21 enero,2023 5:29 am

El camino del agua y las medusas de viento

Amerizaje

Ana Cecilia Terrazas

 

Dos lecturas sencillas de Avatar 2: el camino del agua –película de James Cameron, estrenada mundialmente en diciembre de 2022– dan cuenta de la complejidad que tiene emitir juicios absolutos o apostar del todo por la racionalidad en algún tipo de fórmula única.

Sin temor a arruinar la trama o el final del filme, podemos resumir que la historia contada en 192 minutos es fundamentalmente una larga guerra en la que triunfan quienes defienden al planeta y a todos sus seres sintientes.

La película ha sido multielogiada por la velocidad en tiempo en la que recaudó una gran cantidad de dinero –más de 2 mil millones de dólares a la fecha– y, desde luego, como ocurrió con la primera Avatar, por su despliegue tecnológico digital que, en tercera dimensión, logra transportar a las audiencias a interesantes sitios y sensaciones inmersivas –aunque eso no ocurre en la gran mayoría de las casi tres horas de trama cinematográfica– como percibirse parte de ambientes insospechados en el agua o en la selva.

Quizá el concepto mejor logrado de la saga Avatar es el binomio eywa-na’vi. Eywa, de acuerdo con el sitio oficial de la película, es “la fuerza guía y deidad de Pandora y de los na’vi. Los na’vi (una suerte de tribu de híbridos humanos superdesarrollados) creen que Eywa actúa para mantener el ecosistema de Pandora en perfecto equilibrio. A veces, los científicos humanos teorizan que todos los seres vivos en Pandora se conectan a Eywa a través de un sistema de antenas neuroconductoras…”.

Esa “neuroconexión” es sumamente plástica, natural, hermosa; la estética que la acompaña es tal vez el mérito más sobresaliente de estas películas puesto que a través de una suerte de cabello o cola de caballo de los na´vi –quienes así se enchufan o conectan y en esos momentos se percibe como si todas y todos en esos instantes nos sintonizáramos– se enlazan con animales, plantas, árboles de la vida, con Eywa misma.

Una conclusión de esta columna es que alguien conectada o conectado con el todo que nos rodea no puede, o no fácilmente, agredirlo o violentarlo al punto de extinción o devastación; el autodaño tiene su alto grado de dificultad.

Ya la gran historiadora feminista Gerda Lerner señaló con detalle en La creación del patriarcado de dónde y cómo surgen todas estas formas de ser, actuar y pensar que están vinculadas a la opresión, represión, explotación, objetivación, presunción orgullosa, extracción, violencia, poder, sojuzgamiento. Esas actitudes han sido rastreadas y expuestas por muchas teóricas feministas y otras muchas feministas actitudinales, quienes tienen clara esa manera de hacer las cosas del patriarcado, el cual bien sabemos no solamente lo reproducen los hombres sino que se instala lamentablemente en la cultura sin distingos.

La otra lectura inevitable es que toda la historia, personajes y miradas en Avatar (1 y 2), aunque sea para redimir una sostenibilidad y un cuidado de lo vivo en el planeta, va a bordo de un tren completamente patriarcal, machín, bravucón, heteronormado y tremendamente conservador. El guión no se despega ni un momento de las arcaicas pautas culturales que no permiten elasticidad para reflexionar en términos distintos del vocabulario del poder y cómo se obtiene éste mediante la guerra, la violencia, la matanza.

Armamentos, ejércitos y líderes tradicionales son los recursos básicos para arrojar el mensaje del cambio, de la conservación de los biomas, la urgencia por el respeto al planeta con todas sus especies.

El camino del agua en realidad es el camino que todo Estado, potencia e imperio han seguido para establecerse como poderes dominantes. La contradicción es evidente y no merece más explicaciones a detalle.

Ante esta historia de la familia Sully, que todo lo hace en equipo y que continúa con una guerra de lo más tradicional entre las historias típicas y registradas en los anales de las guerras, las y los espectadores con cierta sensibilidad y conocimientos sobre la sostenibilidad –la realidad inminente del deterioro de los climas y de la vida como la conocemos– terminan deseando salir de la sala de cine.

Sin embargo, esta historia contada así, no va para ese público mentado; se trata de que toque y conmueva justamente a los perfectos hijos de ese patriarcado belicoso, al que pisa fuerte y manotea. Por eso vale la pena confiar en que algo bueno puedan dejar los mensajes de Cameron expresados en Eywa y sus delicadas medusas de viento.