27 marzo,2018 7:01 am

Un día en la vida de una mujer sonriente

Federico Vite
Un día en la vida de una mujer sonriente (Traducción de Miguel Ros González. Impedimenta. España, 2017, 281 páginas), de Margaret Drabble, agrupa 13 cuentos que muestran los intereses temáticos y estéticos de esta sugerente narradora inglesa.
Tal vez conozcan a la escritora de Sheffield por La piedra de moler (Alba, 1965) o La niña de oro puro (Sexto Piso, 2013) y si es así sabrán que su tema predilecto es el universo femenino y las diversas formas de socialización que practican las mujeres. Los 13 cuentos reunidos en este volumen están ordenados cronológicamente, aunque algunos fueron escritos mucho antes de la fecha en la que fueron publicados.
Sé que adjetivos como delicioso y exquisito suelen acompañar a sustantivos de repostería, pero en esta ocasión no temo calificar a los cinco primeros cuentos de este libro como exquisitos: “La torre de Hasán”, “Un viaje a Citera”, “Amantes fieles”, “Una victoria pírrica” y “Cruzando los Alpes”. El resto son muestras de la obra madura de una narradora que no repite sus recursos en la indagación temática: “Los regalos de la guerra”, “Una historia de éxito”, “Un día en la vida de una mujer sonriente”, “Deberes”, “La viuda alegre”, “La residencia de la viuda”, “Las cuevas de Dios” y “Rumbo al oeste”.
Lejos del melodrama y de la victimización, Drabble recurre a la ironía y la elegancia (el uso adecuado de las herramientas literarias) para enunciar una ética femenina en múltiples ámbitos: laboral, familiar, sexual y social. Las protagonistas de estas historias reflexionan sobre el éxito laboral, sobre el reconocimiento de su trabajo y, en especial, sobre los paisajes sensuales y amatorios que desean.
La autora analiza momentos específicos y determinantes en la vida de esposas, madres, viudas, escritoras, científicas, maestras, novias e hijas en 13 cuentos escritos durante casi 40 años. Este volumen comienza con una joven imitando a Chéjov y culmina con la necesidad de que la poesía sea un patrimonio universal. En el intermedio conocemos algunas peculiaridades femeninas, por ejemplo, la vida de una periodista exitosa, tiranizada por su marido y su familia; científicas con temor de que sus secretos sexuales sean revelados en libros escritos por figuras públicas, una mujer que ve en su esposo todo aquello que ella no desea; además es tacaño. Amantes que visitan el mismo bar por si la otra parte de la relación decida continuar con la infidelidad; amantes pues que se despiden haciendo viajes por carretera en Europa. Sobre todo, conocemos viudas que temen estar bien, sin sus parejas, temen sentirse a gusto y tranquilas lejos de sus hijos, a quienes no les interesa ver porque se han convertido en gente indeseable, igual que el esposo muerto. Son viudas que luchan para no gritar de felicidad, agradecen su renovada estancia en la tierra.
Drabble postula en “Rumbo al oeste”, ¿qué es lo que permanece? ¿Cuál es el bien que creó la humanidad? La memoria y la poesía, dice, porque no es posible existir la una sin la otra. La narradora sabe que si incluimos a la poesía en un currículo académico básicamente la estamos maltratando y así ensuciamos la historia. Así que intenta protegerla declarándola Patrimonio de la Humanidad. Esa académica que se regodea con versos de Coleridge y que encuentra en el campo un remanso para la competencia laboral, un grupo de mujeres que conviven con exóticos ñoños, sabihondos, gente que ama la poesía y se aferra a ella como una panacea. Habita la pasión pura, cuyo oficio es arder. Yo pondría en mi curriculum que he leído a Drabble con mucho escepticismo; son textos que derivan de una observación de la realidad, narrados en un tono coloquial, proclives a la ironía y que me convencieron de que si usted no ha leído estos cuentos, de verdad, se está perdiendo de algo importante.
Aparte de “La viuda alegre” (la protagonista lucha contra esa sensación de bienestar que le prodiga su soledad; poco a poco se convence de que está en la mejor etapa de su vida) y de “Un día en la vida de una mujer sonriente” (cuento en el que Drabble critica todo lo que aún es sagrado: la familia, el dinero y el respeto laboral. La esposa de un hombre adinerado consigue un trabajo, por hobby, en televisión; eso la catapulta en la socialité, la llena de actividades de beneficencia y la satura de entrevistas. Su familia, principalmente el esposo, comienza a enojarse por su ausencia constante en el hogar. La protagonista padece una enfermedad y la autora deja crecer, sobre los rieles de la estructura del cuento, el mal que aqueja a la mujer sonriente y el éxito laboral. Las consecuencias, como usted bien sabe, son fascinantes), me quedo con “Una historia de éxito”, texto en el que una reconocida dramaturga conoce al escritor que admiró desde que era adolescente; al final de esa experiencia acepta que se sintió más atraída por el deseo que su colega sintió hacia ella que por todos los montajes exitosos que ha tenido. Cito a la narradora: “Habría cambiado de buena gana toda la obra del dramaturgo, y todo el placer duradero que le había proporcionado, por ese comentario idiota que él hizo sobre la belleza de sus piernas”.
Drabble ha publicado 17 novelas. Sus primeros libros fueron editados por Weidenfeld & Nicolson. Ahora trabaja con Penguin Books y con Viking Press. Su tercera novela, The millstone (1965), fue condecorada con el John Llewellyn Rhys Prize en 1966. En Jerusalem, The golden (La niña de oro puro), ganó el James Tait Black Memorial Prize en 1967. También ha escrito guiones de cine (Su vida íntima), obras de teatro y obras de no ficción, por ejemplo, A writer’s britain: Landscape and literature. Escribió las biografías de los novelistas británicos Arnold Bennett y Angus Wilson. También editó dos versiones de The Oxford Companion to English Literature. Sus trabajos de crítica literaria analizan la obra de William Wordsworth y de Thomas Hardy. Que tengan un primaveral, sonriente y coqueto martes.