26 agosto,2021 5:29 am

El gringo de la marañona

Anituy Rebolledo Ayerdi

(Primera de seis partes)

 

Mi primera colaboración para El Sur, periódico de Guerrero, publicada en 15 partes a partir del jueves 29 de agosto de 1999

 

Una ínsula llamada Acapulco

La presencia en las calles de Acapulco de un personaje a todas luces extranjero provoca en la población la natural reacción de desconfianza, máxime que el hombre camina con celeridad sin ofrecer ni responder saludos. Corren los primeros meses de 1930 y la isla llamada Acapulco acaba de ser descubierta por el mundo mediante la apertura, tres años atrás, de la carretera nacional México-Acapulco. Una triste condición insular determinada por el dominio de las familias hispanas apoderadas por décadas del comercio y las comunicaciones marítimas, además del poder político empeñado en retrasar el camino carretero.

La costumbre determinará un pacto de no agresión entre los pobladores y el personaje que nos ocupa. Respetarán su anonimato en tanto no se meta con ellos y que tampoco dañe al puerto. No faltarán, sin embargo, las suspicacias fantasiosas: “No vaya siendo un espía”, e incluso los diagnósticos terminales: “Ese pinche gringo está loco”.

Se conocerá luego que el extranjero misterioso habita una estancia localizada en la avenida Costa Grande (más tarde Pie de la Cuesta) sembrada de anacardos y que opera un restaurante llamado Parque Cachú o La Marañona. Conocimiento que dará lugar a que el extraño sea conocido popularmente como El Gringo de la Marañona.

Guimimoni, gringo loco

Durante sus caminatas periódicas al centro de la ciudad, el sujeto es asediado por un pelotón de rapaces chandos, chirundos, nejos y en pelotas, según la Costa Chica o Grande de procedencia. La exigencia de aquellos no tiene nada de extraño pues Acapulco ya estrena su cosmopolitismo: ¡“ Guimimoni, gringo loco!, ¡Guimimoni, gringo loco!”. El hombre sonríe nervioso aparentando no comprender la bulliciosa demanda infantil y acelera el paso.

Tense sosiegos muchachillos de los mil diablos y dejen de molestar a ese hombre; ¿qué no ven que está loco y los puede perjudicar?

La reconvención en auxilio del perseguido proviene de los corredores de las casas de adobe tejadas y pisos de tierra recién apisonada, fragrantes de azucenas y amapolas. Augustas matronas la sustenta sin perder el ritmo de las mecedoras, la cadencia de las hamacas y el rítmico subibaja del “escarmenador” (peine tupido de carey para expulsar piojos y liendres) sobre ensortijadas cabelleras infantiles. 

¡Pero qué va!

Las advertencias maternas tienen efectos contrarios y la pandilla vocinglera arrecia sus demandas –¡Guimimoni, gringo loco! –provocando que el aludido arrecie la marcha casi hasta correr. En realidad no huye de los pilluelos sino de la jauría canina alharaquienta que los acompaña. Pronto estará a salvo dejando atrás los barrios de El Pasito, El Panteón, La Cuerería y La Lima.

Cinefilia porteña

Acapulco presume a la mitad del Siglo XX de una sólida cinefilia. La ejerce devotamente no obstante el recuerdo doloroso de la tragedia del Teatro Flores (calle Independencia número 3 ). Un siniestro había devorado en 1909 sus instalaciones de madera, junto con 300 espectadores disfrutando con películas mudas. Los cines de entonces llevaban los nombres de Salón Rojo (en el Zócalo), Colonial, Hidalgo, 20 de Noviembre y Marlin. El cine Río, el  primero con “clima artificial,” abrirá sus puertas hasta el 47. A los porteños, por tanto, ya le eran familiares los clichés y estereotipos acuñados por el invento maravilloso.

Muy pronto se encuentran similitudes entre el Gringo de la Marañona con algunos personajes cinematográficos. Explorador en el corazón de Africa o colonialista inglés en Oriente. Y es que el huraño personaje viste pantalón corto y chaqueta con cuatro bolsas, colores blanco o caqui. Calza botines negros con tobilleras blancas hasta la rodilla y se toca la cabeza con el clásico (llamado aquí saracof). Acostumbra un paliacate rojo anudado al cuello para absorber el sudor y no falta quien vea en la prenda un toque auténticamente costeño. Ya en salidas posteriores el Gringo se asimilará a la moda local, nada complicada por cierto. Pantalones holgados de lino, arrugados permanentemente, y camisa de algodón o seda cruda con mangas largas para los domingos. Hablando de modas digamos que los niños y jovencitos del puerto anduvieron chirundos (desnudos) y descalzos, incluso ya verijones, hasta la mitad del siglo XX. Luego los gringos aportarán los chores para quedarse.

El Palacio Federal

La única ruta que transita el Gringo de la Marañona es la que lleva de su casa a la oficina local de Correos. Aquí recoge cada tercer día su correspondencia contenida en el Apartado Postal número 49. El Palacio Federal, donde se ubica la dependencia, es una construcción de dos plantas estilo californiano (así se presumía), con el frente en la actual avenida Escudero. Se prolongaba hacia el fuerte de San Diego con una enorme escalinata exterior y ventanales hacia la bahía.

Será el presidente Adolfo Ruiz Cortines quien lo renueve bajo la consigna de “todo cabe en un jarrito sabiéndolo acomodar”. El inmueble se achica, pero se eleva para dejar libre la mitad de su superficie original. Ello hará ilusionar a los acapulqueños sobre la posibilidad de estrenar allí mismo un Palacio Municipal digno, o bien de un parque infantil frente al mar. ¡Mangos!

El predio federal será ocupado años más tarde por los edificios de Sanborns, Abed y más allá el Manper. Primeras letras, curiosamente, de Manuel Perrusquía, entonces presidente de la alemanista Junta Federal de Mejoras Materiales. Una regencia omnímoda ante la cual se postraban tanto el gobierno del estado como el municipal. ¡But of course!

El apartado postal 49

El apartado postal número 49 no está a nombre del Gringo de la Marañona sino de su compañera, María de la Luz Martínez. La correspondencia procedente de Europa, principalmente, rebasa con mucho la capacidad de la caja con mirilla de cristal. Tiene el extraño que acudir necesariamente al empleado encargado de apellido Leyva. Leyvita, en el argot burocrático, posee una manía indagatoria que al Gringo le resulta calamitosa. Pronto, sin embargo, lo mantendrá callado mediante un juego inocuo: hace girar una moneda sobre el mostrador y Leyvita debe pedir águila o sol. Siempre le atina.

Mister Torsvan

Cumplido con el encargo postal, nuestro hombre dirige sus pasos hacia el Zócalo donde se instala en una mesa del restaurante El Colonial (hoy edificio Nick) abierto mediante una gran arcada al jardín Alvarez, con dominio de todo el trajín del puerto.

–Buenas tardes, mister Torsvan –saludan a un tiempo los hermanos Farfán, meseros casi gemelos, breves y redonditos. ¿Lo de siempre, señor?, interroga uno de ellos. Café y coñac.

¿Mister Torsvan

Los Farfán son de las poquísimas personas del puerto que conocen la “identidad” del Gringo de la Marañona. El mismo les proporcionó sus generales: “Berik Torsvan, de origen estadunidense, floricultor de oficio, con domicilio en la avenida Costa Grande 901”. Les confiesa que “lo de Gringo loco” no le molesta porque favorece en buena medida el ejercicio pleno de su misantropía. Y es que, les dice ufano, “nadie en Acapulco querrá confraternizar con un orate”.

La estancia del Gringo, donde habita un cuarto pequeño que también le sirve de oficina, ocupa la parte superior de una superficie de tres hectáreas sembradas buena parte de ellas con árboles de anacardo que él mismo cultiva. El servicio de alimentos está a cargo de su compañera doña María de la Luz Martínez, auxiliada  por su hermana Elba y eventualmente por los tres hijos de ésta. Tiene como atractivo adicional el consumo irrestricto de la marañona, el fruto del “árbol divino” como lo llama el creador del edénico paraje y su guía ocasional.

La propaganda volante del Parque Cachú (acajú, ocajú, oahú y jocote), cashew, en inglés, ha sido redactada por el propio Gringo:

Parque Cachú 

Es posible que usted conozca y haya comido la deliciosa nuez de la India, pero estamos seguros que usted no conoce el árbol de la marañona, la fruta de la nuez de la India a la que tampoco ha visto en su rama.

Venga a descansar bajo la sombre del más aristócrata de los árboles tropicales, el árbol divino de la marañona.

Venga al Parque Cachú a un octavo de milla desde el centro de Acapulco sobre el camino a Pie de la Cuesta. Cerramos a las 9 PM.  

Anacardo

Aunque podría pasar como una especie oriental, el anacardo es originario de Brasil. El tronco suele elevarse hasta 20 metros y produce una goma útil para la fabricación de barnices y es eficaz repelente de moscos. Durante cada verano millares de anacardos soportaban el asedio de legiones de niños y jóvenes dispuestos a agotar en el menor tiempo posible la cosecha de tan exótico manjar. En sitios como La Mira y poco más adelante, La Piedra del Mono, un enorme monolito grabado por corsarios, las ramas besaban el suelo por el peso de las marañonas. Esferas brillantes, rojas y amarillas, de un anticipado árbol navideño. ¡Ay, los peros!:

Pero número uno: las manchas del jugo de la marañona en la ropa, como las del honor, no desaparecían con jabón ni lejía, delatando así la atrevida primera aventura con su consiguiente “pela” con “cuarta” equina o cinturón. Pero dos: las ulceraciones en la lengua y las encías resultaban graves cuando se pretendía romper con la boca el riñoncito o agarradera de la marañona, la nuez de la India, pues. Antes debía tostarse.

Pie de la Cuesta-Aviación

La popularidad del Parque Cachú se dispara cuando su nombre es incorporado a una ruta de camiones urbanos –Pasito-Parque Cachú- Mozimba– cuyo destino final es el fraccionamiento de este último nombre. Otra línea que tocará más tarde ese punto fue la Pie de la Cuesta-Aviación, donde provocaban ¡oooohhhsss de admiración, por  enormes, los DC-3 de Aerovías Guest. El viaje en taxi salía en dos “ojos de gringa”, así llamados los dólares (4.85 pesos cada uno).