26 abril,2018 7:49 am

El “Amigo”, el dios indígena que manda lluvias a cambio de conversación, mezcal y cigarros

Texto: Silvestre Pacheco León/ Foto: El Sur
Quechultenango, Guerrero, 26 de abril de 2018. En Quechultenango, desde el mes de abril inicia el ceremonial para pedir la lluvia a las deidades indígenas, en una tradición que ha sobrevivido a pesar del cristianismo, que la combatió a sangre y fuego.
Comenzó el sábado 21 de abril con una ceremonia que se realiza en el emblemático cerro del Cimal a cuyo lugar se llega después de dos horas de camino, rumbo al oriente de la cabecera municipal.
Muy temprano subió la gente, que mantiene la tradición llevando el huentli al Amigo, como le llaman los indígenas a su deidad, que los católicos, en alarde de menosprecio, identifican como el demonio.
El huentli, que en lengua náhuatl significa ofrenda, consiste en tamales, atole, caldo de gallina, cigarros y mezcal, que se llevan hasta lo más profundo del sótano, una oquedad formada en la cima del cerro cuyo hundimiento de piedras dejó un socavón en cuyo fondo se ha descubierto una cueva de difícil acceso, pero suficientemente amplia para recibir a una veintena de personas que cada año llevan dichos presentes, que comparten en amistosa plática y en la oscuridad de la caverna con el Amigo.
El propósito del rito es pedir al dios indígena que regale agua suficiente en el próximo temporal, para que la gente tenga una cosecha segura y alimento durante el año.
Como la escasez de agua y la demanda crecen en una población que en 30 años duplicó al área habitada, se nota un auge en el ritual del pedido de lluvias, al que en los últimos años se han sumado muchos indígenas de las comunidades vecinas que han venido a radicar a la cabecera municipal.
El sábado 21 fue un medio centenar de personas las que subieron al cerro para los preparativos de la fiesta que se realiza el 1 de mayo.
Terminaron la construcción de una capilla que dará albergue a las cruces que muy cerca del sótano fueron plantadas desde la llegada de los misioneros españoles, con la idea de contener al demonio que mora en la oquedad del cerro.
Después de colocar el techo de la capilla en una explanada donde en otros años se ofrendaban las cruces, los participantes caminaron hasta el sótano. Entraron con el estruendo de los cohetes y los gritos desaforados saludando al Amigo y en el escándalo espantaron a un mapache, que salió de su escondite para perderse entre las piedras.
En la oquedad, que tiene una profundidad que va de 50 a 100 metros, hay grandes árboles de verde fronda.
Hay visitantes que en aras exploratorias han penetrado a la cueva de la ofrenda y traspasado sus límites, asegurando que al escuchar el rumor del agua que cae se han percatado de la existencia de un río subterráneo, que puede ser el río Azul, que más abajo, en la cañada, nace como borbollón.
Los herederos de la tradición, hijos de don Gabriel Campos se ponen al frente del contingente, integrado en su mayoría por jóvenes. Les dice que la ceremonia que realizarán es un asunto serio, que todos deben verlo de ese modo, pues de lo contrario se corre el riesgo de que la deidad tome represalias y no los deje salir.
Les advierte que todos deben beber mezcal, convidándole al Amigo, que antes de entrar se debe pedir permiso, igual que para salir de la cueva.
Sobre este ritual, se cuenta que no hace muchos años uno de los muchachos del pueblo, que fue nombrado mayordomo, tomó su papel a broma y a propósito le puso sal a la comida de la ofrenda, que debe ser simple. Luego, mientras cocían el atole, en el cerro, comenzó a retar al diablo, y nadie se explica cómo de pronto vino un viento que lo levantó e hizo caer en la fogata. El muchacho se asustó tanto que tuvo que pedirle disculpas, cuando contó que el Amigo se le aparecía de pronto en figuras de animales. Claro que el espantado, que se llama José García, mejor conocido como Catato, tiene fama de no estar muy bien de sus cabales.
Sigue diciendo el encargado que dentro de la cueva cada quien hará la petición de lluvia y de lo que quiera, todo en voz alta. Permanecerán en el lugar hasta que la veladora que llevan se termine.
Después de las recomendaciones, nadie se veía con intenciones de seguirlo, pero en cuanto se apuntó el primero y se metió, no hubo quien se quedara afuera porque todos respondían con un gesto afirmativo de cabeza.
Y en esa petición de lluvia que se practica cada año como costumbre ancestral a la que parecen sumarse las cigarras y los sapos en concierto, todas las mañanas y las tardes, la fiesta continúa el 25 de abril con la petición de lluvia donde revienta el agua, en el lugar del manantial, también conocido como El Salto.
Ayer muy temprano, la música de viento, los cohetes y el pitido de la flauta con el tam tam del tambor avisó al pueblo de la peregrinación a El Salto, como se llama al nacimiento del manantial del río limpio que abastece al pueblo y a la zona irrigable del ejido.
La presencia de las danzas dan realce a la fiesta del mundo rural. Por la música que se escucha en todo el pueblo la gente sabe que estarán los tlacololeros, los chivos y los chinelos.
A las 10 de la mañana las danzas están entrando al atrio de la iglesia, donde el cura vestido de blanco oficia la misa de rigor. Después los danzantes salen a la calle, cada quien con su música, hasta la casa de don Aarón Muñoz, el padrino de la fiesta, quien recibe las decenas de cadenas de cempasúchil y ramos de flores que se llevarán como ofrenda, a cambio de copas de mezcal que se comienzan a servir entre los participantes.
No tarda mucho tiempo en llenarse la calle de convidados que caminan con los danzantes rumbo a la salida del pueblo, bebiendo mezcal y bailando.
Todos paran frente a la capilla de la colonia San Sebastián, a la orilla del canal que trae el agua de riego que deriva del río limpio.
Como aquí inicia el camino de terracería, los vehículos que fueron contratados y se ofrecen para el transporte esperan a que todo mundo suba, dando prioridad a los integrantes de las danzas, los músicos y, en cuanto suben, todos los demás van al abordaje.
El viaje en vehículo por el campo reseco dura una hora, en camino de ligero ascenso, hasta el estacionamiento, porque para llegar al manantial sigue una bajada pedregosa y resbaladiza que se recorre en un cuarto de hora.
Los primeros en llegar son los mayordomos, quienes hace ocho días vinieron a limpiar con apoyo de Protección Civil y ahora desde temprano instalaron las hieleras, el aparato de sonido y los muebles para despachar la comida.
La ladera habilitada para la ceremonia es bajo la sombra de los árboles, a un lado del manantial entubado del que se conectan varias y gruesas mangueras para la toma del pueblo y por eso no se aprecia en su dimensión.
Para conocer la bondad de la naturaleza hay que caminar otro trecho de medio kilómetro de bajada hasta el lecho del río, que se adivina en el fondo del cañón donde se está frente a la presencia del nacimiento del río.
Son dos manantiales que brotan en la orilla, uno que parece salir de las raíces de una higuera y el otro que brota literalmente de una piedra. Después ambos bajan por la sinuosa senda de rocas alisadas por la fuerza de la corriente.
No son muchas las personas que se aventuran hasta el lecho del río, prefieren la placidez de la sombra, donde está la fiesta y tienen a la mano las cervezas frías que generosamente se reparten.
Ya el cura del pueblo ha llegado y enseguida de él la comitiva del presidente municipal, Alberto Rodríguez. Calla la música para participar del rito católico que unas cuantas personas atienden.
El cura Lidio Sandoval y después Fernando Jacinto, a nombre de los mayordomos, se dirigen al público para decirles que la misa es en honor del manantial, para que aumente su caudal y la gente no carezca de agua.
Piden que cada quien ponga su grano de arena para mejorar el medio ambiente, que no quemen ni talen árboles, que mejor siembren.
Después viene el momento que parece ser el más esperado, el de la comida. Los mayordomos piden que la gente no se mueva de su lugar, que allá llegarán los repartidores de comida, pero donde hacen fila es en el puesto de las cervezas y los refrescos.
Cuando el cura con su séquito emprende la retirada del lugar, la comisión encargada de preservar la tradición del huentli para el Amigo inicia el descenso hasta el lecho del río, donde buscan el mejor lugar para cruzar, después suben por el risco hasta la pequeña cueva, que queda discretamente oculta de los ojos de los mirones.
Hasta allí suben los encargados de la ceremonia con su botella de mezcal, sus veladoras y sus cigarros, con la advertencia que todo requiere seriedad y que tienen la obligación de participar del ritual, que consiste en una plática amistosa con la deidad, bebiendo, fumando y charlando después de que cada quien hace su petición de un buen temporal.
No sin dificultad por la borrachera, bajan de la cueva los de la comisión –que no ha aceptado, hasta ahora, que participe ninguna mujer, pese a la lucha por la igualdad y equidad de género, que en estas tradiciones no se manifiesta.
Pero sí en las danzas, donde cada vez son más las mujeres, pues desde hace tres años han organizado una parada de tlacololeras, las cuales tienen mejor ritmo y cadencia que cualesquiera de las danzas de hombres.
Martha Gutiérrez, una animada joven de Quechultenango, tuvo la iniciativa de organizar a las mujeres para ese fin, y no se hicieron del rogar. Son cuatro pares de danzantes, que diseñaron su vestimenta bajo la costumbre ancestral y trajeron del pueblo de Petaquillas a Joel Tapia, para que las ensayara con la música de su flauta y su tambor.
Ahora ellas saben mejor que muchos del sistema de la siembra de tlacolol, porque en la danza recrean la tumba y limpia del terreno, la quemazón y la siembra y la matanza del tigre, así como del ceremonial en torno a la importancia del maíz en la alimentación mesoamericana. Sus personajes son, el Tigre, el Maizo y el Salvador, así como Maravilla, Relámpago, Rayo Veloz y Frijolero.
Armando Bello y Anita, su esposa, acompañan a su hijo Gustavo en la fiesta porque éste decidió participar como danzante de los Chivos. Va con su mameluco y playera de manga larga y de colores chillantes, con su máscara de chivo, de la que penden sus largas trenzas de ixtle. Sus instrumentos musicales de la danza son una caja de madera, una guitarra y una quijada de caballo y su baile es imitando a los chivos que saltan y chocan con sus cabezas persiguiendo a la chiva.
Las Chinelas también son todas mujeres, elegantes con sus capas de terciopelo bordadas con lentejuelas y sus sombreros finamente decorados.
En la ceremonia ha tenido participación destacada el poeta y compositor José Moyao, quien no ha dejado de llamar la atención desde temprano que se incorporó al contingente con su gran sombrero de mariachi, de impecable camisa blanca, cargando su propia bocina para amplificar su voz, cantándole al río limpio sus ofrendas y recordándonos a todos que en estos tiempos más vale el agua que el oro.
Después todos comen y beben.
Al final, y en contra de lo acostumbrado, no hay platos ni basura tirada porque toda se recoge en numerosas bolsas que hay repartidas en el terreno.
Esa nueva cultura se mira también desde un kilómetro de distancia, porque los ejidatarios finalmente cercaron el perímetro del manantial, para evitar la depredación que causa el ganado. El éxito de la medida se mira a simple vista, hay una gran diferencia entre esta área y la vecina, porque luce mejor conservada, más verde y con muchos árboles conservados.
Nadie quiere irse porque aún hay bebida fría, aunque se cuentan varios borrachos que no podrán por sí solos subir la empinada cuesta de medio kilómetro, peligrosa por la cantidad de piedras.
Todos parecen contentos. Hay muchos papás con sus hijos pequeños que disfrutan del día de campo bajo la sombra. Había 30 vehículos en el estacionamiento y unas 400 personas que llegaron a participar del ritual.
Ya por la tarde, y camino de regreso al pueblo una ligera brisa que parece anteceder a una llovizna alegra el ánimo de los árboles, que a propósito mueven sus hojas, esperándola.
Pero como todos saben que la naturaleza reconoce su tiempo, las lluvias vendrán más adelante y ahora la gente espera la fiesta de la Santa Cruz, que en Quechultenango comienza el 1 de mayo.