5 marzo,2019 6:51 am

Digamos que se trata de una prosa coqueta

Federico Vite
 
Historia estimable de estas tierras (Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal / Secretaría de Educación y Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de México, México, 2018, 168 páginas), de Lobsang Castañeda, es documento que expone virtudes de la literatura moderna. Dicho de otra forma, el libro aborda una serie de reflexiones sobre los motivos que detonan, o proyectan, la escritura misma.
Aparte de la narrativa comercial y la subgenérica (de la que soy ferviente oficiante, por ejemplo, novela negra, relato histórico, ciencia ficción, distopías, etcétera), en la actualidad no hay más proposiciones estéticas reales que la metaliteratura. Bajo esa óptica, Lobsang Castañeda muestra en Historia estimable de estas tierras una serie de estructuras narrativas breves que contienen situaciones insólitas, en su mayoría de corte humorista, y culminan con un giro en la trama, una revelación sutil que mantiene un funcionamiento autónomo de la estructura total del volumen. En estas historias conocemos la mitología del autor y la expone con mecanismos de relojería, guiños metaliterarios, que consuman un acercamiento mayor a esas reflexiones sobre los porqués del oficio de narrar.
Los cuentos de Lobsang imbrican personas e instituciones, finalmente entidades que le ayudan a dar cuenta de un panorama del mundo. Son textos que describen la intimidad de un ecosistema en situaciones de aparente civilidad, pero el autor se apoya en la parodia para agrandar las resonancias pasionales del alma provinciana. La intención mayor de esos textos (unidades cerradas, caracterizadas por la picaresca y en las que se enmarca una región del espíritu lujurioso e insaciable de la especie humana) es que a manera de andamios fortifiquen la estructura de un edificio narrativo que expande las resonancias de la tradición oral en núcleos y para ser más claro diré que potencia la narración oral en relatos dentro de relatos, nódulos en un contexto determinado claramente, pero tomo las palabras que el autor depositó en el ‘Apéndice’ para ilustrar mi apreciación: “[…] Me llamó la atención la manera en la que están estructuradas (las historias), todas construidas con tres larguísimas oraciones, plagadas de conectores, como si fueran un distendido tricolon barroco”. Esos núcleos poseen tensión dramática (la cual se consuma por el canon aristotélico del protagonista, antagonista, enfrentamiento, desenlace y final) que se libera con sutiles revelaciones, sin golpeteos en la mesa, sin masacres ni críticas desenfrenadas, insisto, logra esto con revelaciones sutiles que redondean la trama habitual de un cuento. Las estructuras breves, estas historias pues, dialogan dentro de un sistema de referencias claras y bien definidas, armonizan a los organismos narrativos agrupados en Historia estimable de estas tierras, porque todas las partes de este volumen, la ‘Nota del editor’ y el ‘Apéndice’ están diseñadas para que el lector ensamble el modelo a escala de una propuesta narrativa completa.
Otro aspecto del libro que me interesa destacar es que cada cuento es un párrafo (salvo las Memorias póstumas del mui insine Matador de Moscas, texto cuyo núcleo, el matador de moscas, es un personaje que gana fuerza y hondura sicológica, protagoniza cinco peripecias, se convierte en una especie de Don Quijote que luchará contra pequeños monstruos nacidos del hambre y de la pobreza) y esos párrafos, cuentos en parvada, digamos, cimentan los andamios de este edificio, carecen de prótesis y eso los convierte en unidades narrativas que, por efecto de acumulación, ayudan a clarificar el panorama narrativo de esa tierra descrita por El Corvo y lo hace como si perfilara una novela río pero no se consuma ese molde, pues Lobsang cierra el dique para enfatizar únicamente las labores del cuento, aunque por supuesto, el libro posee visos novelísticos y una cercanía, en cuanto al tono de la narración, a Jorge Ibargüengoitia, en especial, a lo relacionado con Cuévano y específicamente a la creación mítica del guanajuatense: Estas ruinas que ves.
Descubro en este volumen de Lobsang, el primero en el que oficia la narración en corto, una prosa vehemente y jocosa, posee la mala leche habitual de los eruditos y la destreza técnica de quienes están empeñados en hacer de la literatura un ejercicio libertario, fuera de los cajones mercadotécnicos de la industria editorial mexicana que empezará a nutrirse (como lo dictan las vitales leyes de la selección natural) de autores que no están interesados en la fama sino en la coquetería de un oficio que permite cincelar mitologías personales difícilmente repetibles, como la expuesta en Historia estimable de estas tierras.
Insistiré en un aspecto, aunque Lobsang trabaje con arcaísmos y recurra al costumbrismo para describir la caterva de ilustres personajes, involucrados en complejas actividades mentales y creativas orientadas a la diseminación de la cultura, en realidad está reflexionando sobre los procesos de escritura actuales, justamente por eso despliega espejos narrativos que abren y cierran este volumen para aprisionar con estas dos aguas de una viga maestra (reflejos de un libro en ciernes dentro de un libro) la brillante y (destaco en absoluto) humorística disertación sobre la identidad, porque finalmente, ¿de qué trata un libro que estima la historia de su pueblo? ¿De qué, finísimos escuchas, de qué? Probablemente de atrabiliarios prostíbulos y sesgadas manipulaciones del honor, de clubs para el ejercicio de la patanería, del arte de la magreación y de la densidad filosófica de los sofisas del loco del pueblo; probablemente, también de los chismes que dan gloria a las turbulencias espirituales de una generación.
Finalmente, me gustaría tomar las palabras que Lobsang depositó en el ensayo Dos discursos para XV años, integrado en el libro Puntos suspendidos, para darle fin a esta breve invitación a la lectura Cooperemos, amigos, para hacer de este momento algo inolvidable… Levantemos la mirada y demos gracia por los dones que amablemente le ha otorgado a esta dulce jovencita y, por supuesto, digamos salud… ¡Salud!