28 diciembre,2020 5:37 am

Cultura del cuidado para la paz

Jesús Mendoza Zaragoza

 

Grandes enseñanzas podemos sacar de la pandemia, pues nos ha mostrado las vulnerabilidades más básicas de la humanidad, tal como ha estado organizada en los ámbitos globales y locales. Y nos ha estado señalando las grandes transformaciones necesarias para construir un futuro sostenible para todos. El gran desafío que tenemos ahora es captar y entender esas enseñanzas y asimilar los aprendizajes necesarios. El mensaje del papa Francisco, a propósito de la 54 Jornada Mundial de la Paz, que la Iglesia católica celebra cada 1° de enero, señala una de esas enseñanzas, cuando habla de la “cultura del cuidado para erradicar la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación”.

Nunca como ahora hemos estado en condiciones para darnos cuenta de la necesidad de esta transformación cultural. Esa maldita cultura del individualismo que ha permeado, sobre todo en Occidente, tanto en la política y en la economía como en la educación y en los medios, no nos permitió un manejo sensato de la pandemia; más bien ha sido ocasión de graves atropellos a quienes están en condiciones de marginación, cuando se han impulsado diversas formas de nacionalismo, xenofobia y racismo. Tanto en las relaciones globales como en las locales, el individualismo ha propiciado problemas para resolver adecuadamente las complejas situaciones que hemos tenido que afrontar en los tiempos de pandemia. En México lo hemos visto en las dificultades que se han dado para la coordinación de las medidas sanitarias entre gobiernos, sectores económicos, sociales y sanitarios. Siempre surgen quienes desean agandallar y lucrar.

El virus del individualismo –muchos lo han dicho ya– es peor que el coronavirus, y acampa plácidamente entre nosotros. Nos ha hecho muy difícil la pandemia y nos dejará severas secuelas porque no nos ha permitido que la solidaridad se convierta en el principal cuidado preventivo y sanador de los daños ocasionados por el coronavirus. La solidaridad tendría que haber sido la principal fortaleza que, además de incluir el cubrebocas y la sana distancia entre las medidas de prevención, mostrara un sendero para afrontar adecuadamente los estragos de la pandemia. No ha sido suficiente la solidaridad de los gobiernos con los pueblos, ni la solidaridad de las empresas con sus empleados y con sus clientes, ni la solidaridad de las iglesias con sus comunidades, ni la solidaridad de los ciudadanos entre sí. Por eso, seguimos teniendo ganones y perdedores. Es el maldito individualismo, que como un principio de muerte se ha instalado entre nosotros. Eso de América first (América primero), tan pregonado por Trump, les ha hecho gran daño a los norteamericanos, pues no se han dado cuenta que esa divisa individualista es mortal. Y, por eso, han tenido que pagar su gran cuota de muertos y contagiados en la pandemia. Y en México no cantamos mal las rancheras.

Si bien el cuidado fluye en cada persona como un modo de ser, que responde a la misma esencia del ser humano y llega a convertirse en un principio de vida y en una característica de sus relaciones, tiene una proyección comunitaria y social. El cuidado como modo de ser, como cultura, no se improvisa pues requiere de un aprendizaje que involucra la experiencia, las relaciones, la imaginación, la inteligencia racional y la toma de decisiones. Tantas veces, con aire de decepción, decimos que la gente no entiende que hay que, al menos, colocarse el cubrebocas para cuidarse. No es que no entienda; es que no tiene la capacidad de entender porque no ha tenido las condiciones necesarias para aprenderlo y ejercitarlo.

Y siguiendo con lo nuestro, el cuidado debiera ser un componente de la vida política y de las relaciones económicas, si nos lo proponemos. En este sentido, la política puede incluir el cuidado como su propósito fundamental. Los legisladores crean leyes para cuidar a los más vulnerables y para tutelar la convivencia social; los gobernantes ponen las condiciones para cuidar a las minorías y a los más débiles, y para salvaguardar el medio ambiente; y los jueces aplican las leyes para cuidar a las víctimas del delito.

El papa Francisco propone para esta Jornada Mundial de la Paz una serie de principios y criterios que constituyen, en su conjunto, una gramática del cuidado. ¿Qué significa cuidar en los ámbitos social y político? ¿Cómo contrarrestar el individualismo que sigue haciendo estragos de mil formas en la sociedad? ¿Cuáles son las condiciones que hay que colocar como bases para la construcción social, en términos de cuidado? ¿Cómo es que el cuidado se convierte en una responsabilidad compartida entre ciudadanos y gobernantes? Veamos.

El respeto a la dignidad humana y a los derechos humanos lo podemos visualizar en la perspectiva del cuidado, en cuanto que la persona se convierte en el epicentro de todo, de la trama social, política y económica. “Cada persona humana es un fin en sí misma, nunca un simple instrumento que se aprecia sólo por su utilidad, y ha sido creada para convivir en la familia, en la comunidad, en la sociedad, donde todos los miembros tienen la misma dignidad”, señala el mensaje de Francisco. Las instituciones, las estructuras y las relaciones se deben enfocar, precisamente, para lograr el desarrollo de todas las personas –sin exclusión– y de toda la persona –sin reduccionismo alguno–. En este sentido, la tutela de todos los derechos humanos para todos es una forma de cuidar a las personas y todas las condiciones para que logren su desarrollo integral. La política y la economía, de manera particular, tienen que ser pensadas y proyectadas en función de las personas, y no al revés como se suele hacer.

Un segundo referente del cuidado está en la prevalencia del bien común. Si bien es cierto que en la práctica se dan conflictos entre grupos, facciones o naciones, es posible trascenderlos en la perspectiva del bien común en los ámbitos locales y globales, sopesando las consecuencias de cada acción o decisión para esta y las futuras generaciones. Si antes hablamos del cuidado de las personas y de sus derechos, ahora hay que hablar del cuidado de lo común: cuidado de las comunidades, de las colectividades, de las mayorías y de las minorías. En este sentido, el bien común incluye lo local hasta lo global. “Nadie se salva solo” porque todos nos necesitamos. El bien común incluye el destino universal de los bienes de la tierra, que pone límites al derecho a la propiedad, que tanto se ha acentuado con el apoyo de las ideologías individualistas. En estos términos podemos ubicar los derechos humanos y de los pueblos, como expresiones del cuidado del bien común.

El tercer referente del cuidado tiene que ver con su mediación fundamental: la solidaridad. Hay que entender que la solidaridad es un nombre contemporáneo del amor, que no es un sentimiento vago y difuso, sino “la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos. La solidaridad nos ayuda a ver al otro –entendido como persona o, en sentido más amplio, como pueblo o nación– no como una estadística, o un medio para ser explotado y luego desechado cuando ya no es útil, sino como nuestro prójimo, compañero de camino, llamado a participar, como nosotros, en el banquete de la vida”, según el mensaje de Francisco. La solidaridad así entendida genera un vínculo específico y primordial con los pobres, los sufrientes y los excluidos, a quienes se dirige un cuidado específico para subsidiar la ayuda que tienen por sus condiciones de vulnerabilidad. Por su parte, la indiferencia, que es hija del individualismo, manifiesta el miedo para abrirse al otro que nos necesita y hace imposible su cuidado. Por eso construye muros y rompe puentes. El individualismo castra a las personas y a las instituciones de su dimensión relacional, comunitaria y social. Cercena la capacidad de donación que engrandece la dignidad de las personas y, también, de las instituciones y de los pueblos.

Y el cuarto referente tiene que ver con el vínculo estrecho con el entorno natural en cuando que lo consideramos parte de nosotros mismos. Es más, nosotros somos parte de la naturaleza. Por fortuna, en las últimas décadas se ha fortalecido la convicción de que el futuro depende de la atención y del cuidado de nuestro entorno natural. ¡Cuántos conflictos relacionados con el agua, la tala de los bosques, la privatización de los recursos naturales y la contaminación, se han agudizado por todas partes! “Paz, justicia y conservación de la creación son tres temas absolutamente ligados, que no podrán apartarse para ser tratados individualmente so pena de caer nuevamente en el reduccionismo”, sentencia Francisco.

Una paz sostenible requiere de una serie de condiciones sociales, políticas y económicas, que corresponden al conjunto de los derechos humanos ya reconocidos. Esa paz tan vulnerada en México está aún lejana ya que requiere transformaciones de fondo y de largo alcance. Sin embargo, el componente cultural está en la base de su construcción, ya que aquellas transformaciones tienen que estar acompañadas por una cultura de paz. Esta paz requiere de una cultura, que incluye el cuidado como modo de ser, como actitud básica, como estilo de vida, como un modo de ejercitar la responsabilidad social y el servicio público. Es necesario que el cuidado se haga cultura para que demos pasos decididos hacia la paz.

La paz sostenible se apoya en una insustituible cultura del cuidado, que se expresa en el absoluto respeto de la persona humana, en la salvaguarda de sus derechos, en la promoción del bien común, en el cuidado del medio ambiente y en la solidaridad como vía fundamental de transformación social. Sin esta cultura, la paz se construye sobre arena y queda a merced de las circunstancias. Las transformaciones económicas y políticas que carecen de esta transformación cultural se vuelven insostenibles con el tiempo.