24 septiembre,2022 9:39 am

El género operístico está en absoluta decadencia por la corrupción, señala el investigador Manuel Yrízar

Quien fuera productor de Canal Once del IPN resalta que el comienzo de la debacle fue en el sexenio del presidente Luis Echeverría, cuando se decidió acabar con la temporada de ópera internacional que posibilitó la presencia en el país de destacados cantantes

Ciudad de México, 24 de septiembre de 2022. “La Valquiria es la ópera que me salvó la vida”, dice Manuel Yrízar mientras busca entre sus discos LP su edición de lujo de la obra de Richard Wagner, la cura milagrosa de aquella hepatitis que a los 18 años casi lo mata.

Al verlo tan grave, sus padres quisieron cumplirle el que creyeron podría ser su último deseo, y él, muy abusado, pidió la costosa caja con cinco viniles de la grabación de la London Symphony Orchestra de 1962 con la portentosa Birgit Nilsson y Jon Vickers.

“Wagner es mi consentido, para mí es el más grande, un revolucionario. Con Wagner, ya no es ópera sino drama musical”, responde en entrevista el reconocido investigador, quien viajó a Europa en 1972 para seguir la huella del compositor alemán; aún recuerda su casa en Lucerna, donde compuso El anillo del Nibelungos, y el Castillo de Vendramin, donde murió.

Para Yrízar, no es raro que, cuando hace el recuento de su vida, cada episodio lo remita a un hecho operístico. Nació el 10 de junio de 1948, por ejemplo: “Soy géminis, igual que Wagner”.

Además, ese año vino Giuseppe di Stefano a México.

En su diario dejó también zanjado la primera ópera que escuchó, en 1965, La bohème, de Giacomo Puccini, y en 1969 escribió sobre el descubrimiento de un tenor al que “no conocíamos”, Luciano Pavarotti, tras su debut en el Palacio de Bellas Artes con el papel de Rodolfo, también con La bohème.

Parece asombrarse del medio siglo dedicado a la ópera, su gran pasión. Y ante todo lo que antes había.

Egresado de la Escuela Libre de Derecho, Yrízar estudió canto en su juventud y, aunque él no presume, posee una magnífica voz de barítono. Si no siguió una carrera musical, interviene su esposa Leticia, quizá fue por falta de orientación en su momento.

En su estudio, al que llama “La Cueva del Nibelungo·, resguarda cientos y cientos de horas de grabaciones para la televisión de las temporadas de ópera en México, tanto en Bellas Artes como otros foros, desde 1980 hasta 1994.

Desde que en los años 60 veía ópera por el Canal Once del Instituto Politécnico Nacional (IPN), todavía con una defectuosa señal en blanco y negro que no cubría toda la ciudad, decidió que a eso se dedicaría, desde la producción y difusión.

En su casa se oía mucho el género; el amor por el arte lírico corre de generación en generación, cuenta, desde su abuelo Salvador.

En su primer trabajo en la Dirección de Educación Audiovisual de la SEP, Yrízar recibió como encargo elaborar un material didáctico acerca de la ópera.

“Ha sido la gran pasión de toda mi vida; la ópera me ha perseguido siempre””, asegura. “Mi lema es: ‘Operópatas del mundo, uníos’”, y así firma sus correos electrónicos.

Un productor tan meticuloso que conseguía la partitura de cada obra a presentarse, anotaba dónde entraban y salían los cantantes, estudiaba a conciencia el libreto y se iba a los ensayos desde que comenzaban en el cuarto piso de Bellas Artes.

Se hizo amigo de los directores de escena y tramoyistas, aunque también hubo “pleitazos”, recuerda, de los que salió airoso, como cuando decidió irse del teatro, sin grabar, por la negativa de un director, Claudio Lenk para mejorar una iluminación, que resultaba insuficiente para la televisión.

Cuenta que el incidente llegó a oídos de Rómulo Ramírez Esteva, titular de la Compañía Nacional Ópera, quien enfureció. Las funciones transmitidas por el Once lograban atraer más público a Bellas Artes, y ordenó reservar una presentación para ser grabada.

Hasta el decano de la dirección orquestal en México, Luis Herrera de la Fuente, se puso a sus órdenes para un concierto: “Yo soy director de orquesta, pero usted es el director de televisión: dígame qué hacer”.

Al dejar el Once, en 1994, trabajó en el recién formado Canal 22 y después en TV UNAM.

Y tuvo la precaución de hacer respaldo de las óperas y conciertos en videocasetes en formatos en desuso como Beta y VHS, que grabó cuando los programas salieron al aire.

Por años, ante la falta de material virgen en la televisora del IPN, sobre las funciones de ópera se grabaron noticieros y partidos de futbol americano.

Sin los respaldos de Yrízar, quien se ha encargado de digitalizar esas copias, una valiosa memoria del quehacer operístico y musical se habrían perdido para siempre.

“Todo eso se lo doné a Bellas Artes”, dice sobre el acervo bajo el cuidado del investigador José Octavio Sosa para su digitalización.

La tragedia del género en México

Como testigo directo desde hace medio siglo de la ópera en México, Manuel Yrízar es lapidario: “El género operístico está en absoluta decadencia”.

De haber sido uno de los teatros de ópera más importantes en América, junto a la Metropolitan Opera House y el Teatro Colón, Bellas Artes perdió su sitio.

Ubica el inicio de la decadencia en el sexenio de Luis Echeverría, cuando se decidió acabar con la temporada de ópera internacional que posibilitó la presencia en el país de grandes cantantes, como María Callas y Alfredo Kraus o Di Stefano y Pavarotti.

“Una decadencia que va agravando por serios errores que se cometieron: de ignorancia, de índole política y de corrupción, desafortunadamente”, sentencia.

En su opinión, quizás el último gran director, aunque efímero, de 1989 a 1990, que tuvo la Compañía Nacional de Ópera (CNO) fue el poeta Eduardo Lizalde, a quien Víctor Flores Olea, como primer presidente del extinto Conaculta, hoy Secretaría de Cultura, le prometió el “oro y el moro”.

“Entonces entran jóvenes inexpertos, algunos bastante petulantes e ignorantes que dijeron: ‘No queremos cantidad sino más calidad’. Y es una aberración eso porque no tiene nada que ver una cosa con la otra”, critica Yrízar.

Y todos, dice, “nos fuimos con la finta”.

Al haber poco trabajo para los cantantes, se perdió algo clave para la ópera: la continuidad que deben tener los cantantes para estar cada vez mejor preparados. En 1982, ejemplifica, se hacían tres o cuatro funciones cada mes, excepto en diciembre, por las vacaciones.

Hoy acusa que en esos años que llama la “docena trágica”, a partir de la salida de Lizalde, fueron de gran corrupción, e imposible de documentar porque se “perdieron” los papeles.

Al igual que a Lizalde en su momento, también al tenor Ramón Vargas se le prometió “el oro y el moro” al tomar las riendas de la CNO, pero sólo “le hicieron ver su suerte” y renunció. “40 años después no tenemos nada ya. Es verdaderamente trágico”.

Texto: Erika P. Bucio / Agencia Reforma