10 septiembre,2017 5:02 am

De huracanes peores y costas indefensas

RAZONES VERDES

De huracanes peores y costas indefensas

Eugenio Fernández Vázquez*

No sólo es malo que, al verter millones y millones de toneladas de gases de efecto invernadero a la atmósfera, logramos que los huracanes peguen cada vez con mayor fuerza contra nuestras costas. Lo malo es que también hemos eliminado las barreras que deberían protegernos contra ellos.

Ahora que Katia se vuelca en Veracruz y se desparrama sobre el centro del país, y ya que Irma destrozó varias islas caribeñas y echó por tierra lo construido en buena parte de la costa de Florida, en Estados Unidos, echamos en falta la vegetación costera que mantiene al mar en calma, y contra la que tanta saña hemos puesto.

Un primer error que cometimos los seres humanos, que se traduce en desastres como los que ya ocurrieron en el Golfo de México –y por ahí viene el huracán José, avanzando hacia el oeste justo detrás de Irma–, fue provocar el cambio climático. Al usar combustibles fósiles y al acabar con los bosques, entre otras cosas, hemos lanzado a la atmósfera una cantidad enorme y anómala de dióxido de carbono más otros gases que atrapan el calor que entra a la Tierra.

Estos gases antes estaban contenidos, por ejemplo, en las paredes de las células de los árboles, o en el petróleo que se escondía bajo tierra. Hoy, en cambio, flotan por ahí libremente, y hacen que la Tierra se caliente cada vez más. Por eso, la temperatura en el planeta, en general, ya es un grado centígrado mayor que hace 150 años, y en el mar en particular es más o menos 1.3 grados centígrados mayor ahora que al inicio del siglo XX. Esto causa que haya más vapor de agua sobre el mar y que el aire mismo en esas zonas esté más caliente, y el vapor de agua y el aire caliente son, precisamente, lo que genera los huracanes. Por eso, si las temperaturas son mayores que nunca, los huracanes son más fuertes que nunca —como es el caso de Irma.

Pero arrasar con el medio ambiente no sólo nos ha llevado a producir huracanes peores: también nos ha dejado más indefensos ante ellos. Los huracanes siempre son devastadores, de eso no hay duda. Tan es así, que las dinámicas ecológicas de las selvas caribeñas dependen de disturbios muy fuertes cada determinado tiempo. Por ejemplo, si hay tanta caoba en Quintana Roo es porque cuando los árboles de esa especie están apenas naciendo necesitan mucho sol, y en la selva lo que hay es sombra, a menos que llegue un huracán y eche por tierra todos los demás árboles, que es lo que sucede cada tanto.

La misma vegetación de las costas que están expuestas a los huracanes nos ofrecía —en algunas partes todavía nos ofrece— cierta protección para que estos fenómenos, aunque sí sean muy fuertes, no lo destruyan todo. Los manglares, por ejemplo, crecen precisamente en las orillas de las costas tropicales y frenan la velocidad y la fuerza del mar. Esto hace que, para las poblaciones que viven muy cerca del océano, el oleaje sea mucho menos terrible si mantuvieron el mangle en su lugar.

Sin embargo, el urbanismo salvaje y la urgencia por obtener ganancias enormes y muy rápidas, sumado a la corrupción y la falta de una regulación adecuada, han llevado a que haya demasiadas construcciones, demasiado cerca de la línea del mar, y en terrenos que antes eran ocupados por los bosques de mangle. De este modo, ciudades como Cancún o Miami han quedado completamente expuestas no sólo a la fuerza del viento y a merced de lluvias torrenciales que de por sí son desastrosas: ahora, sin la protección de esa vegetación, también han quedado a expensas del oleaje que erosiona las playas y se lleva todo lo que esté en primera línea de mar.

Lo más escandaloso de todo es que los manglares siguen entre los ecosistemas más amenazados. En el caso de Florida, hay ciudades que han perdido hasta 50% de sus manglares, mientras que México ha perdido ya dos terceras partes de estos biomas.

Y todo para levantar hoteles a los que, tarde o temprano, se los va a llevar el mar.