9 enero,2023 5:33 am

El club de atarrayeros

Silvestre Pacheco León

 

Ayer fue luna llena y por eso antes de amanecer se mira desvelada y opaca en el poniente.

A esa hora, desde las inmediaciones de la playa de la Madera y hasta el muelle municipal se mira a los pescadores de atarraya formados hasta en doble fila con el agua arriba en la cintura.

La bahía está “tirada” como dicen los pescadores para referirse a que tiene la calma de una laguna.

Los pescadores parecen en competencia, la mayoría formados a lo largo de las dos playas con su atarraya en ristre esperando la picazón, mientras otros en sus lanchas y pangas reman frente a ellos con el mismo objetivo de pescar. Unos por necesidad,  otros como diversión y unos más por deporte, el caso es que en el espectáculo no faltan los pescadores con sus cañas acomodados desde el Paseo de Pescador, mientras subidos en las piedras hay una decena de quienes pescan con cuerda.

El espectáculo de esta clase de pesca es algo sorpresivo al finalizar el año.

Todas las mañanas desde el mes de diciembre se mira llegar a los atarrayeros acompañados de sus familiares para ayudarles a recoger y cuidar los cocineros, ojotones, jureles y uno que otro pez gallo que se aproximan hasta las inmediaciones de la playa atraídos por la infinidad de pequeñas sardinas que en cardúmenes buscan el lugar propicio para desovar sus huevecillos.

Se trata de sardinas “rojas” que cada año realizan el ritual de la reproducción acudiendo a las playas como lo hacen las tortugas, aunque ellas en lugar de la arena dejan sus huevecillos en los pedregales que también les sirven de protección frente a la voracidad de los grandes peces que se comen a los pequeños, tal y  como dice el dicho.

Parados y silenciosos los pescadores ocupan su lugar conforme van llegando a la playa. No importa que unos estén detrás de otros porque cuando se trata de lanzar la atarraya todos le reconocen a cada quien su derecho de probar suerte.

Los pescadores llevan gorra o sombrero, no así muchas de sus mujeres que aguantan estoicas los rayos del sol que se reflejan en  la superficie del mar. Por fortuna a esa hora los madrugadores que ya probaron suerte dejan el puesto a los que llegan tarde.

En la fila de los que están parados dentro del agua miran atentos a que aparezca la picazón  de peces en la superficie como sucede cuando en el gallinero los pollos se amontonan peleando el alimento.

Ese es el momento en que los grandes peces se han acercado demasiado a la playa persiguiendo y  devorando a los pequeños sin imaginarse que ellos a su vez son esperados como platillo que apetecen los pescadores de tierra firme.

Las aves que viven de la pesca están de fiesta revoloteando sobre las cabezas de los atarrayeros.

Las garzas con su cuello estilizado pasean su plumaje blanco que compite con la espuma de las olas mientras los cormoranes o pájaros buzos con su pescuezo retorcido buscan a su presa.

Los pelícanos de largos picos miran desde una lancha, satisfechos y con desdén, a sus competidores mientras las gaviotas sobrevuelan para identificar a sus presas  y bajan en picada para capturar a sus presas.

Los pescadores atentos en su objetivo lanzan sus atarrayas dibujando un gran círculo en el aire dentro del cual desean ver a los peces cuando sus redes se hunden en el mar.

Con maestría el pescador que hemos visto hacer su lance jala poco a poco su atarraya y por el jaloneo que siente pronto se da cuenta si algo pescó. Entonces abraza con ambas manos su arte de pesca y sale presuroso a tierra firme donde la abre y descarga emocionado frente a sus ayudantes que rápidamente recogen los pescados y los guardan en el bote de plástico que hace las veces de hielera.

Don Javier acompañado de su mujer y su hijo ha tenido suerte en su pesca. Cuando lleva a vaciar el segundo viaje de su atarraya le dice a su hijo que ya está cansado y asoleado.

Mientras come el almuerzo, un bolillo todavía caliente relleno de aguacate y queso fresco dice que ya no hay tanta sardina y que la temporada está finalizando.

El ignora que el espectáculo de la pesca es un atractivo para vecinos y vacacionistas porque estamos frente a una de las maneras en que los que habitamos en tierra firme nos relacionamos con la otra mitad del mundo que está lleno de agua con sus múltiples variedades de vida.

Me sorprende particularmente el comportamiento de los pescadores de atarraya que parecen respetuosos en extremo. Aunque no se ve que hablen porque parte del ritual consiste en estar callado, cada quien guarda su distancia como si de antemano alguien los hubiera ubicado en cada lugar.

Nadie se pelea ni reclama, y menos grita. Todos saben que la pesca es un derecho común que alcanza para todos.

Eso sí, cuando alguien pierde su atarraya debido a un mal lance en terreno que le es desconocido lo dejan sólo a cargo de la situación, nadie se entretiene ni pierde tiempo ayudando a desatorar la red atrapada en alguna piedra.

Entre la playa de La Madera y la Boquita hay una zona pedregosa donde los atarrayeros se concentran en doble fila porque en ese lugar se concentra la riqueza de la pesca, con el inconveniente que no se ven las piedras, erguidas bajo el mar y que constituyen un riesgo.

Fidel Visoso es un hombre de 70 años que ha hecho su vida siempre junto al mar. Es un pescador ribereño consumado, que conoce cada rincón del océano. Fue ayudante del legendario buzo Oliverio Maciel quien lo guio en el arte del buceo, la pesca y también el tejido de atarrayas. “Aprende bien lo que te enseño para que sepas ganarte la vida cuando yo ya no pueda moverme” recuerda que le decía aquel afamado costeño de Zihuatanejo.

En esta temporada Fidel aceptó de buen grado la invitación a pescar en esta época en que desova la sardina roja. A  manera de broma les preguntó si cabría en el lugar el titánic en el que pensaba llegar, y todos se carcajearon cuando lo miraron flotando sobre una cámara de llanta de camión con sus aletas puestas y la atarraya en su hombro derecho.

Fidel fue directo hasta la pedreguera, lo que provocó suspicacia entre los pescadores pensando que el invitado con su embarcación hasta cierto punto ridícula desconocía el terreno bajo sus pies.

Pero Fidel, seguro de lo que hacía, con un pie mantenía el equilibrio de su embarcación y con el otro la dirigía al lugar indicado.

Era cuestión de tiempo, pensaban los pescadores, para verlo fracasar en el intento, pero diestro en ese quehacer Fidel aprovechó la picazón de peces al alcance de su red para lanzarla en el preciso momento en que la ola del mar se retraía, y fue tan eficaz su lance que quienes esperaban verlo caer jalado por la red enredada se sorprendieron cuando, en son de broma, con ademanes pedía ayuda, pero no para desatorarla, sino para cargarla repleta de tantos pescados. Con un solo lance de su atarraya Fidel dio por concluida su pesca.