23 julio,2019 4:20 am

Dos maneras de roer el alma

Federico Vite
 
Temo que la filosofía de Kant, aparte de haber sido piedra angular de otras tantas novelas y múltiples tratados filosóficos, dio pie a un turbulento e inolvidable libro publicado en 1906 y escrito por el novel Robert Musil: Las tribulaciones del estudiante Törless (Traducción de Roberto Bixio y Feliu Formosa. Seix Barral, España,1983, 189 páginas).
La ópera prima de Musil se emparenta con Las penas del joven Werther (1774), de Johann Wolfgang von Goethe, pero a diferencia del melodrama amoroso del gran Goethe, Musil analiza, a grosso modo, el mecanismo del mundo. Concibe ese dispositivo tan vívido como letal en una escuela que prefiero llamar internado. Así que en el internado, Törless presencia dos asuntos tremendamente asombrosos; el primero es el sometimiento sexual que padece el débil Basini. Este mozalbete comete un robo que descubren tres de sus compañeros, quienes lo chantajean de manera inusitada, pero puntual. Ellos logran que Basini se convierta en una especie de juguete sexual. Törless toma consciencia de la violencia de su mundo, pero no sabe qué rol tomar en esa situación: no sabe si debe convertirse en cómplice del chantaje, si debe revelar esa mala conducta o simplemente ignorar esos asuntos y alejarse de los malos, de los abusivos.
El otro aspecto sobresaliente que marca, no hay mejor forma de señalarlo, la vida de Törless es el encuentro con la obra de Kant. Un profesor le recomienda que lea al filósofo y que trate de entenderlo; eso se propone hacer el estudiante, pero no logra ingresar a ese sistema de símbolos y premisas, está en la lona ante una mente preclara. Se reconoce como un ser torpe e incapacitado para dialogar con gigantes. No puede darle sentido a ese otro orden del mundo: el intelectual.
Así que trabado en esas dos vertientes, no hay mejor forma de entender los mecanismos del mundo, la carne y la filosofía, el estudiante Törless se contrasta en esos claroscuros. El narrador nos permite entender, casi como una delación, las evoluciones tácticas de los pensamientos de un joven bachiller. El lector conoce entonces cómo se moldea la personalidad y el carácter de ese jovenzuelo singular.
La construcción de la individualidad no es cosa menor y en manos de un narrador sensiblero, este libro terminaría siendo una lista de moralejas, pero bajo la cuidadosa creación de Musil esta novela adquiere resonancias mayores porque suspende o evita la lección moral. Nos enseña la otra forma de aprehender el mecanismo del mundo: la locura. Y el extravío de la mente es una respuesta a esa incomprensión tanto de la filosofía como de la carne. Los delirios del anhelo sexual son tan potentes como la fascinación por la filosofía. Pasiones mayúsculas, me parece.
Musil conduce al lector por un campo de batalla para mostrarle que los extraños vericuetos educativos de una academia militar son un ensayo de las relaciones de poder obligadas en la vida adulta.
Me llama la atención el tono frío de un narrador en tercera persona que se asoma de vez en cuando a los paisajes confusos de un alma adolescente; también encuentro encanto en la seriedad de esa voz y en la perfecta progresión dramática de los personajes. Gracias a ese recurso, la prosa en sordina, el relato no cae en la trampa dulce del melodrama o en los encantos turbulentos de la tragedia. Cada personaje, a pesar de hechos realmente escandalosos, encuentra la revelación de su existencia conteniendo las emociones. No hay castigo para los culpables, ni un poquito de compasión por la víctima; de hecho, tampoco hay ayuda para que el joven Törless recupere la calma por todas esas eventualidades que padeció a lo largo de 189 páginas.
Este libro nace bajo el signo de la novela de aprendizaje; es una bildungsroman hecha y derecha e incide, temo que con acierto, en otros textos de cabecera como Demian, de Hermann Hesse; Jakob von Gunten, de Robert Walser, y La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa. No está de más volver a Musil; no está de mas revisitar a un transgresor. Releer a este caballero me hace pensar en los enigmas enormes que funda la obra de quien oficia la narrativa consistentemente. Musil ilustra con esta novela la manera en la que la angustia carnal y la incomprensión filosófica roen ponzoñosamente el alma. No, no son cosa menor.