10 enero,2023 5:05 am

El escritor de cine que retrató el subsuelo tropical

Federico Vite

 

Acapulco prefiere que los foráneos la entiendan rápidamente. Se deja caer en brazos de ellos y sensible, como es, confiesa grandes y atroces males. Seguramente eso le pasó al escritor cinematográfico Luis Alcoriza, quien logró con suficiencia dos de las obras fundamentales para entender el Acapulco del presente: Semana Santa en Acapulco (1981) y Paraíso (1970). Me centro en el segundo filme porque el primero es el más conocido, se trata de la película esencial para los televidentes del Sábado de Gloria.

Paraíso fue filmada del 23 de junio al 31 de julio de 1969 en Acapulco. Se estrenó el 8 de octubre de 1970 en el Cine México, de la Ciudad de México. Alcoriza narra una versión distinta del Acapulco dorado que durante tanto tiempo se encargaron de promocionar institucionalmente los tres niveles de gobierno: federal, estatal y municipal. Se hablaba del puerto como un idilio entre la naturaleza y el hombre, de un sitio lejos de los problemas de la gran ciudad, una geografía que propiciaba la unión familiar y la diversión sana. Era casi casi un sitio virginal. Pero Alcoriza decidió mostrar una faceta sórdida en la que los buzos, los lancheros, los clavadistas y las prostitutas animaban la vida nocturna. Los lancheros ligaban con gringas; las embriagaban, bailaban con ellas, las usaban y les quitaban dinero. Eran prenda de cambio. Los machos vivían del turismo sexual.

La película narra la historia de dos buzos, Román (interpretado por Jorge Rivero) y Lauro (interpretado por Andrés García), quienes tienen problemas entre sí cuando Román se enamora de Magaly (interpretada por Ofelia Medina), una prostituta jovial y de carácter fuerte. Después de varios días de juerga, lo habitual, digamos, Román va a trabajar. Recorre el mundo submarino. Sale rápidamente a la superficie y empieza a sentirse mal por la despresurización, este malestar lo lleva a una situación límite y le ayuda a redimensionar la relación que tiene con Magaly. Durante la película, el espectador aprecia cómo y dónde viven las personas que ofrecen servicios turísticos en la bahía. Se puede entender con claridad que la imagen próspera de Acapulco fue una mentira para los nativos. El progreso que deviene del turismo conlleva grandes problemas y en este proyecto cinematográfico se aprecian algunos de ellos, no los más graves, pero sí los esenciales.

Alcoriza procedía de una familia del mundo del espectáculo. Abandonó sus estudios y siguió a sus padres. La Guerra Civil Española obligó a la familia Alcoriza a exiliarse en América. El padre, Amalio Alcoriza, tenía en España una compañía teatral en la que representaba dramas policiacos y espectáculos de flamenco. Cuando llegaron a México estaban totalmente arruinados; de hecho, se disolvió la compañía y pasaron muchas penas económicas. Se casó con la actriz, bailarina y escritora austríaca Janet Riesenfeld —conocida como Janet Alcoriza en su labor de guionista—. Fue la relación más duradera, creativa y fructífera del medio cinematográfico mexicano. Juntos, Janet y Luis, escribieron buena parte de los guiones mexicanos que se filmaron entre 1946 y 1960. Con diversos matices, muchos historiadores del cine mexicano ven en esta pareja un binomio similar al que forman Paz Alicia García Diego y Arturo Ripstein.

Luis debutó como actor en el teatro y el cine mexicano en 1940. Seis años después, Norman Foster, director norteamericano residente en México, dirigió El ahijado de la muerte, película basada en un guión de los esposos Luis y Janet Alcoriza. Esa fue la punta de lanza, el despegue. Analizó México como muy pocos lo han hecho. Basta con citar Tlayucan (1961), seleccionada para el Oscar; Tiburoneros (1962); Tarahumara (1964); Mecánica nacional (1971), Esperanza (1972) y Las fuerzas vivas (1975), filmes en los que estudió la mexicanidad con microscopio.

En una entrevista, concedida a Televisión Española el 24 de noviembre de 1980 (también puede verla en el canal de youtube Editrama), Joaquín Soler Serrano charla con Alcoriza. Enfatiza la relación que Luis sostuvo con Buñuel y hace un especial apartado en el que el escritor de cine señala: “Antes de llegar a México fui cargador en el mercado de París, trabajé en los muelles de África. Aprendí francés con mucho vocabulario”. “Entonces, ¿cuándo te convertiste en director de cine?”, pregunta Soler. “No creo que el cine sea mi miedo de expresión. Yo no sentí la vocación del cine, han sido cosas encadenadas. Me gustó el cine, poco a poco me fui definiendo. Conocí a Buñuel, gracias a él cambié de ruta. No me hice director, me hicieron. Un productor me dijo: ‘No podemos perder el tiempo que te gastas escribiendo un guión como para que venga un director y lo destruya, así que la próxima (película) la diriges tú o no la produzco’. Yo soy un escritor que dirige, pero me han obligado a dirigir. Siempre pienso que ya voy a sentarme a escribir lo mío y a dejarme de tonterías”, confiesa Alcoriza. Para redondear la idea debe decirse que hay varios libros de este hombre que pueden encontrarse fácilmente en internet.  Es decir, sí se sentó a escribir lo que realmente le interesaba: literatura.

En esa conversación con Soler también habla sobre Paraíso: “Esa es buena película, por desgracia no la han pasado en España como es debido. Se proyectó una copia mutilada en el Festival de Huelva y gustó muchísimo. Es una cosa sobre el problema de los chicos, en especial, de los golfos. Gente que está relacionada con los buzos, los lancheros, las prostitutas, los que enseñan a esquiar a los turistas. Es una historia de amor muy inquietante. El modus vivendi tal como se produce en Acapulco y que ya empieza a verse en varios lugares de España”.

También mencionó que Paraíso es casi un documental, ya que se inspiró en las historias de los buzos y lancheros que conoció durante sus largas estancias en el puerto. Apostó por una veta del turismo sexual que pocas veces se toca cuando se habla de la esplendente vida nocturna del puerto. No sobra decir que por esas fechas ya se había publicado El rey criollo (1967), de Parménides García Saldaña, libro de cuentos en el que se incluye el texto ‘Aquí en la playa’. Grosso modo: el autor narra el viaje de Pablo a Acapulco, quien visita con sus amigos la Zona Roja. Entran al centro nocturno La Huerta. Ahí conoce a una mujer que Pablo intenta rescatar de la prostitución, básicamente la quiere salvar de la vorágine que implica vivir en el Acapulco impúdico. Y en el cuento se describe con precisión la sordidez que Alcoriza filmó dos años después de la publicación del libro fundamental de Parménides. Acapulco ha tenido esta impronta cruel y sórdida, posee el tacto de un rey Midas oscuro.

Cualquier visitante puede notarlo, cualquiera con los ojos bien abiertos, sin autoengaño, sin loas ni banderas optimistas, sabe que este lugar vive entre lo sórdido y lo esplendente, cada vez es más complicado estar en una zona tranquila sin cruzar uno de esos territorios, el miserable y el acaudalado.

Luis Alcoriza de la Vega nació en Badajoz en 1918 y murió exiliado en Cuernavaca, en 1992, a los 74 años de edad. Fue actor, guionista, director y ayudó a que el cine mexicano transitara de la época de oro hacia una proposición fílmica menos acartonada, mucho más viva e independiente del canon “nacional”.

Luis Alcoriza le da a Acapulco, en el cine, lo que en literatura logró Ricardo Garibay con Bellísima bahía, y se coloca a la altura de eso que Francisco Tario y Lola Álvarez Bravo edificaron en Acapulco en el sueño. Valdría la pena proyectar en el zócalo del puerto esta joya del subsuelo tropical: Paraíso.