17 febrero,2022 5:32 am

Economía y lucha social

Florencio Salazar

 

Uno percibe como anticuadas las actividades bruscas de las manos.

Elias Canetti.

Las personas vamos al mercado, al tianguis, al súper, a comprar lo que necesitamos, escogiendo entre diferentes artículos, marcas y precios. El consumidor puede comprar atraído por el empaque, la publicidad; por el precio más bajo y, obviamente, por sus preferencias. Esto, que para nosotros es normal, no existe en los regímenes autoritarios, como el de Corea del Norte. En este país la gente consume lo que el estado le proporciona, y racionado.

El libre mercado significa que haya leche, quesos, latería, perecederos, bebidas, medicinas, entre otros productos; un sinfín de marcas. Ello significa que cada marca representa una o varias empresas, que también compran insumos a otras empresas, como pueden ser envases, etiquetas y materia prima. El libre mercado genera empleo, consumo, circulante e impuestos.

Los riesgos de las empresas son constantes. Cuando sube el costo de la vida (inflación), como todo es más caro y el salario es el mismo, se vende menos; se imponen medidas regulatorias excesivas; o, como en el caso de la pandemia, hay control o cierre de fuentes de trabajo para evitar el contagio. Lo anterior provoca que los artículos disponibles suban de precio.

La economía es muy sensible. Es fácil destruirla, pero muy difícil rehacerla. Eso se debe a que las empresas necesitan certidumbre por parte del estado. Pongamos el caso, de una empresa que abre con las reglas establecidas –las reglas del juego– y luego, cuando la empresa está operando, las reglas cambian. En ese momento, los inversionistas temen por su dinero. El mensaje que recibirá el sector privado, es la falta de certidumbre para la inversión. Certidumbre: “Estado del que se sabe con certeza una cosa”. Certeza: “cualidad de cierto”. (Diccionario del uso del español, María Moliner, Gredos, 2016, España).

Tenemos la idea de que los empresarios son voraces y por supuesto que los hay. Tampoco hay que engañarnos: los empresarios procuran obtener la máxima utilidad. Unos lo hacen por razones especulativas, pero hay otros muchos que afrontan compromisos crediticios y, además, deben rendir buenas cuentas a sus socios. ¿Cuántos empresarios se han quedado en la nada después de generaciones de trabajo? Han llegado al suicidio. Sin empresas, sin libre mercado, no crece la economía; sin crecimiento hay desempleo y aumenta la pobreza. Y, con calor o frío, hay más violencia.

Ahora centremos el tema en la realidad guerrerense. Nuestro estado no es industrial; se sustenta en la agricultura, la ganadería, la minería y los servicios (principalmente turísticos). Bloquear la autopista puede entenderse como un acto de protesta social. ¿Qué pasa cuando se bloquea la autopista? El turismo recibe el mensaje de que no hay certidumbre para disfrutar sus vacaciones en Acapulco, nuestro principal destino. Se cancelan reservaciones en hoteles y casas chiquitas y grandes; se vuelven fantasmales los restaurantes, fondas, loncherías y taquerías de la esquina; las chucherías se empolvan; los taxis sin pasaje. Quienes viven de los servicios se quedan con las manos vacías. Todo cae. Y esa caída significa que los empresarios de todos tamaños se van a quedar sin ingresos (los vendedores de tamales, elotes, paletas, etcétera, son empresarios). A los más modestos les pega duro, pues viven al día. Sus familias se las verán negras.

Pero eso no es todo. Supongamos que una familia de clase media, hizo el esfuerzo de vacacionar en el puerto. Oportunamente reservó hotel. Vienen felices pensando en la playa, el sol, los parques recreativos. En Chilpancingo se encuentran con una kilométrica fila de vehículos varados por horas. La familia está dentro de un horno; los papás, los hijos, tienen sed y hambre; otros quieren ir al sanitario. Nada tienen a su alcance. ¿Y las personas mayores? Pueden quedar desvanecidos, enfermar gravemente. Los bloqueos afectan la libre circulación, la economía y los Derechos Humanos. ¿Cuántos de esos turistas volverán?

No hay justificación para reivindicar luchas sociales a costo del daño económico, en su recreación y salud, de miles de personas, visitantes y locales. Con la intolerancia y la violencia no se visibiliza la lucha social, se visibiliza la barbarie. En los jóvenes no hay perversidad, puede haber desorientación. Ojalá reflexionen para que este sufrido estado no sea más pobre de lo que ya es.

No es posible que los jóvenes campesinos, que en el magisterio encontrarán oportunidades de desarrollo personal, afecten la pobre economía de Guerrero.