28 julio,2020 5:32 am

¿El huevo o la gallina?

Florencio Salazar Adame

Una visión de futuro que de tan múltiple no podía sino quitar el sueño.

Sergio Ramírez

Las ideas son esas magníficas imprudentes que saltan sobre la cabeza sin pedir permiso. En cualquier lugar que te encuentres aparecen de pronto como piedras en medio de una alfombra, como define Pellicer a Morelos. En pleno desastre entran discretas con zapatillas de ballet; o te despiertan con la inquietud de algo que parece surgir de la nada.

El razonamiento en frío es más asequible pero no necesariamente fácil. A veces ocurre que ante hechos evidentes la conclusión no es inmediata; incluso, se guarda silencio ante la insolencia de una pregunta, un comentario o un comportamiento. Pero pasan las horas, el turno del sueño y ahí están los hechos incontrastables. De pronto se hizo la luz, hay claridad.

A más años, más grande el archivo de la memoria. A diferencia de los burocráticos, los mentales parecen obedecer al algoritmo que clasifica y predetermina lo que activa el pensamiento. Las preocupaciones, obvio, ocupan previamente. Supongo que son temas que se traen en la cabeza y que no se acaban de analizar para llegar a una conclusión inmediata que  conforme o ponga en movimiento, a dejar pasar o actuar.

Los seres humanos pensamos y decimos, decimos y pensamos. ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Creo que primero fue el huevo. Esa pregunta plantea un falso dilema. Y doy mis razones. Está demostrado científicamente que la vida empezó en el mar; del mar salieron especies que se volvieron terrestres y otras pocas anfibias.

El huevo es la representación perfecta de la célula. La membrana es la protección periférica, el citoplasma equivale a la clara y el núcleo a la yema. Esta macrocélula –el huevo– salió a la superficie y se convirtió en ave, la cual se sigue reproduciendo fiel a su antiquísimo origen. He entrado en esta disquisición porque, a propósito del Covid-19, los primeros pobladores de la tierra fueron los microorganismos: microbios, virus, gérmenes, bacterias… Pereciera, pues, que los invisibles  están recuperando su espacio.

Regreso al tema. Insisto que primero fue el pensamiento y luego la palabra. Hasta que el ser humano articuló la palabra pudo anticipar la denominación al pensamiento. Me parece que el razonamiento es simple. Anteriores el homo erectus, fueron los homínidos que crearon herramientas, tal como ahora lo hacen algunos simios que usan piedras para abrir semillas. Veían cosas, movimiento de especies, se sacudía la tierra, temblaba el cielo, pero ignoraban que eran rocas, árboles, animales, temblores, lluvia o relámpagos.

Adán y Eva es un bellísimo cuento de Mark Twain. Adán se encuentra solo en El Paraíso cuando de pronto aparece Eva. Él está incómodo con esa presencia y va registrando el diario acontecer de la persona de pelo largo. Se siente invadido y le molesta sobre manera que Eva nombre al río, al agua, a las cosas. Aunque Adán también lo hace, y se sorprende por ello, al inventar el pronombre en primera persona nos.

Para pensar con claridad hay que dejar pasar un día. Se aparta la vigilia del sueño y ya despierto, como en una película, se mira el escenario completo. Entonces salta lo que se debe hacer. Por supuesto, no se puede pensar, imaginar, lo que se ignora. Hay que absorber todo el conocimiento posible. Todo aquello que por experiencia propia o ajena, otorga información para guiar conductas y decisiones.

El ser humano vive en permanente conflicto consigo mismo y con los demás. Digamos que le gusta meterse en problemas; pero más que por gusto, por necesidad. Si el mar careciera de olas portentosas, huracanes temibles, corrientes indomables, cualquiera podría ser navegante. Por eso cada individuo debería identificar cuáles son sus fortalezas, en qué actividad puede desarrollar su conocimiento, en dónde están sus habilidades.

Pensar es nada cómodo. El pensamiento interroga y quiere respuestas y las respuestas provocan certezas pero también dudas. Los tratados de filosofía suelen ser complejos, pero me parece que la filosofía no lo es tanto. Las preguntas esenciales de la existencia, por ejemplo, pudieron ser ajenas a las reflexiones de los pensadores griegos y fueron formuladas casualmente.

Supongamos que en la antigua Grecia un grupo de amigos, de toga y sandalias, se reúnen en una taberna. Beben jarras y más jarras de vino. Transcurren las horas y se van retirando cansados a sus domicilios. El último queda dormido sobre la tabula. Lo despierta el tabernero. Su embriaguez le permite apenas articular unas cuantas palabras: ¿quién soy? ¿en dónde estoy? ¿qué hago aquí?

Empecé estas notas ante el imperio de la hoja en blanco. Lo primero que me vino a la cabeza fue una serie de pensamientos con imágenes de futuro: nombrar las cosas.

Pero pensar puede ser de alto riesgo. No pensar, también.