2 julio,2019 5:16 am

De la tierra a la producción (IV)

Eduardo Pérez Haro
A la memoria de Héctor Castillo.
 
Los precios de garantía, antes concedidos por producto y con compras reguladoras por parte del gobierno (Conasupo) para asegurar una oferta que evitase presiones alcistas en los precios, ahora se perfila por producto pero sólo para pequeños productores de hasta cinco hectáreas y hasta 20 toneladas (para el caso del maíz aunque con criterios análogos se abre para frijol, trigo, arroz y leche), ello presupone que el precios de garantía se establecerían en el orden de los 5mil 600 pesos y si para el momento de cosecha el precio estuviese en el orden de 4 mil pesos (supuesto) representaría un diferencial de mil 600 pesos, que para hacerlo efectivo el gobierno entraría a hacer la compra (Segalmex a manera de gerencia operativa de nueva creación) y lo llevaría a los centros de almacenamiento para después ofertarlo a los precios de mercado absorbiendo el diferencial de precios.
El supuesto es que con este sobreprecio el pequeño productor estaría en condiciones de mejorar las condiciones de producción para elevar sus rendimientos por hectárea y con ello se iría disminuyendo el volumen de importaciones que, conservadoramente, se coloca en el orden de la tercera parte del consumo nacional y con ello México se adentra a la posibilidad de la soberanía alimentaria. El planteamiento no suena mal, pero encierra problemas de distinto orden, pues el gobierno puede enfrentar debilidades jurídicas e insuficiencias operativas y logísticas al no tener un andamiaje como el que tenía la Conasupo, eventualmente, errores de cálculo en la economía y finanzas, al solo mirar las bondades de esta experiencia de precios de garantía durante el Milagro mexicano y obviar las lecciones de su agotamiento e inviabilidad.
Las cuentas del gasto público implican el diferencial del sobreprecio, los costos por acarreo del grano a los centros de almacenamiento y los del almacenamiento mismo, multiplicados por los cientos de miles de productores y toneladas que se presupone habrían de encontrar como respuesta al estímulo de los precios de garantía. Cabe preguntarse ¿de dónde saldrá ese dinero? si el presupuesto gubernamental es el mismo del año pasado cuando este programa no existía y por tanto no tenía soporte presupuestal, pues haciendo un reordenamiento del gasto, esto es, quitándole a unos para darle a otros, no hay otra fórmula.
¿A quién se le puede quitar? ¿digamos que a los grandes agricultores a los que se les daba mucho para dárselo a los pequeños productores a los que se les daba poco?, con lo que parecería que se vuelven a acomodar las razones y las cuentas. No sin advertir que, de ser así, habría que preguntarse ¿qué pasa con lo que hacían los grandes productores?, pues, en gran medida, los abastos de los grandes conglomerados urbanos, esto es, los mercados más grandes y sensibles son, precisamente, abastecidos por estos grandes y medianos productores.
¿Habría riesgo de desabasto? ¿O de suyo está compensado por lo que habrán de producir los pequeños productores bajo el régimen comercial de los precios de garantía? Para ser exactos, ninguna de las dos cosas parecen estar firmes en el horizonte próximo, quiero suponer que lo primero no habría de suceder porque, en sentido estricto, no están siendo eliminados los apoyos indirectos (agua, energía, crédito, etc.) a los costos de las grandes y medianas explotaciones ni se ha eliminado el precio-ingreso objetivo o de indiferencia (repone el diferencial por precio-costo del producto importado) que en la práctica la hace de precio de garantía con el que se ha financiado-asegurado la producción y el comercio del maíz y el abasto suficiente al sector industrial, desde hace muchos años.
Por lo que hace a la respuesta productiva que se espera de los pequeños productores tengo mis reservas, pues el cambio en la capacidad productiva no depende de una expectativa de precio exante sino de una corrección en las condiciones técnicas de producción, las que suponen muchos elementos como equipamiento, insumos, asistencia técnica, infraestructura de producción y comercio, etc. pero que, en cualquier caso, implica gradualidad de procesos e inversiones que no se implantan en un santiamén, a reserva de sumar sus costos que, para esto, ya alcanzan a complicar las cuentas del erario. Si acaso, los precios animan el involucramiento de más productores y, por ende, primero tienden a aumentar la superficie sembrada, después podrían mejorar la producción, siempre y cuando los excedentes se reinviertan lo que no es sencillo porque el concepto de excedente se entiende en explotaciones solventes y no en predios de bajo rendimiento y productores agobiados por la pobreza.
Mas, el pequeño productor no sólo está presionado por las carencias de toda índole en las llamadas necesidades básicas que es lo que denota pobreza, también tiene marginación por aislamiento al carecer de comunicaciones, y más aún, para propósitos productivos carece de infraestructura, tecnología, asistencia técnica, organización, capacitación y, en gran medida, irregularidad en la tenencia de la tierra y deterioro ambiental con degradación en la calidad de los suelos con lo cual hacer cuentas sobre una respuesta productiva inmediata sobre la base de los precios de garantía bis a bis algunos otros de elementos de esta serie, puede incurrir en una falla en la aritmética de financiamiento que pone en riesgo la estrategia productiva remitiéndole a una línea de ayuda en los términos de subsistencia que para efectos prácticos es muy loable como tal, pero poco efectiva para estructurar la soberanía alimentaria si de eso se tratara.
Valdría la pena conocer las cuentas de lo que aquí razonamos, de cara a lo que le significa para la estrategia alimentaria y de desarrollo general, pues, aún, habría que considerar que el efecto esperado en sustitución de importaciones de suyo tiene un efecto localizado en la disminución de compras de importación de maíz amarillo para forraje que por lo demás no son compras del gobierno sino de los particulares que dirigen estos insumos a la producción de carne para su venta y consumo de las clases medias ahora mediadas por cuenta de importantes volúmenes de recursos fiscales que están saliendo muy caros al provenir de la disminución del aparato de Estado y no del aumento de los ingresos nacionales y de la recaudación fiscal.
El maíz blanco para la industria de la masa y la tortilla no tiene déficit de producción y abasto, y al producirse demás y con mayor precio con base en los apoyos económicos del gobierno, resulta que bovinos y cerdos serán beneficiados con la calidad del grano para consumo humano con lo que nos preguntamos, si al momento actual, este es el sentido más pertinente de la soberanía alimentaria, y aún más, cuando se dejan de lado las otras potencialidades del campo mexicano. Parecería una estrategia de alto costo con grandes riegos y cortas implicaciones de resultado.
La ayuda social a los campesinos debe ser directa y sin rodeos, más expedita y sin condiciones, y la ayuda productiva debe de fundarse en el conocimiento de las debilidades y potencialidades productivas dentro de la geometría de la economía nacional y del mundo, y no hay porqué confundirse. Ambas tienen sentido y deben llevarse a cabo, pero con distinción y especificidad.
Subyace una especial consideración sobre las bases para la sostenibilidad de la estrategia de precios de garantía en cuestión. Aun dejando de lado la ausencia de ingeniería socioeconómica en la manera de abordar los problemas y requerimientos del campo y, en particular, la producción de granos fundamentales, cabe advertir que ello depende de la suficiencia fiscal proveniente del crecimiento económico en que se basa la recaudación hacendaria.
El milagro mexicano corrió a la par de la época de oro del capitalismo de posguerra e hizo de los precios de garantía un instrumento para el crecimiento industrial y, mientras lo tuvo, lo pudo sostener, pero al perderlo también perdió los precios de garantía como herramienta de apalancamiento en la industrialización y la posibilidad de mantenerlos. Sobra decir que el auge de la industria nacional y de la economía mundial no son los signos del momento.
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