17 septiembre,2020 5:06 am

Don Chendo Pintos y la biblioteca

 

 

Anituy Rebolledo Ayerdi

 

Padre e hijo

 

La relación epistolar con el médico militar  Manuel Adolfo Pintos Carvallo (Acapulco-Puebla y viceversa), hijo de don Rosendo Pintos Lacunza, permitió al columnista conocer algunos textos de padre e hijo  relacionados con la vida del puerto. Dos de ellos le han servido para armar esta crónica sobre la Biblioteca Alfonso G. Alarcón,  fundada por don Chendo un mes de septiembre de hace 71 años.

 

Manuel Pintos Carvallo, escribe:

 

“Siendo síndico del Ayuntamiento en 1927,  mi padre, Rosendo Pintos Lacunza, propone al Cabildo convertir en escuela la casa cural o curato de la parroquia de la Soledad de Acapulco. Antes de abandonarlo, el sacerdote titular había cerrado a los fieles las puertas del templo. Se vive ya el segundo año de la  sangrienta Guerra Cristera y el puerto no escapa a su violencia. Los ediles aprueban la iniciativa comisionando al propio síndico para emprender las gestiones ante la  presidencia de la República.

“Para sorpresa y alegría del Cabildo –sigue diciendo Pintos Carvallo–, será el propio presidente de México, Plutarco Elías Calles,  quien firme el telegrama con la respuesta afirmativa.  Recomienda el mandatario que  se le entreguen al señor cura, bajo riguroso inventario, los  bienes  propios y los parroquiales. Para este último efecto, la  propia presidencia comisiona a un funcionario federal del puerto para que avale el procedimiento. Cumplido este, el inmueble apenas ayer sagrado, será ocupado por diablillos de la primaria Manuel M. Acosta.”

“Por aquellos años –continúa el médico militar–, también por gestiones del Cabildo ante el gobierno federal, se crea la Escuela Secundaria Federal No. 22, en Quebrada y Madero, ¡la primera de Acapulco corriendo el año de 1939! Se le destina como albergue la vieja casona que había sido del doctor Antonio Butrón Ríos, ciudadano cubano-español varias veces alcalde del puerto y propietario de la centenaria Botica  Acapulco. Ello luego de que sean desalojadas las oficinas de Correos y Telégrafos en ella instaladas. Casona que 15 años más tarde sucumbirá ante los movimientos telúricos y las lluvias, tan familiares en la ciudad. Los Pintos Carvallo, vecinos del inmueble, perderán una barda común dejando al descubierto los talleres de impresión de la familia.

 

El Dominó

 

Mucho más tarde, frente la rumorología que apuntaba el desalojo de la escuela Acosta para devolver a la iglesia su curato, don Chendo, a la sazón presidente de la Junta de Mejoramiento Cívico y Material del puerto, obtiene la promesa del presidente Adolfo Ruiz Cortines de que tal reintegración no se dará jamás.

–Palabra de amigo y compañero de dominó, promete el mandatario.

Detrás de esa promesa había una historia de  antigua data. Tropas al mando del general Alfredo Robles Domínguez toman Acapulco en 1915 para sofocar un foco incruento de la “rebelión delahuertista”, contra la reelección de Obregón como presidente de la República. El secretario particular del comandante de la División Militar del Sur es un joven capitán habilitado, veracruzano, llamado Adolfo Ruiz Cortines. Este no se hospeda con la tropa sino que consigue habitación en la casa de huéspedes de doña Balbina Alarcón viuda de Villalvazo.

Jugador empedernido de dominó, el capitán habilitado le pide a doña Balbina ponerlo en contacto con jóvenes porteños que lo dominen. Pronto estará integrada cuarteta requerida: Chendo Pintos, Rosendo Batani, el capitán Ismael Carmona, (quien llegará al generalato) y Adolfo Ruiz Cortines, por supuesto. Las noches les parecerán cortas  con el ruidoso manejo de fichas y repitiendo una y otra vez la jerigonza del juego: mano,  sopa, güeras, paso, capicúa, ahorcado y zapato.

Ya en los 50, cuando Ruiz Cortines , candidato a la presidencia  de la República, sea acusado de haber servido a los  norteamericanos durante la invasión de Veracruz, los testimonios de doña Balvina y la terceta de dominó serán determinantes para echar abajo el infundio.

 

Mi padre, alcalde

 

“Mi padre Rosendo Pintos Lacunza –apunta en un texto Manuel Adolfo–, fue presidente municipal en 1932, cuando a la primera autoridad se le escogía como la persona más idónea, caracterizada por su modo honesto de vivir y, en síntesis, que representara auténticamente a toda la sociedad acapulqueña. Duró sólo unos cuantos meses cuando un grupo de regidores, entre ellos hermanos masones, le dijeron que de plano no servía para la política, que era un hombre honrado a carta cabal”.

 

Cuenta don Chendo:

 

“Aprovechando la presencia en el puerto del presidente Adolfo Ruiz Cortines, para inaugurar la nueva escuela secundaria Federal 22, me acerqué a él y, reconociéndome, me sugirió al momento la organización de una partida de dominó. Para  recordar viejos y buenos ayeres, dijo. Con mucho gusto, señor, le contesté, pero ahorita me urge que usted nos ayude a crear una biblioteca que tanta falta le hace a Acapulco. Aquí traigo unos proyectos para que se construya en Quebrada y Madero.

–¡ Claro que sí, don Rosendo, tiene mi palabra de que el edificio de la biblioteca de Acapulco será pronto una realidad. Entregue por favor la documentación a uno de mis ayudantes, fue la respuesta del mandatario.

¡Vaya que si era cumplidor el veracruzano, pues al poco tiempo se inicia la edificación de la biblioteca  que, por final de sexenio, queda inconclusa. ¡Otra vez a esperar!

No por mucho tiempo, a decir vedad. Así llegamos al 1 de diciembre de 1958, fecha en la que toma posesión el presidente de la República, Adolfo López Mateos y yo desesperado porque la obra permanecía tirada. Como caído del cielo llega al puerto el licenciado Donato Miranda Fonseca, nombrado secretario de la Presidencia, a quien recurrí de inmediato. Me pidió que le escribiera una memoranda que atendería más tarde pues estaba a cargo de la entrevista Adolfo López Mateos – Eisenhower, aquí mismo.

Miranda Fonseca cumplió su palabra de chilapeño reanudándose al poco tiempo los  trabajos del inmueble de Quebrada-Madero, para concluirse, finalmente, en 1959. Al año siguiente llegaron los muebles, los  anaqueles, las mesas, las sillas, etc. Pero antes de continuar demos otro salto pa´tras,  ahora hasta 1949:

 

Museo de El Fuerte

 

En 1949, por designación de la Junta Federal de Mejoras Materiales, fui nombrado  presidente del Patronato Pro Museo del fuerte de San Diego. Me acompañaban don Julio Bernal, don Alfonso Uruñuela, don Tomás Otero y don Israel Soberanis. Fue allí, en el Fuerte, donde se me ocurrió crear una biblioteca, cosa que conseguiré más tarde con la ayuda invaluable de la SEP y de  donaciones privadas. En poco tiempo nos hicimos de un acervo regular: los 80 tomos de la Enciclopedia Espasa Calpe, los 20 de México a través de los Siglos y muchas obras literarias y científicas. Bauticé a esa biblioteca con el nombre de Dr. Alfonso G Alarcón, notable científico chilpancingueño.

 

Director del museo

 

Recién nombrado director del Museo del Fuerte y encargado de las festividades del centenario del Plan de Ayutla, se presenta ante mí Miguel Ortega Martínez, director del  Instituto Nacional de Antropología e Historia. Y sin más me ordena que le quite a la biblioteca el nombre Alfonso G. Alarcón y que en su lugar le ponga el del general Tomás Moreno, héroe de la Revolución de Ayutla.

Sin darme yo mismo tiempo para pensar,  francamente irritado, le contesté que no cambiaba ningún nombre porque la biblioteca no era del INAH sino pueblo de Acapulco. Y por si usted lo ignora, subrayé,  el general Moreno no era guerrerense sino guanajuatense, muy valiente y todo pero no sabía leer ni escribir. Tan irritado como yo, el funcionario dio por terminado el patronato pero la biblioteca no cambió de nombre.

Así llegamos a 1954, año de grandes tormentas políticas. El Congreso de la Unión declara desaparecidos los poderes de estado de Guerrero, encabezados por mi compadre Alejandro Gómez Maganda. Yo, entonces, sin nombramiento y sin sueldo me fui retirando poco a poco de las actividades del Fuerte.

 

Pintos y la biblioteca

 

Volvamos ahora a nuestra biblioteca. El Comité Administrador del Programa Federal de Construcción de Escuela (CAPFCE) entrega en 1959 el edificio terminado, con salas para conferencias, exposiciones y proyecciones cinematográficas, además de  talleres para encuadernación y reparación de libros. Un buen día se presenta ante mi don  José Alfaro Cervera, subjefe de Bibliotecas  de la SEP, para darme a conocer mi designación como director de la primera biblioteca de Acapulco. Supuse de inmediato la intervención del licenciado Miranda Fonseca y no me equivoqué.

El funcionario pidió la propuesta de cuatro tecnólogos y dos ayudantes de intendencia. Fueron nombrados Hermelinda Hernández de Pintos, Guadalupe Medina Ochoa, el profesor Miguel Arizmendi Dorantes (quien renunció dejando su lugar a su hermano Raúl);  Nicolás Palacios, José Antonio Romero González ( este intendente para cobrar, tecnólogo para actuar) y Alberto Ramírez.   Yo me resistí a aceptar la dirección porque recordé aquello de que “después de vejez viruelas”, además de que nunca había sido empleado federal.

Fue entonces cuando la señorita Leonor Llach, jefa de Bibliotecas de la SEP, me pidió que aceptara el cargo ofreciéndome que yo no necesitaría de vacaciones ni permisos especiales para abandonar el puerto. Me quedé, pues, pero como tecnólogo para cobrar y director para actuar. Todos nos dedicamos al estudio del Manual del Bibliotecario. El sueldo general era de $528 pesos mensuales que, con el 80 por ciento de “vida cara”,  llegaba a 950.40 pesos, reducido con los descuentos a 857 .

Por aquellos días nos llegó una partida de libros de la SEP y recibimos  el donativo de varias obras.  Yo mantuve mi insistencia en que se nos devolvieran los libros y muebles del fuerte de San Diego hasta lograrlo. Se recibieron más de  mil libros, dos mesas de cedro tres sillones de cedro, 2 escritorios  y una máquina de escribir.

¡El nombre , otra vez!

“Ya en marcha la biblioteca volvimos a tener problemas con su nombre. Querían un nombre “más grande”, el de un héroe nacional o un renombrado intelectual. Volví en pos de la ayuda del licenciado Miranda Fonseca y el allanó nuevamente el camino. Entonces preparé la biografía del doctor Alarcón que leí el día de la inauguración,  el 18 de septiembre de 1960, a cargo del secretario de Educación  Dr. Jaime Torres Bodet. El  maestro   ratificó en su mensaje “que la biblioteca se seguiría llamando  Dr. Alfonso G. Alarcón, como la bautizó su creador, don Rosendo Pintos”.

“Para terminar esta breve crónica  me es altamente gratificante  exponer que me quedan  dos grandes satisfacciones, para mi  profundamente emotivas:  Una que vi hecha realidad la creación de esta Biblioteca para mi querido Acapulco y, otra, que la misma ostente el nombre de mi digno e inolvidable  amigo  Alfonso G. Alarcón. Rosendo Pintos Lacunza

Themis, la  celebración

La directora de la biblioteca AGA,  Themis Mendoza Arizmendi, sobrina nieta de dos trabajadores fundadores de la institución, es una dama que ha dinamizado una institución mexicana  esclerosada. Ha hecho de ella una estancia   grata y amable para  quienes antes temían entrar y estar en ámbitos tales. Hoy con gran presencia de niños, jóvenes y adultos en los variados eventos culturales que ofrece.

Themis proporcionó a la página cultural de El SUR  el programa de  festejos por los  71 años de la institución  del 14 al 18 de este mes. Destacó  la participación del señor  Ulises Pintos, con una remembranza de su abuelo Chendo; la escritora  Azul Ramos, el periodista  Manuel Díaz Balderas , el promotor cultural   Marco  Luna y el documentalista nahua José Luis Matías.