30 mayo,2018 7:15 am

Doce cuentos para comprender el mundo / 2 y último

José Gómez Sandoval
Pozole Verde
 
Lía y las muñecas
Por si no estuviese ya bien delineada la ternura con que transitan estas niñas por el mundo, Luis Antonio Wences nos receta la historia de Lía, la niña sin juguetes o, mejor dicho, la mujer que tuvo en sus manos la muñeca de sus sueños tras viajar a su infancia.
La pobre Lía creció “sintiendo que Dios o la vida tenían una deuda con ella”. Un día pasó por la calle un vendedor de muñecas y Lía le preguntó por el precio de una de ellas. El mercader contestó que no las vendía por dinero. “El costo –dijo- es al mismo tiempo fácil y difícil”.
Lía insistió en el precio y el vendedor respondió que pagar por ellas era sencillo:
“-…dale un beso en la mejilla a la muñeca y busca en lo más profundo de tu ser tu deseo infantil de tenerla. Y si tu deseo es puro y auténtico, la muñeca cobrará vida y se irá contigo; si no, la muñeca se quedará”…
Lía… “recordó las Navidades que veía venir a su mamá con las manos vacías y besó a la muñeca con fervor”, y “no sólo una, sino todas las muñecas” cobraron vida: abrazaron a Lía y, rodeándola, “le cantaron canciones hermosas, jamás escuchadas por el oído humano. Eran cantos celestiales, y toda la tristeza que le había acompañado por años en su corazón desapareció de un doloroso golpe, de una vez y para siempre”.
Con su canto, las muñecas premian la fe y la constancia de Lía. Lía perdona, tácitamente, a su mamá, y encuentra aliento a su impulso vital. Algo muy parecido a la propuesta psicoanalítica de algunos best seller que consistía en buscar uno o dos recuerdos infantiles bellos cada día, al despertar y como primera actividad del día, bajo el pregón de que resultan “caldo de pollo para el alma”, aunque de manera alrevesada.
Margarita y la primavera
En “Para quién es la primavera” encontramos una ciudad iluminada y bulliciosa, en época navideña, en la que Margarita (considera ella) no cabe. En casa encuentra a su mamá compungida porque su marido no llega. Afuera comparten el chocolate y juegan, pero con una “pequeña lágrima” Margarita reconoció que nadie la invitaba a participar…
Parece el principio de una novela de Dickens, pero no. Los contrastes sociales dan paso a una escena garcimarquiana: de pronto, cansada, en su pueblo, al que viajó con sus padres, con “la tristeza de la ciudad en sus hombros”, Margarita se vio en un torbellino de mariposas monarcas, hasta que advirtió que “sus pies ya no tocaban el piso: eran ella las que la llevaban”. Brilla el sol y canto de los pájaros alegra el corazón de Margarita. Erguida, con ayuda de las mariposas, “ya no deseaba los juguetes de los niños”…, pues “la primavera había llegado, no porque el tiempo así lo ordenase, sino porque fue creada para curar el corazón de todos los niños que sufren en el invierno”.
La mujer
Ya no es niña, ni sabemos su nombre, pero “su mirada era limpia como la de una niña que no termina de admirar y comprender la grandeza y el misterio del universo”… A punto de “dar a luz”, comprendió que “todo era hermoso” y que “ella misma formaba parte de ese maravilloso y bello misterio que es la vida”. La emocionaba saber que estaba “cercana a donar el ser a partir de su ser”…
La mujer-niña se pregunta por la Creación y el Creador, y aunque cree que comprende todo, sigue viéndolo con asombro, “como si fuera la primera vez que estuviera en el mundo”… De golpe comprendió “que el Creador del universo, del cielo, del mar, de todo lo viviente es aquello que hace posible lo presente (¡ojo!) ausentándose”.
En “el infinito de su ser” supo que el amor es la fuerza de la vida y “comprendió que ella, la mujer, a través del amor y sólo por amor, era el origen del Ser.
El hombre sin ser
Otro personaje sin nombre es el hombre que sentía emociones, “pero no las comprendía”. Diseñado y producido por ingenieros a través de un proceso de biología sintética, se “sabía sin ser”. No tenía opciones y su predeterminada existencia no tenía “sabor”. Carecía de existencia propia, “le habían usurpado su capacidad de elegir, y su ser”. “Se sentía objeto”… y “Sólo la muerte podía darle su poder ser”. Con su suicidio –que para Jean Paul Sartre era “el colmo de la libertad” y para la religión cristiana blasfemia contra Dios, pecado- echaría a perder la supuesta perfección con que lo diseñaron los ingenieros, pero era incapaz de suicidarse.
No es una escena de la muerte del cisne, ni el ruiseñor de Oscar Wilde que restrega su corazón contra un rosal rojo para recrear la vida y celebrar el amor; sin darse cuenta, el hombre que sentía emociones que no comprendía se atiene a la primera ley que, de acuerdo a Asimov, debe respetar un robot, con un sobrentendido: el hombre que “lloraba sin dolor” no sólo respetaba el impedimento de no poder “dañar a un ser humano”, sino que lo extendía a sí mismo. Pertenecía a sus diseñadores y “la única lucidez que tenía era saberse lo que era: el hombre sin ser”.
Primavera, mariposas y libertad
El transcurrir interior, el sentimiento del tiempo y el suicidio como sospecha u opción de la libertad personal reaparecen con Luis, quien, “En busca de la identidad”, también aprecia de modo especial la primavera y las mariposas. Luis es un viejo que vive en el norte de Canadá pero nunca siente frío. Su secreto está en la primavera que trae consigo y en las mariposas.
“La libertad” es el único relato en que no hay acción. Se trata de un monólogo largo y alucinante alrededor de la libertad humana, que, para empezar, es “hacerte un camino” y ser fiel a tu elección, y desemboca en que es “algo divino”. “Ser libre –plantea- es navegar en el tiempo… porque el tiempo es como la tierra, el mar y Dios entrelazados en el instante”…
El asunto del Ser
En un mínimo marco de contraposiciones sociales (pobreza-riqueza, pueblo-ciudad, tener o no tener), los personajes femeninos emblematizan problemas filosóficos para los que parecen tener respuesta. Las niñas de estos cuentos no vagan por el bosque: se pierden en la noche y con la noche, se confunden con los ríos y los lagos y, por la pureza de su alma y su capacidad amorosa, lo mismo pueden viajar en camión con el mar, que regresarlo cuando por el desamor de la gente se le ocurra irse de paseo.
No sólo las niñas (y el niño que anda por ahí) aprenden de su marginación y su tristeza. Los viejos son sabios porque tienen presentes sus vivencias, sobre todo las que les permitieron escuchar el latido de la Naturaleza y cambiar su manera de ver el mundo. Si ellas, inocentes, intuyen o adivinan, a ellos, antiguos y vividos, les toca divagar, filosofar, “en el instante de la angustia y de la esperanza”…
Pero todos los personajes de Luis Antonio Wences sudan su papel protagónico: tarde o temprano se instalan en la duda y la reflexión. Su asunto es el Ser. El sentido de la existencia del ser humano. La revelación de la íntima relación que mantenemos con la naturaleza, nuestro lugar en el cosmos…
Entre el sueño, el mito y los cuentos de hadas
Estos doce relatos huelen a mar, a cuentos de hadas sin hadas, y traen consigo escarceos en el terreno de los mitos y los sueños. En su sencillez, tienen la urdimbre intrigosa de los cuentos árabes que inspiraron las Mil y una noches y está impregnado con la gracia de las fábulas griegas que los humanistas de todas las épocas retoman cuando hay necesidad de recordarnos nuestro humilde papel en el universo y que seguimos siendo animales. Ya Platón aconsejaba que la educación literaria de los futuros ciudadanos de la república ideal debía comenzar con relatos de mitos, antes que con simples hechos o enseñanzas. En un libro sobre relatos fantásticos leo que los mitos resultan “modelos de comportamiento humano” que “dan sentido y validez a la vida”. Con los cuentos de hadas, están ligados simbólicamente a ritos de iniciación u otros ritos de pasaje, tales como la como la muerte metafórica de un yo, viejo e inadecuado, para renacer en un plano superior de existencia –como en los relatos de Wences-. Por esta razón, los cuentos de hadas “tratan de una necesidad sentida intensamente, y son portadores de este profundo significado”.
Ahora bien, como ocurre con los sueños, uno de los atractivos de los cuentos de hadas “es su expresión de lo que, normalmente, evitamos que surja a la conciencia”. ¿Diferencias entre los cuentos y los sueños? En el sueño “la realización de los deseos está a menudo disfrazada, mientras que, en los cuentos, aquéllos se expresan abiertamente. En cierto modo, los sueños son el resultado de pulsiones internas que no han encontrado alivio, de problemas que acosan a una persona, y para los que ni ésta ni los sueños hallan solución alguna. El cuento de hadas hace exactamente lo contrario: proyecta el alivio de todas las pulsiones, y ofrece no sólo modos de solucionarlas, sino que promete, además, que se encontrará una solución ‘feliz’”. Se atribuye a seguidores de Jung la insistencia en que “los personajes y acontecimientos de estas historias representan fenómenos psicológicos arquetípicos y sugieren, simbólicamente, la necesidad de alcanzar un estadio superior de identidad, una renovación interna, que se consigue cuando las fuerzas inconscientes personales y raciales (sic) se hacen válidas para la persona”.
Una de las diferencias entre el mito y el cuento de hadas (aunque, como ocurre con frecuencia, compartan personajes, situaciones y escenarios similares) radica en la forma en que cuentan las cosas: “el sentimiento principal que nos comunica un mito es: esto es absolutamente único; no podría haberle ocurrido a ninguna otra persona ni de ningún otro modo; tales eventos son grandiosos, inspiran temor y no podrían haberle sucedido a ningún vulgar mortal como tú o como yo. La razón de que sea así no es porque lo que sucede sea milagroso, sino porque se describe como tal. Por el contrario, aunque las cosas que ocurren en los cuentos de hadas sean a menudo improbables e insólitas, se presentan siempre como normales, como algo que podría sucederte a ti, a mi o al vecino de enfrente… incluso los encuentros más extraordinarios se narran de modo causal y cotidiano”.
El final de cada tipo de historia es diferente y da lugar a la afirmación de que el mito es pesimista y el cuento de hadas optimista: en los mitos suele ser trágico, y en los cuentos de hadas siempre es feliz.
Como en los relatos de Luis Antonio Wences.
En estos tiempos de especies extinguidas, disgregación social y violencia sanguinaria, su recopilación de sueños colectivos, su imaginativo bordado de mitos modernos, su sentida alerta sobre el ecoicidio y su promoción, en fin, de la comprensión y el amor, valen el doble.