13 agosto,2021 10:36 am

El colonialismo persiste, señalan escritores indígenas sobre la caída de Tenochtitlan

La imposición cultural y el despojo de territorios son expresiones de la violencia que practican el Estado, las empresas y la delincuencia organizada contra los pueblos originarios, critican

Ciudad de México, 13 de agosto de 2021. Cinco siglos después de la caída de Tenochtitlan, la colonización de los pueblos originarios prosigue en México en forma de imposición cultural y despojo de sus territorios, entre otras expresiones de violencia, apuntan autores en lenguas indígenas.

Esas agresiones “hoy tienen rostro de Estado, empresas y delincuencia organizada, ya que son estos los nuevos actores que generan la violencia en las comunidades, el desplazamiento forzado de los lugares de vida, el despojo de sus territorios y recursos naturales, que hoy siguen siendo vistos con la mirada de deseo que tuvo Hernán Cortés sobre el oro, aunque hoy ese oro se traduce en agua, en plantas, en maderas o piedras preciosas, en cultivos encarecidos como el aguacate; en animales, en conocimientos, además de los mismos minerales”, señala la poeta binnizá Irma Pineda, miembro del Foro Permanente sobre Cuestiones Indígenas de la ONU.

“El momento que vive la humanidad actualmente se caracteriza por un colonialismo intelectual, es decir, la imposición de formas de pensamiento, valores y relaciones que establecen los países que detentan el poder económico y tecnológico. Además, la concesión de los territorios a empresas transnacionales para la explotación de los recursos naturales en las regiones indígenas”, añade, por su parte, el autor nahua Natalio Hernández, quien tradujo a su idioma la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.

El territorio, según destaca el autor, constituye la base material y espiritual que ha permitido a los pueblos la preservación y reproducción de su cultura ancestral.

También nahua, el escritor Mardonio Carballo advierte que el colonialismo adopta hoy la forma de la discriminación. “Vive a través del racismo. Es lo que nos dejó la Colonia en la conformación de un Estado como éste: la suplantación o la sobreposición de una cultura sobre otras, muchas; la creación de un Estado que no toma en cuenta la conformación plural, diversa, multinacional y multilingüística de un país como este”.

Es más fácil hablar, en abstracto, del colonialismo, término más bien académico, que asumirse, en primera persona, como un discriminador, advierte el también director General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas de la Secretaría de Cultura del gobierno federal.

El Estado se ha convertido en el principal colonizador, opina por su parte el poeta hñähñu Jaime Chávez Marcos. “Independientemente del tipo de gobierno –izquierda, centro o derecha– la estructura del Estado mexicano se basa en fortalecer una cultura nacional única y en el mestizaje como principal motor para fortalecer la unidad nacional y desaparecer las diferencias, borrando poco a poco la presencia indígena, sus culturas y sus lenguas”, dice el ex presidente de Escritores en Lenguas Indígenas.

Hablar de colonialismo, agrega, implica referir también cómo se expresa en los ámbitos cultural y educativo.

“Seguimos utilizando conceptos que el colonialismo acuñó. Haría falta cambiar conceptos como el arte popular o la artesanía para hablar de pueblos indígenas y clases populares; creo que actualmente tanto en los pueblos como en las ciudades hay artistas con un nivel similar, independientemente de que hablen o no una lengua. Son artistas plenos, como los que no hablan una lengua mexicana”, enfatiza.

Y lo mismo con otras profesiones, puntualiza el también artista, formado en la Facultad de Artes Visuales de la UNAM y en la ENAH como etnólogo.

Presas del despojo

“El principal desafío para los pueblos es mantener sus espacios, medios y sistemas de vida, lo cual no es fácil frente al acoso de autoridades, de empresarios, e insisto en la delincuencia organizada, que en algunos estados ha pasado a ser el brazo armado de las empresas para obligar a los pueblos indígenas a vender sus tierras o a cederlas para montar megaempresas, como las eólicas, gasoductos, mineras, cerveceras o embotelladoras de agua, por mencionar algunas”, advierte Pineda.

Tras lo anterior, extraen “legalmente” recursos naturales, bajo el amparo del Estado y sin consulta a los pueblos.

“De parte del Estado mexicano no va a venir la solución o el cambio”, lamenta Chávez Marcos, “sino más bien de la participación misma, de la fuerza del movimiento indígena nacional en los próximos años. Éste ha ido fortaleciéndose poco a poco, sin embargo aún no tiene la fuerza necesaria para aniquilar esta doctrina indigenista”.

La participación de los indígenas en la transformación del actual sistema educativo para que responda a la diversidad lingüística y cultural de la nación, la preservación de su identidad, el patrimonio cultural y la memoria histórica, así como desarrollar proyectos de desarrollo sustentable “en armonía con la preservación de la madre tierra”, son otros desafíos que detalla Hernández y en los que coinciden sus compañeros.

Paternalismo pernicioso

Jaime Chávez Marcos observa que en las políticas públicas persiste un indigenismo añejo que ni la incorporación de funcionarios provenientes de pueblos originarios al gobierno ha logrado desactivar.

Y en ellos coincide Irma Pineda: “Hemos luchado por espacios, pero al mismo tiempo debemos tener claridad de que en cierto modo el Estado también nos abre espacios por un tema de legitimidad, porque necesita responder a su argumento de ‘respeto a la diversidad, respeto y aprecio por los pueblos indígenas’. Entonces crea instituciones que atiendan a esta población, no para apoyar el fortalecimiento y desarrollo de estos, sino para dar un trato paternalista que permita el control sobre los mismos”.

“Esto no es nuevo”, añade, “esto podemos documentarlo desde el Porfiriato. Desafortunadamente esa idea que aún permea en las estructuras de poder y administración pública no ha cambiado mucho; a fin de cuentas nos sigue gobernando la misma élite: sólo cambian de color y partido”.

La visibilidad es valiosa, pero no basta, plantea el nahua Mardonio Carballo: “El que sea visible una parte de los pueblos indígenas, como la intelectual o el rubro artístico, me parece que da cuenta de que aún tenemos que trabajar, porque al mismo tiempo (que se reconocen estos aportes), en Pantelhó asesinan a compañeros, o son víctimas del crimen organizado y las empresas siguen yendo tras sus territorios”.

Carballo inscribe esta situación como un paternalismo pernicioso.

“El paternalismo es pernicioso, no ayuda, porque no reconoce la mayoría de edad. A los pueblos indígenas se nos regatea esa mayoría de edad justo para seguir dependiendo de alguien más”.

Texto: Yanireth Israde / Agencia Reforma