22 enero,2024 3:42 am

Difusión Cultural universitaria

LA REPÚBLICA DE LAS LETRAS

Humberto Musacchio

 

Difusión Cultural universitaria

Después de cumplir con un menos que mediocre papel en la Dirección de Música de Bellas Artes, José Julio Díaz Infante recibe como premio la Dirección de Música de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM. Sustituye a José Wolffer después de la protesta de los integrantes de la Filarmónica de esa casa de estudios. Las mafias vuelven a imponerse y la institución universitaria sale de Guatemala para entrar a Guatepeor. Inexplicablemente, la escritora Rosa Beltrán –dice el boletín respectivo–, “reconoció el profesionalismo y la pasión del trabajo realizado” por Wolffer (estaría bien que se informara en qué consistió ese profesionalismo al que se hace referencia). En cambio, ponen al frente del Museo del Chopo a Sol Henaro mientras despiden al creativo y eficiente José Luis Paredes Pacho, sí, el mismo que supo armar una oferta atractiva dirigida al público joven que hizo suyo ese recinto. Otro nombramiento incomprensible es el del antropólogo Pablo Landa Ruiloba como director del Museo Experimental El Eco, un centro que suponíamos dedicado al arte contemporáneo. En cambio, es muy comprensible que se ponga a Eloy Urroz al frente de la Cátedra Carlos Fuentes, pues se trata de un escritor que pertenece al mismo grupo del muy influyente Jorge Volpi, quien sigue disfrutando de un exilio dorado en España, con sueldo y gastos pagados por la UNAM, o sea, por los contribuyentes.

La relación INBA-UNAM

Una vez que el INBA se deshizo de José Julio Díaz Infante, llega a la Coordinación de Música y Ópera (¿la ópera, entre otras cosas, no es también música?), “la directora de orquesta y cantante” Mireille Bartilotti, quien ahora tendrá ocasión de dar a conocer los muchos talentos que le atribuye el boletín del INBA. La acompañará como subcoordinadora María Dolores Zavala Esparza, “mezzosoprano y directora de la Orquesta Estudiantil del Cedart Miguel Bernal Jiménez”. En los afanes de pintar de gris la actividad cultural, la Universidad Nacional puso a concurso la dirección del Taller Coreográfico de la UNAM y el premio le tocó a Irina Marcano, ex bailarina del Ballet Contemporáneo de Caracas, del Ballet Teresa Carreño, del Ballet Nacional de Ecuador y desde 2012 de la Compañía Nacional de Danza de México. Con tales criterios, suponemos que la Coordinación de Difusión Cultural busca que el público formado por la creativa e inovidable Gloria Contreras vuelva a la Sala Miguel Covarrubias, espacio que muy lejos está del interés y de los llenos que vivió en sus años dorados. No queda más que encomendarse a los dioses del Olimpo.

El polifacético José Agustín

Contaba Gerardo de la Torre que en sus mocedades, José Agustín escribía obras teatrales que luego dirigía, con actores como su hermana Yolanda –luego esposa de Gerardo– y el propio De la Torre. Agustín nació en Guadalajara, pero con orgullo siempre se dijo guerrerense. Fue un defensor incansable de la legalización de la mariguana, algo que todavía hoy está jurídicamente entre azul y buenas noches. El Negro Durazo, entonces policía federal, lo persiguió y lo detuvo junto con Margarita, la hermana del poeta guerrillero Roque Dalton. Los acusó –ni más ni menos– que de pertenencia a una banda internacional de narcotraficantes y Agustín estuvo encarcelado varios meses en Lecumberri, donde también se hallaba su admirado José Revueltas, con quien escribió más adelante el guion de la película El apando. Se dice que el autor de La tumba asistió al Festival de Avándaro, pero lo cierto es que apenas tenía dos meses en libertad y debía andarse con cuidado. Por supuesto, nada le resta mérito a su trayectoria literaria. Hoy los jóvenes lo leen con el mismo fervor de sus contemporáneos. José Agustín es el abanderado de varias causas juveniles, pues no sólo renovó la prosa y la temática de nuestras letras, sino que fue un tenaz defensor y difusor del rock, cuando esta música y sus intérpretes fueron hostilizados por el gobierno de Luis Echeverría.
50 años de la Cineteca

Fue Rodolfo Landa, hermano de Luis Echeverría Álvarez, quien creó, hace medio siglo, la Cineteca Nacional, recibida por los cinéfilos con estusiasmo. Lamentablemente, el mandatario que sucedió a LEA, José López Portillo, en su afán de darle hueso a toda su parentela impuso a su hermana Margarita al frente de Radio, Televisión y Cinematografía, desde donde manejó los medios públicos caótica y onerosamente, la producción fílmica cayó a los niveles más bajos de los últimos cuarenta años de entonces, prestigiados cineastas fueron hostilizados y algunos fueron llevados a prisión y, como cereza del pastel, se incendió la Cineteca Nacional (1982), que entonces estaba en los Estudios Churubusco. Por todo lo anterior, relevantes intelectuales señalaron que el cine era “zona de desastre”. Después de perder gran parte de su acervo, la Cineteca reinició sus actividades en su actual sede del barrio de Xoco, donde años después Consuelo Sáizar, como presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes realizó obras materiales que le dieron señorío a la institución que dirige Alejandro Pelayo. Por su desastrosa gestión, doña Margarita fue investida como doctora honoris causa por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (je, je).