28 octubre,2024 4:57 am

¿Cuántos muertos hacen falta para reconsiderar la estrategia de seguridad?

 

Jesús Mendoza Zaragoza

Hay un avance en la estrategia federal de seguridad que la presidenta Sheinbaum ha definido en cuatro ejes: atención a las causas de la violencia; uso de inteligencia e investigación; fortalecer a la Guardia Nacional, y garantizar la coordinación entre las autoridades de los tres órdenes de gobierno. A esta estrategia se ha añadido explícitamente el uso de inteligencia e investigación, lo que significa un avance. Pero esto no significa un avance suficiente, debido a que no se abordan todas las causas de la violencia ni la coordinación entre autoridades municipales, estatales y federales ha significado hasta ahora, garantía de que haya avances en el tema de seguridad.

Una cosa vemos en la realidad del país. En diversas regiones hay una muy visible ingobernabilidad, en las que el Estado ha permitido que los cárteles de la droga y las demás organizaciones criminales estén sembrando el terror en los pueblos y en las ciudades. Guerrero, Chiapas, Guanajuato y Sinaloa, hoy por hoy, se han convertido en zonas de guerra entre cárteles y entre éstos y las fuerzas federales. En el sexenio pasado, al igual que los sexenios anteriores, el panista y el priísta, no hicieron bien sus cálculos para prometer la paz y en lugar de que la violencia y la inseguridad se hayan reducido, ahora vemos que se han incrementado.

Hay que hablar claro: hasta ahora la estrategia gubernamental ha fracasado, eso es lo que observamos en la vida cotidiana. Las organizaciones criminales han avanzado en el control de territorios, en ocasiones, tan amplios que son regiones enteras. En el estado de Guerrero hay regiones en las que la economía está bajo su control. La extorsión se ha vuelto el pan de cada día en las ciudades y en el campo; en los mercados y en el comercio informal, la cuota para sobrevivir es obligada. Se incendian comercios y vehículos para convencer a sus dueños de que pagar las cuotas les conviene para sobrevivir.

Hasta los presupuestos de los gobiernos municipales, las instituciones más vulnerables del Estado mexicano están en riesgo ante los delincuentes. Los municipios carecen de la fortaleza institucional y económica, por lo que suelen ser sometidos a la fuerza para que permitan a las organizaciones criminales adueñarse de la economía de la gente. ¿Cuáles son las razones que el Estado mexicano tiene para mantener en condiciones tan frágiles a los municipios, que no cuentan con la fortaleza necesaria para lidiar con los criminales? Las policías municipales están para llorar, han perdido la confianza de la población y no tienen la capacidad para prevenir el delito ni para proteger a la población.

Hasta ahora, desde el sexenio de Felipe Calderón, pasando por el de Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador, los gobiernos han mantenido una actitud de desconfianza hacia la sociedad, en el sentido de que han puesto toda su confianza en el Ejército, en la Marina, en la Guardia Nacional y en las policías estatales y municipales. Los resultados de esta confianza sólo en las fuerzas armadas y en las policías no han sido satisfactorios. Miramos que ellas solo sirven de “apagafuegos” cuando se “calientan” las plazas de las organizaciones criminales y, además, colaboran para cuidar la escena del crimen de los asesinados.

Mientras la estrategia gubernamental no incluya a la sociedad, los resultados seguirán siendo los mismos. Han creído los gobiernos que ellos lo pueden hacer todo y han mostrado sus fracasos. Los gobiernos por sí solos no han podido hasta ahora, ni podrán en el futuro mejorar las condiciones de seguridad. En la sociedad hay un gran potencial que puede ayudar a hacer un camino, un largo camino, no solo hacia la seguridad pública, sino hacia la paz.

Pensemos en las instituciones sociales que tienen capacidad para colaborar en el camino hacia la paz. La primera de ellas es la familia, seguida por la escuela, por la universidad y por los medios de comunicación. Una de las grandes causas de la violencia está en la subcultura de violencia y de muerte de nuestro pueblo, causa que no se ha atendido hasta ahora para construir una cultura de paz. La subcultura de la violencia y de la muerte permea de manera invisible o visible en estas instituciones en diferentes formas y alcanza a las instituciones públicas, privadas y sociales. Es la cultura de la indiferencia, del individualismo y de la desinformación. Carecemos de una estrategia cultural que respalde la estrategia política (militar y policiaca) de seguridad y de construcción de paz. Hay que entender que, sin una estrategia cultural, las demás estrategias son inoperantes a la larga.

Otras instituciones que tienen capacidad para contribuir en los temas de seguridad y de construcción de paz, son las que producen riqueza. A través del mundo empresarial se  puede buscar la mejor distribución de la riqueza, incluyendo el desarrollo de capacidades para la producción y comercialización. A esto hay que añadir que se requiere un nuevo modelo de economía, diferente al modelo neoliberal, y para que esto suceda se requiere un amplio apoyo al campo y el apoyo a la construcción de modelos de economía social y solidaria, desde abajo. Cierto es que se requieren decisiones gubernamentales para mantener la rectoría del Estado de la economía, pero si no construimos la economía desde abajo, pueden generarse mayores desigualdades, las que suelen ser generadoras de nuevas violencias.

Ahora, la pregunta que nos hacemos es la siguiente: ¿Cuántos muertos más se necesitan para que se reconozca que la participación social es indispensable, de manera que podamos mirar la salida de este túnel de oscura violencia en el que nos vemos desde hace tiempo? Si tenemos un déficit de confianza, ¿qué hacer para que los gobiernos confíen en las capacidades de la sociedad y ésta confíe en que los gobiernos están empeñados en acompañar a las ciudades y a las comunidades del campo a recuperar la seguridad perdida, mediante la escucha y la inclusión? ¿O es que el ejército llegó para quedarse en las calles porque a los ciudadanos nos han arrebatado la capacidad de sentirnos seguros en la vida cotidiana? ¿Hasta cuándo continuaremos con acciones que atizan la polarización social construida sobre desconfianzas mutuas, sobre descalificaciones e insultos? Si la delincuencia ya está infiltrada en la política, ¿qué hay que hacer para que no continue influyendo para que las decisiones políticas le favorezcan? Si no examinamos detenidamente estas cuestiones, jamás podremos llegar a ningún lado deseable.