21 febrero,2023 5:04 am

Desorden versus militarización

Abelardo Martín M.

 

Uno de los rasgos más relevantes de las últimas tres décadas en México ha sido el debilitamiento de los gobiernos en cualquiera de sus niveles, municipales, estatales y federal, y la entronización de grupos de presión o delincuenciales, que han ido empoderándose y asumiendo hasta funciones exclusivas del gobierno establecido, como la seguridad y hasta el cobro de impuestos, vía amenazas, chantajes, violencia en general.

Desde hace varios lustros, también, miembros de las fuerzas armadas de México, tanto del Ejército como de la Marina, han tenido que asumir actividades originalmente destinadas a grupos y policías civiles. Desde el inicio de este siglo, justo cuando el PAN, con Vicente Fox, como presidente del país, comenzó a responsabilizar al ejército de acciones de seguridad pública. Durante el gobierno también panista de Felipe Calderón, los soldados tuvieron ya un papel protagónico en el enfrentamiento a grupos delictivos.

En la actual administración que encabeza el presidente Andrés Manuel López Obrador, miembros de las fuerzas armadas han asumido distintas actividades que han dado buen nombre a la obediencia, eficacia, disciplina y compromiso del Ejército y la Marina mexicanos. El Presidente de la República, López Obrador, se refirió al papel que juegan las Fuerzas Armadas en la vida del país, y dijo que su mayor participación no equivale a autoritarismo o militarización y tampoco incurren en tortura o violación a los derechos humanos.

Al celebrar el Día del Ejército, el pasado fin de semana, detalló que este cuerpo cumple cotidianamente cinco funciones principales, en primer lugar, defender la integridad, la independencia y la soberanía de la nación; además garantizar la seguridad interior, brindar apoyo a la población civil, participar en obras cívicas y sociales, e intervenir en caso de desastres naturales.

Por ello es que las Fuerzas Armadas forman un pilar fundamental del Estado Mexicano, consideró el mandatario.

Este año la celebración es doble: por un lado, el Ejército mexicano ha cumplido ciento diez años desde su creación, como parte del proceso revolucionario que vivió nuestro país a principios del siglo pasado, y en resistencia a la dictadura huertista; además, este año el Heroico Colegio Militar cumple dos centurias de su fundación, lo que es también motivo de orgullo entre los integrantes de las Fuerzas Armadas.

Los integrantes de las fuerzas armadas vienen a llenar un vacío gubernamental que poco a poco aunque de forma acelerada han abandonado los gobiernos civiles. Es deseable que sus principales virtudes o características de lealtad, disciplina, obediencia y honestidad sean transmitidos a los civiles. Por ejemplo, conductas elementales de civilidad en el sistema de transporte público, que en 50 años no ha sido posible infundir en los usuarios (por ejemplo el “para entrar primero deje salir”), se antoja que sólo los miembros de la Guardia Nacional lograrían hacer posible.

Y ya que nos referimos a cuestiones militares, esta semana se cumplirá un año del inicio de la guerra que desató la invasión rusa a Ucrania; en los primeros días los expertos vaticinaron que sería una operación “relámpago” y que en pocos días los ucranianos serían vencidos, dada la desigualdad de fuerzas y el aparente poderío del ejército atacante.

No ocurrió así; las columnas invasoras fueron detenidas por la resistencia de un pueblo decidido a defender a toda costa su territorio, y los bombardeos aéreos, aunque causaron una gran destrucción, no fueron suficientes para sostener el avance por tierra que muy pronto se empantanó. Luego vino el apoyo de naciones occidentales a Ucrania, con armamento y otros recursos, y la guerra se volvió eterna y compleja.

Se calcula que ha habido cerca de cincuenta mil muertos, una cifra macabra similar por cierto a la que resultará como saldo de los terremotos en la cercana Turquía. Además, cerca de la mitad de la población ucraniana ha buscado refugio en otros países. Cuando la guerra termine, a Ucrania le tomará decenios recuperarse de los daños sufridos en su infraestructura y en su economía.

En este último rubro las consecuencias ya se han sentido en el mundo entero, pues la falta de cereales y otros productos ucranianos, así como los bloqueos al petróleo y al gas de Rusia, son en parte responsables de la ola inflacionaria que actualmente vive el planeta.

Ahora ya nadie sabe cuál será el desenlace del enfrentamiento, pero es evidente que no será feliz ni pronto.

Países como el nuestro pagan parte de las facturas bélicas, traducidas en el incontrolable proceso inflacionario que afecta todo el mundo, pero que se ensaña, aquí y en todas las latitudes, con los más pobres, porque lo que más sube son los alimentos y otros productos básicos y no se ve cercana la estabilidad de precios.

En México además, vivimos una engañosa estabilidad simbolizada en el fortalecimiento del peso frente al dólar, y nos absorbe la atención la polarización política que vive nuestra sociedad.

El próximo fin de semana volverá a realizarse una gran concentración de quienes sienten que se están afectando las instituciones electorales, y tres semanas después desde Palacio Nacional se ha anunciado otra movilización para celebrar el aniversario de la Expropiación Petrolera. Políticamente se les ve como sucesivas demostraciones de fuerzas enfrentadas.

Lo que no es distracción sino una amenaza creciente es la presencia cada vez mayor de la delincuencia en zonas más extensas del territorio nacional, manifestada en brotes recurrentes de violencia, como sucede en los estados más dominados por el crimen, pero también en múltiples momentos de la vida cotidiana, como es el hecho de que en el Metro de la ciudad de México se atribuyen sus constantes fallas y accidentes al robo de cables y sabotajes realizados por la delincuencia organizada, o que en los mercados se culpa del encarecimiento de diversos productos de consumo al pago de “derecho de piso” y de paso que sufren productores y comerciantes.

En ese contexto, el juicio que está por concluir en Nueva York contra el exsecretario de Seguridad Pública de México, independientemente del veredicto que conoceremos en breve, ha sido una muestra de cómo se genera la colusión de los más peligrosos delincuentes con las más altas esferas del poder. Sería inocente, por decir lo menos, pensar que lo relatado en la Corte sólo existió en la mente de un grupo de criminales. Y más inocente todavía creer que eso sólo sucedió durante un sexenio y que ahora ha dejado de ocurrir.

En Guerrero la actuación de los grupos criminales se advierte en enfrentamientos en comunidades, en la penetración de policías comunitarias, muchas de las cuales en realidad están al servicio de algún cártel, y genera reacciones disfrazadas de manifestaciones civiles para defender la aprehensión de narcotraficantes o el aseguramiento de armas, drogas o vehículos robados, como ocurrió el fin de semana en la carretera federal de México hacia Acapulco.

Son fenómenos que tienen décadas de existir, pero lo preocupante es que gobiernos van y gobiernos vienen, y no sólo no se remedian, sino que a todas luces son cada vez mayores. También se vuelven eternos.

Las Fuerzas Armadas, el Ejército y la Marina, tienen mucho que hacer en la recuperación del orden, de la armonía, de la paz y de la tranquilidad, pero sobre todo en el respeto a la ley, que tanto trabajo nos cuesta cumplir, en general, a todos los mexicanos.