Federico Vite.
Sick & McFarland. Una novela pretenciosa (Universidad Veracruzana, México, 2016, 177 páginas), de Alejandro Arteaga y Alfonso Nava, obtuvo el premio latinoamericano de primera novela Sergio Galindo 2016. El libro fue trabajado como una fina pieza de artesanía. Me gusta el humor con el que los autores abordan el costumbrismo de los continentes literarios. Estamos ante un libro hecho con desenfado estético. Descubrimos prácticas caníbales, rituales entre escritores y egos hinchadísimos. Imponentes y enormes egos. John Bernard Sick es un enorme escritor inglés, pero sólo en sueños, y en ese mundo onírico crea la novela perfecta; Douglas McFarland es un best-seller, todo lo que escribe se convierte en un éxito mercantil: vende y vende mucho. Es un rey midas de la narrativa. Estas dos fuerzas deambulan iracundas en busca de la confrontación. Estudian al adversario, lo conocen con la densidad suficiente y se impactan. Chocan estéticamente.
El lector de Sick & McFarland. Una novela pretenciosa conocerá de primera mano un proceso estrambótico muy socorrido por los escritores de este país, el asunto de proyectarse en la obra del otro, como si ese otro fuera el motivo por el que uno no acaba de ser uno mismo (proyección es un mecanismo de defensa por el que el sujeto atribuye a otras personas las propias virtudes o defectos, incluso sus carencias).
La línea argumental de este relato mutable, por momentos adquiere visos de ensayo, de picante novela epistolar, de cita bibliográfica e incluso de reseña literaria, sondea las posibilidades creativas de la gran novela inglesa (un símil de piezas intercambiables, pues puede ser la novela mexicana, la española, la rumana, etcétera, etcétera, etcétera). Y la cúspide de este jocoso tête à tête es el apartado de las reseñas, donde los vituperios parecen columnas de humo que sahúman todo el documento con una refrescante parodia del continente literario.
Tanto Arteaga como Nava sondean los vasos comunicantes de este asunto de muchísimas personas que llamaremos literatura, exponen los egos de autor y la manera en la que esos monstruos se encumbran en otros autores y batallan entre sí. Se involucran en múltiples entuertos relacionados con la intimidad de la creación literaria.
La literatura (entendida como una forma de autodescubrimiento, ya sea consciente o no) y la lengua inglesa son la sustancia de esta novela atípica en México; la materia prima de este documento adquiere una plasticidad envidiable, aunque a veces excesiva, como el juego de mesa que se propone en este artefacto y que prácticamente funge como una lectura de tarot que abisma al lector.
Esta novela se apoya en herramientas muy cercanas a la crítica literaria y desde ahí ficciona. La voz que nos da cuenta de los hechos, desde ángulos diversos y a veces insospechados, nos permite entender por qué la literatura, en este caso inglesa, tiene como estandarte de ventas a McFarland, autor de una obra terriblemente insulsa, poseedor de una narrativa embaucadora. Ante una prosa tan pusilánime, el lector toma partido por Sick, se apropia del epígrafe que precede todo el espectáculo de Sick & McFarland. Se trata de una sola palabra, tomada del monumento creado por James Joyce, justamente hablo del sagrado Ulysses: Yes! Con ese Yes! Nos dicen los autores: Chicos, chicas, se vale soñar.
El binomio Arteaga-Nava nos regala una parodia que también podría leerse como un tratado costumbrista del continente literario nacional.
La novela finalista del premio Rejadorada de Novela Breve 2008, El suicidio de una mariposa (Terracota, México, 2012, 90 páginas), de Isaí Moreno, destaca, entre otros aspectos, por la construcción de la voz narrativa. Es decir, la enorme empresa técnica del autor se nota cuando la voz que cuenta se acerca y se distancia del objeto narrado. Ninguno elemento de este cuerpo narrativo es superfluo, ninguno se encuentra fuera de sitio ni fuera de foco.
Son los años 80 del siglo pasado. La familia de Antonino se muda a Ciudad del Valle. El adolescente descubre la hercúlea labor de la sobrevivencia en una geografía austera; en ese trance, el joven Antonino conoce a Saúl Castellán, un hombre de 21 años (pero que aparenta mayor edad), se trata del macho alfa del barrio, todo un arquetipo de agresividad masculina. Antonio y el bravucón Saúl logran una cercanía amistosa. Hay una dosis homoerótica en el relato, una tensión que experimenta vivamente Antonio. Esa relación culmina con la muerte de uno de ellos.
Ciudad del Valle, como símil del mundo, confirma que todo lazo con el otro implica un hecho violento; aparte del dinero, que lo ensucia y lo complica todo, sólo existe la violencia. Parece que nadie escapa del dinero, de la violencia y de la muerte. Nadie.
Si leemos esta nouvelle como la antesala de lo que ahora vivimos en este país, problemas de violencia extrema, entendemos en su justa medida la preocupación estética del autor, quien exploró la educación sentimental de dos ciudadanos promedio, la forma en la que esos personajes enfrentaron la fascinación por la muerte y el amor por la vida, porque el estira y afloja entre esas dos fuerzas propicia la tensión narrativa en El suicidio de una mariposa. Estamos pues ante una novela de aprendizaje de un solo párrafo, uno de 90 páginas.
A pesar de que sean libros con búsquedas estéticas distintas, con recursos literarios diversos y con ambiciones disímbolas, existe un nexo entre ellas, un asunto en común que las hermana: la relación que establecen los hombres y la masculinidad con la que transforman el relato en un campo de batalla, ya sea estilizado o sanguinario.
En el caso de Sick & McFarland. Una novela pretenciosa hablamos del impacto de dos egos que se desafían con pinzas y estilógrafos mientras que en El suicidio de una mariposa Antonio y Saúl recurren a lo físico para dirimir el duelo. Tal parece que entre los hombres la única manera de relacionarse con el otro es la imposición. No se trata de tener la razón (Sick & McFarland) sino de aniquilar al otro (Antonio vs Saúl). Que tengan un chévere martes. Por fa.