24 septiembre,2019 5:09 am

De la producción a la industria (IV)

Eduardo Pérez Haro
 
Para los 43.
La producción industrial cimienta el crecimiento y éste la posibilidad del desarrollo, en sentido general no hay otra fórmula. El mundo así viene, preguntémosle a Inglaterra y Europa en el siglo XIX, a Estados Unidos en el siglo XX o a China en los ciernes de su preponderancia en el siglo XXI. La otra vía, en el mejor de los casos, sólo son variaciones del mismo proceso, y sin embargo…
La economía de la producción industrial mueve al mercado y éste al dinero, el consumo productivo pauta el escalamiento y el cambio, el consumo final se estratifica y en cualquier caso cierra el círculo de la reproducción ampliada del capital, mejor conocida como crecimiento económico, construyendo circuitos dinámicos y circuitos de arrastre, donde el cabús no suple el papel de la locomotora.
El crédito posibilita el escalamiento de la producción y la acción del Estado-gobierno asume la inversión (educación, salud, infraestructura, etc.) que escapa a la lógica de la empresa que trabaja por la ganancia más pronta, así también, el Estado-gobierno asume la administración del dinero de curso y aún del crédito mediante la acción reguladora del Banco Central y, además, la recaudación fiscal con la que cubre los costos de la administración pública y la seguridad.
Este entramado tiende a complicarse en la suma de engranes que en el desarrollo relativo deben ser incorporados amén del tamaño de cada uno de estos engranes o ámbitos de inversión-actividad-trabajo, lo que el mercado organiza con la exclusión por competencia entre las empresas, en grado tal, que se alcanzan condiciones de superioridad y predominio de unas sobre otras, consiguiendo una condición de preponderancia monopólica. Las empresas preponderantes construyen circuitos-países preponderantes con la segregación de circuitos que se apartan de la dinámica del capital principal quedando separados y prácticamente llevados a una condición de reservorios de recursos naturales y, en la era digit@l, cada vez en menor grado, de mano de obra.
Surge un mosaico de empresas y países avanzados, en vías de desarrollo y atrasados. La idea de un proceso fuera de esta realidad para la emergencia de un mundo mejor se prefigura desde la ontología del ser que se torna deber ser convirtiéndolo en un precepto ético que deviene moral y se direcciona por el precepto de justicia donde se disuelve al ser asimilado por el pensamiento dominante de quienes protagonizan el movimiento de las empresas y países de los circuitos dinámicos de la producción, el dinero y el comercio, sin que ello signifique el cumplimiento del postulado de justicia.
Por el contrario, aquí se produce una transfiguración donde el debe ser se fetichiza en un lenguaje que encubre los procesos de diferenciación productiva, territorial y social justificados precisamente por el deber ser como responsabilidad ética de forma que se construye una trama entre buenos y malos, en una parábola ideológica que lo explica y justifica, dejando el desafío del deber ser bajo el estereotipo de la excelencia que yergue a los hombres, empresas y países exitosos, como suele contárseles.
No obstante, subyacen contradicciones del propio sistema que advierten su debilidad y quiebre, con lo que el sistema tiende a un contrasentido de su propia lógica, pues, el desarrollo de sus capacidades aumenta y mejora la oferta en cantidad y calidad de los bienes y por ende, su abaratamiento y sobreproducción donde la ganancia se jaquea y sobreviene el quiebre. El monopolio, la regulación y la guerra salen al paso para hacer valer el orden instituido en su preponderancia de idea y de hecho.
La otra contradicción surge de entre los desposeídos que se debaten diariamente con las dificultades de la desigualdad productiva, territorial y social. Abrevando en el fragor de luchas y reivindicaciones pasadas, en el sentir de los agobios del trabajo y la falta de trabajo, en la información y en la escuela, en los estragos generados por las calamidades de la naturaleza y la inseguridad, se desarrolla la inconformidad y el cuestionamiento de mujeres, hombres, empresas y países, que dan lugar a reclamos y propuestas sobre el reconocimiento de condiciones y derechos transgredidos en el acceso al conocimiento, la tecnología y el capital, el manejo racional de los recursos naturales, la equidad de género, los derechos humanos y mucho más, con lo que se prefigura un mundo distinto.
Sin embargo, es menester decantar la diversidad de las demandas y propuestas al ámbito de la economía donde la lógica del sistema debe ser atemperada y en cuya debida representación puede actuar el Estado-gobierno cuando se presupone leal y vanguardista en el espíritu de la sociedad, a condición de no equivocar la lectura de lo que se exige, ni el orden y sentido del engarce con la industria que articula los engranes productivos de los sectores y empresas productivas. Si la demanda social de todo carácter no engancha con la economía de la producción se desvanece en los artificios de la dominación o el deseo.
La proximidad de una crisis recesiva no hace sino remarcar la vigencia de los reclamos y la necesidad de alinear los recursos del Estado-gobierno en una ecuación donde la política económica de fomento a la inversión productiva y la política social no pueden confundirse. Cada una de estas líneas de actuación cumple una función y, sin duda, un rol de complementariedad con las adecuaciones de cada país, sea avanzado, en vías de desarrollo o atrasado, pero en ningún caso juegan supletoriamente.
No está de más señalar que de ello depende la vía recomendable para transitar de un país en vías de desarrollo o aún atrasado hacia un desarrollo no sólo tipificado por la relevancia que en ello tenga la producción de bienes de capital (maquin@s que producen maquin@s) sino por el grado de asimilación de las demandas con apego a las exigencias de la conciencia crítica escenificada por los movimientos sociales que ponen de manifiesto las contradicciones y desequilibrios del sistema.
Con lo que el cambio no sólo es de congruencia con el imperativo lógico-histórico del crecimiento económico sino con proclividad al sentido de las demandas sociales que, sin desarticular las contradicciones que dan origen a la diferenciación productiva, social y territorial, se dirigen en la perspectiva de aquella ontología que desde los griegos apuntó al relevo de las armas por la razón y que durante el siglo XIX colocó al hombre en la posibilidad de recuperar el deber ser como un imperativo práctico de transformación histórico-concreta más allá de la moral y, sobre esa base, la justicia como consecuencia objetiva.
Efectivamente hay un empate de objetivos entre el idealismo y el materialismo, empero, la diferencia está a la vista, el primero fue sustraído al pensamiento y ámbito de la preponderancia y el predominio mientras que el segundo se libera de atavismos, míticos y morales, para hacerse cargo de la discusión, la confronta de intereses y la ingeniería de los procesos estructurales, de la representación y del Estado-gobierno, en la economía, la política y la cultura.
Esta es la posibilidad, pero al ver la propuesta del paquete económico de los Criterios de Política Económica, la Ley de ingresos, el Presupuesto de Egresos de la Federación y la Miscelánea Fiscal, la teoría, los propósitos del proyecto y la aritmética no cuadran. Los puntos de apoyo del Estado-gobierno a la inversión y el crecimiento se diluyen, la política social se pulveriza y el riesgo de perder el momento inevitablemente regresa al desvanecimiento del crecimiento económico y con ello lo demás.
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