avispas el lunes, pero se retrasó el vuelo de Colima y tuve que hospedarme en Tenochtitlan. Por el frío pasé una noche de perros. Los hoteles están semivacíos y han reducido sus servicios. Ahora en lugar de colcha ponen una tira simbólica sobre las sábanas. Como el frío no amainaba pedí un sarape. Me llevaron un triste remedo y tuve que volver a vestirme enchamarrado y todo para tratar de dormir. Fue cosa menos que imposible. Entre despierto y dormido me levanté a las once, aseo, desayuno y a Perisur.

Casi siempre que voy a CDMX paso a la librería El Péndulo que me queda de salida. Había leído la reseña de varios títulos recientes, de modo que me di mi tiempo para ver novedades. Comprar libros es un asunto tan delicado como enamorar a una mujer. La pasta del libro es su rostro, hay que mirarlo con atención, con decirles que hay diseños de pastas que valen igual a una obra de arte. Luego pasar a la lectura exploratoria: sopesar el volumen, ver el índice, entre el índice y el pulgar tocar el delicado acordeón de las hojas, acariciar la textura del papel y después leer un párrafo y otros porque en ese momento se puede pasar de la simpatía al enamoramiento. Del rostro al cuerpo.

Vi un libro muy publicitado que no me causó interés. Ya había leído comentarios y entrevistas a la autora de manera que ya no tenía ninguna novedad para mí. Busqué tres que traía anotados: Esta carta está en tus labios (Cartas de amor de Octavio Paz a Elena Garro), Ñamérica de Martín Caparrós y La casa de la contradicción de Jesús Silva-Herzog Márquez. Encontré al trío y con otros me traje una rondalla. Menciono tres más por muy recomendables, aunque no los he leído: de dos premios Nobel Algo que quería contarte de Alice Munro y Paraíso de Abdulrazak Gurnah; y Las mejores mentes de mi generación de Allen Ginsberg. Entre comprar algo de café y comer se fueron las horas. Salí más tarde de lo previsto.

Mis motivos para adquirir libros son los siguientes: Porque los voy a leer, porque creo que los voy a leer, porque los voy a consultar, porque los debo tener por una u otra razón. A ellos hay que agregar los que llegan solos. He especializado mi biblioteca en dos temas: ciencia política y literatura, Desde siempre he sido lector, pero era omnívoro. Ahora selecciono mis lecturas. A la edad de 72 años no tengo tiempo para leer cualquier cosa. Dice Juan Domingo Argüello que “la lectura es una extensión de nuestro pensamiento”. Así lo creo. Dime qué lees y te diré quién eres.

El tránsito en la autopista fue amable, poco tráfico. Dicen los médicos que pasados los 60 años la próstata presiona a la vejiga urinaria y ello obliga –digo yo– a hacer una que otra parada técnica. Los sanitarios están limpios en el tramo a Cuernavaca. Hay que depositar cinco pesos en una máquina para tener acceso, pero vale la pena. Los que tenemos en el tramo Chilpancingo a Acapulco deberían estar clausurados. Y luego con los tianguis que se acomodan en su entorno los guerrerenses damos la imagen de ser una sociedad de veras atrasada.

En la gasolinera de esa parada técnica hay una farmacia bien puesta y dos puestos decentes de comida. Me acerqué al de los tamales. Bien empacados en papel aluminio y dentro de una bolsa de nailon. Verdes, de mole, rajas, de cerdo y de pollo. Pedí verdes: dos de pollo y dos más de cerdo. Pregunté al vendedor si después de consumirlos no iban a andar atrás de mí los perros. Me aseguró que era carne auténtica y limpia. Llegaron a Chilpancingo bien calientitos.

En el trayecto recordé que debía aplicarme una inyección antiinflamatoria del tratamiento del contagio de Ómicron. A la hora de arribo a la ciudad natal el único lugar disponible era la Cruz Roja y allá me dirigí, ubicada a un costado de la Alameda Granados Maldonado. Lo primero que encontré fue un letrero de regular tamaño exigiendo mejores tratos laborales y la salida del delegado por malos manejos. Pagué 100 por consulta previa –olvidé la receta– y luego permanecí en la “sala de espera”. El techo se está cayendo, las sillas oxidadas, el personal desmotivado. Quince minutos después, pasé con la enfermera. El diván estaba razonablemente limpio, todo lo demás insalubre, por lo que es posible salir de la Cruz Roja con una infección. Está en el abandono total. Lamento no haberme enterado de esta situación cuando formaba parte del gobierno anterior. Pero nunca es tarde para hacer algo. Yo a la Cruz Roja le debo la vida.

Es hora de un cambio de directivos estatales y delegacionales. Ya tienen muchos años en el puesto, y los miserables resultados son visibles. La institución atiende a los más necesitados, cinco pesos la inyección, cien pesos la consulta. Pero no hay gasas, poco alcohol, no vi un solo botiquín. No pondré en duda la honorabilidad de quienes la dirigen, su eficacia sí. Es deseable que los organismos de la sociedad civil, como los clubes de servicio Leones y Rotarios, los grupos Anáhuac, Cuicalli y Chilpo se integren en favor de una causa verdaderamente filantrópica, que asuman compromiso y hagamos algo. Me llama la atención que ningún medio haya informado del problema que se vive en la Cruz Roja.

Cené medio tamal a disgusto. La imagen de la Cruz Roja es como la lectura de un cuento de terror. Y esa literatura es la que no me gusta. Tengo en el buró dos libros: La Biblia y el Libro de las Odas de Pablo Neruda. Lo único que me gratificó, antes de dormir, fue la Oda a la farmacia.