6 octubre,2022 5:13 am

De espaldas a la historia

Humberto Musacchio

 

Era esperable, aunque se mantuviera encendida la débil llamita de la dignidad política. El voto mayoritario de la Cámara de Senadores permitirá continuar y profundizar la militarización del país, aunque los resultados de esa política suicida muestren que el camino es otro y que poner a los soldados a cumplir funciones de gendarmes no ha podido arrojar los resultados que espera la ciudadanía.

La iniciativa presidencial es explicable: ante la ausencia de una estrategia adecuada, nada mejor que continuar profundizando el desastre, al grito de “después de mí el diluvio”, pues el sexenio concluye en 2024, pero la militarización constitucional se extiende hasta 2028 y las consecuencias, que quizá empecemos a sufrir antes de esa fecha, seguramente serán de lago plazo, y no para reducir el poder de los grupos criminales, sino para abrir la puerta a hechos que nos recordarán lo ocurrido en Sudamérica en los años setenta.

La resolución parlamentaria nos remite a la época del poder omnímodo de los presidentes priistas. Las bancadas morenistas en ambas cámaras, por disciplina de partido, por conveniencia política o por componendas inadmisibles votaron por pintar de verde al país.

Salvo vergonzosas excepciones, los congresistas del PAN resistieron las presiones y votaron contra la reforma. Se esperaba una mayor resistencia del PRI, pero infancia es destino, y la mayoría de esos legisladores, formados en la dictablanda priista y el presidencialismo incontrastable votaron como lo saben hacer. Miguel Ángel Osorio Chong, Beatriz Paredes y Claudia Ruiz Massieu se salvan de la quemazón, pues votaron en contra de la mayoría, en tanto que Claudia Anaya, también tricolor, al ausentarse no avaló la barbaridad (¿O debemos decir barbarie?). Más meritorio es el voto adverso que emitió Juan Manuel Fócil, pues pertenece a la bancada de Morena y tuvo el valor de retar al destino, que para él no será promisorio.

Plausible resulta que la bancada de Movimiento Ciudadano se haya mantenido firme en su oposición al dictamen y que lo mismo hiciera el Grupo Plural, lo que se dice pronto, pero es admirable cuando a sus escaños llegaban ofrecimientos “generosos” o las amenazas que parten de un supuesto difícil de desmentir: que todo político tiene cola que le pisen.

Nada extraño ha sido que la chiquillada vendiera caro su amor, o tal vez ni tan caro, pues vive de las migajas del festín. Como era previsible, el PT y la banda del PVEM seguirán habitando en la tierra de las mil transas. Los restos del PRD se incorporan a esa claque mediante el voto de Antonio García Conejo y Miguel Ángel Mancera, que cambian su voto por inmunidad, especialmente el segundo. Es también el caso de algunos priistas, pues está presente la posibilidad (o amenaza) de que se proceda penalmente contra ellos por posibles malos manejos de dinero público.

Lo destacable es que Ricardo Monreal le vuelve a sacar las castañas de fuego a López Obrador. El zacatecano volvió a desplegar sus habilidades políticas en favor del Ejecutivo, aunque lo previsible es que ni siquiera por eso ni por otras actuaciones recibirá el perdón de las alturas.

Como ocurría en el viejo régimen, el partido en el poder vuelve a poner en marcha la aplanadora, lo que no es extraño, pues la inmensa mayoría de los integrantes de Morena son meros desertores del PRI y están educados (es un decir) en el mayoriteo, la sordera ante los argumentos contrarios y una obediencia indigna ante las órdenes del tlatoani.

Los choques verbales y casi físicos entre legisladoras acabaron de manchar la jornada y muestran una lamentable irreverencia ante la necesaria institucionalidad. Lo peor es algo que los mexicanos lamentaremos por mucho tiempo: se acordó caminar de espaldas a la historia. Para los legisladores militaristas no hubo Vallejazo ni Tlatelolco. Se arrepentirán.