21 mayo,2024 6:00 am

Dino Buzzati o los alcances poéticos de un sugar daddy

 

 

Federico Vite

 

Seguramente el nombre de Dino Buzzati esté asociado con la novela El desierto de los tártaros (1940) o felizmente con algunos de sus cuentos, por ejemplo, en Siete mensajeros (1942) o Sesenta cuentos (1958). Pero sin duda alguna su mente asocia el apellido Buzzati al texto “Siete pisos” (Sette piani).

Un Amore (Italia, Arnoldo Mondadori Editore, 1963, 345 páginas) es de los libros menos reimpresos de Buzzati. También resulta un caso muy atractivo y curioso en el que la palabra amor es lo que más se pervierte. No me sorprende que esa idea del amor entre un hombre de casi cincuenta años y una prostituta que parece de dieciséis años sea una batalla por el poder. Un hombre que paga todo y una mujer que ofrece su cuerpo a cambio de dinero; esto me habla de control. Esa es la historia.

Me sorprende que en varios momentos, la voz narrativa va de un nosotros a una tercera persona (él /ella). Después, Buzzati se toma la libertad (y lo hace asertivamente) de usar un monólogo (al estilo de James Joyce; especialmente en lo relacionado con la psique de Molly Bloom). Es decir, de una tercera persona va a la primera en plural. Los cambios de perspectiva y de voz, cambios fuertes, ya los habíamos visto en Madame Bovary; estos cambios de punto de vista y de narrador, casi casi como una grúa que sostiene una cámara, enfatizan aspectos relacionados con lo doméstico de los personajes: trabajó, familia y amigos. La novela echa una mirada inusual a Milán, la pujante y ricachona ciudad del norte de Italia. Muestra las vecindades, los barrios, los hoteles y, en especial, a la gente que frecuenta el ancho mundo de la  prostitución.

Buzzati toma como punto de encuentro el Teatro alla Scala. Ahí ve por primera vez a la ninfa. Después la ubica en una casa de citas (Buzzati conoció muy bien La Scala, trabajó como crítico musical y ésa era su sede). Hay varias referencias vitales de Buzzati en esta novela. Por ejemplo, el protagonista Antonio revela un vínculo muy fuerte con la madre, como fue el caso de Buzzati. Ambos eran “hijos grandes”. Buzzati fue soltero durante mucho tiempo; se casó en 1966 con Almerina Antoniazzi, una modelo treinta y cuatro años menor que él. Se conocieron en 1960, cuando ella tenía 19 años y él 53. En ese momento, Buzzati había terminado una relación con una bailarina joven que inspiró la novela Un Amore. Pero eso no es todo,  déjeme poner en papel un hecho: cuando Buzzati y Almerina se casaron hubo un escándalo. Almerina fue definida como “la novia niña” por los medios de comunicación de esa época.

Almerina también era una mujer fuera de lo común, al margen de las convenciones sociales (se le considera, por ejemplo, una de las primeras en usar minifalda en Italia) y en la novela, Laide llama la atención de los hombres porque usa faldas “arriba de las rodillas”. Almarina y Buzzati tenían una ligera molestia con la moral burguesa; el escritor, en contraste con el ambiente aristocrático de Milán, definió a su esposa como una “campesina veneciana”. Abolengo y obstinación en la misma psique.

Volviendo a Un Amore, la historia ocurre en la metrópoli milanesa, tiene como protagonista a Antonio Dorigo, un arquitecto –respetado y valorado por sus colegas– de cuarenta y nueve años, quien nunca había podido establecer con una mujer la misma relación de confianza que con los amigos. Para él “la mujer, tal vez debido a la educación familiar, siempre le había parecido una criatura extraña” y con el sexo opuesto sólo podía tener relaciones de carácter sexual.

Antonio frecuentaba la casa de citas de la señora Ermelina, una mujer simpática, hermosa y familiar, sin nada ambiguo que contraponga el papel de explotadora sexual. Acepta la vida tal como es. De hecho, se consideraría que ella es una proxeneta que ayuda a esas pobres muchachas. “Una mañana de febrero de 1960, en Milán, el arquitecto Antonio de 49 años, telefoneó a la señora Ermelina para concertar una cita con un chica que está prevista para las tres y media de esa misma tarde”. La chica es bailarina menor en La Scala. Así conoce a Laide, diminutivo de Adelaide, e inmediatamente atraído por ella, se enamora por primera vez. Pero Laide no quiere una relación emocional; mantiene el vínculo con Dorigo sólo a nivel sexual. Dorigo intenta, sin fortuna, liberarse de la obsesión. Laide abandona la casa de citas de la señora Ermelina, se convierte en la protégé de AntonioEl problema es que ella sigue con su vida habitual (paseos, hombres, paseos) y se vuelve más impaciente con Dorigo, a quien considera un viejo intrusivo y celoso. Dorigo, cegado por la pasión, no quiere darse cuenta de las mentiras de Laide, pero al final debe aceptar la realidad. Comprende así que su amor es una ilusión, pero qué sigue después de eso. Es decir, ¿qué sigue después del amor? La novela, para regocijo del lector, tiene un giro satisfactorio y práctico.

Es una trama simple; pero con un estilo narrativo bien definido: pocos adjetivos, oraciones breves, diálogos cortos y un buen manejo del monólogo interior. Buzzati prodiga imágenes sumamente atractivas de la ciudad: nubes grises, gente con frío, calles solitarias, techos pequeños, blancos, cubiertos por un cielo que brevemente percibe la luz solar. Se trata de una ciudad que parece existir de manera fantasmal. Antonio, durante las madrugadas, se dedica a sentir: “La degradación de los ánimos y de las cosas, entre sonidos y luces equívocas, a la sombra de las peceras que simulan los condominios, entre los muros de cemento y de yeso, toda esa frenética desolación es una especie de flor”.

Pero lo más interesante es la fantástica parodia de la masculinidad. Vemos a Antonio cargando un cachorrito, paseándolo mientras Laide se va con “sus primos” a visitar a un “familiar”. Él carga las maletas mientras ella viaja en moto, agarrada con fuerza al torso de “un amigo”. Y el protagonista se pregunta, ¿esto es una ofensa? ¿Esto es una humillación? Sí, concluye Antonio, pero sigue atado ridículamente a una jovencita. Él paga y le facilita todo a ella; la procura y la cuida, pero obviamente, la cela. Ella, en cambio, siempre está de mal humor; les une el dinero y la comodidad. El dinero es también un espejismo, porque por mucho que gane Antonio, ¿pueden vivir dos cómodamente? Se sugiere una respuesta, y claro, eso agranda la parodia de la masculinidad, ¿cuánta humillación soporta un hombre a cambio de la mujer deseada? La respuesta ofrece muchas páginas de un humor agridulce. Y Buzzati sale bien librado de este libro en el que obviamente se pone de manifiesto lo que ahora tiene visos de normalidad: un sugar daddy tiene derecho a ser feliz. ¿O no?

*Como es habitual en este espacio, la traducción de las líneas entre comillas es mía.