3 febrero,2022 5:23 am

El enemigo acecha

Florencio Salazar

 

Lo que importa es tener un motivo por el que valga la pena atravesar toda esa extensión de agua.

Andrea Marcolongo.

 

El Ómicron es una variante del Covid-19 aparentemente inofensivo. Su contagio generalmente se manifiesta como una simple gripe. En mi caso, las molestias fueron los tres primeros días: resequedad nasal y ardor en la garganta. Estaba en Colima, llamé a Chilpancingo al doctor Marcos A. Lozano, quien me recetó una batería de pastillas, inyecciones y jarabes. Ordenado como soy, seguí puntual las indicaciones y he salido bien. Me ayudaron ángeles guardianes con sus benéficos brebajes y mi esposa Martha Ofelia, que terminó contagiada sin mayores consecuencias.

Estuve enclaustrado los rigurosos 15 días. Con un oxímetro me tomé constantemente la oxigenación y la presión cardiaca. Siempre tuve buenos niveles. Dijo el médico que fui de los afortunados que no se desestructuró, o sea, que no bajé a niveles de riesgo por oxigenación insuficiente ni se alteró el ritmo del corazón. Pero advertí un cansancio como si yo solito hubiera construido el fuerte de San Diego y la falta de concentración en la lectura.

Por la dieta seguida, perdí tres kilos. Según la dietista me sobraban dos, aunque siempre me sentí bien con 70. A mis amigos les comento que por falta de recursos fiscales no sería raro que a los ciudadanos nos emplacaran y cobraran por el peso de cada persona. Se consideraría la carga del pavimento, el espacio utilizado, el oxígeno consumido. No sería novedad: Antonio López de Santa Ana impuso un cobro por cada ventana de las casas. Pero, bueno, esta no es otra cosa que una ocurrencia.

El resguardo a que obliga el contagio se llena con muchas ocurrencias con las cuales, sin consideración alguna, se ametralla a las redes. Periódicamente recibía el reporte del incremento de mi tiempo de pantalla. ¿Qué podía hacer? Llevé al reino del Rey Coliman la novela Madame Bovary de Gustave Flaubert, una de las 24 que me he impuesto leer este año. No he pasado del cuarto capítulo. El libro es prosa poética, de una gran belleza literaria. Hasta ahora no he podido concentrarme en lecturas amplias.

Al volver a Chilpancingo reinicié mis tareas particulares, aunque seguía medicado. No dejé de sentir cansancio, pero ya sin contagio lo atribuí a la falta de actividad durante el aislamiento. Tres días después, sentí una opresión en el pecho. El cardiólogo dijo que estoy bien, con baja presión, pero normal. Me recetó vitaminas y reposo. Tanto el inmunólogo como el cardiólogo me dijeron que superado el contagio falta la recuperación del organismo.

Recuerdo la película Viaje fantástico (Fantastic Voyage), filmada en 1966. Un científico muy importante va a morir y no puede ser intervenido quirúrgicamente porque el mal está en un lugar de alto riesgo. Un grupo de científicos, médicos y tripulantes, disminuidos al tamaño de las células, son inyectados dentro de un micro submarino en el cuerpo enfermo. Dentro del torrente sanguíneo hay abismos, aluviones y monstruos en una lucha constante entre células benignas y malignas. Finalmente triunfan los buenos.

Pienso en lo que debe estar pasando en mi organismo. Ante el contagio toda la artillería, pero el fuego graneado también daña objetivos aliados. El virus resiste, pero termina por esconderse en la memoria genética, lo que significa que puede volver o abrir la puerta a otros. El organismo se inflama como consecuencia del ataque y la defensa. La inflamación se manifiesta en cansancio y afectación de diversos órganos. Por lo tanto, hay que considerar que el Ómicron ataca en dos etapas. La primera es la del contagio y la segunda –sin contagio– la de la inflamación que se mantiene en el organismo.

Lo anterior explica porqué ahora se reportan muchas muertes por este virus, que es más peligroso de lo que se tenía pensado. Su contagio es leve y habrá quienes no le den importancia. Se sale del contagio y algunas, o muchas personas, empiezan con una intensa actividad física usando al extremo la máquina humana. Mi apreciada amiga Ruth Zavaleta, me comentó que un profesor universitario –con su prueba negativa– se presentó a dar clases presenciales. Al día siguiente murió infartado.

Los especialistas coinciden en que aún se desconocen los efectos del Ómicron. Siendo esta pandemia bíblica y que al parecer no va a soltarnos –con otras variantes– sino hasta dentro de unos años. Es obvio que los esfuerzos oficiales cada vez serán menos eficaces por la falta de recursos. Vacunar y reforzar a 132 millones de mexicanos exige un volumen de recursos cuantiosos. No entiendo, entonces, porqué no autorizar que las vacunas también las puede suministrar la medicina privada. El que pueda pagar que pague y el gobierno que atienda a amplios segmentos desfavorecidos.

Por sí, por no, hay que cuidarse. Ya sabemos que la vida no retoña, pero una cosa es cumplir el ciclo vital y otra el descuido.